El Estado como garante de la confiabilidad de la información en la red

Profesor Dr. Luis Sujatovich – UNQ – UDE –

La búsqueda de información es una de las prácticas más habituales de los habitantes de la red. El buscador más famoso mucho debe a esa rutina. Y, también hay que admitirlo, la sensación de acceso ilimitado al conocimiento que podemos experimentar cada vez que respondemos con velocidad y acierto a un interrogante, está ligado a su funcionamiento. Si para el desarrollo de Internet fue indispensable el aporte de  Tim Berners-Lee, (quien en 1990 creó el protocolo denominado WWW), no menos sustancial ha sido para propiciar un acceso veloz y sencillo a recursos de diversa índole. Y allí se abren dos aspectos a considerar: los parámetros para priorizar las páginas que ofrece y la veracidad de sus contenidos. La empresa sostiene que la cantidad de consultas determina la posición (apoyado por un algoritmo no muy transparente), de esa forma se exime de la responsabilidad de las elecciones frecuentes. La ilusión de la democracia directa le permite legitimar sus procedimientos.

El otro aspecto que tampoco se menciona es la validez de la información. Google no se responsabiliza en absoluto respecto de los datos que puedan brindarse en ninguno de los enlaces que presenta. Por lo tanto queda ausente la referencia autorizada que permita una valoración sustentada de aquello que estamos buscando saber. En ciertas situaciones, se podría argumentar, requerimos sólo un detalle que hemos olvidado de un tema que dominamos. En ese caso, la validación está garantizada. Pero el interrogante se extiende cuando la situación es opuesta: ¿quién nos orienta para no tropezar con equívocos, portales desactualizados, estadísticas manipuladas por opiniones? Las páginas oficiales no abarcan todos los asuntos y además no significa que no se presten a manipulaciones. La censura no es sólo un mal de los medios de comunicación. En consecuencia, se advierte que estamos en un estadío inicial acerca de los criterios de confiabilidad de las fuentes de información. La pregunta sería ¿qué determina nuestras decisiones? Nadie admitiría que se trata de una cuestión de azar o de mera impaciencia, aunque ambos deben tener incidencia. Quizás la repetición sea un factor clave, sin que ello suponga veracidad. Una mentira repetida mil veces, podrá ser verosímil mas no verdad. La magnitud de la tarea excede los estrechos límites de la acción individual, aunque conformaría una actitud favorable.

Y aquí asoma una oportunidad para que el Estado se haga  presente de un modo original: podría implementar algo así como un sello o distintivo de calidad de la información que ofrecen determinados sitios (y que el buscador debería estar obligado a  mostrarlos entre los primeros) para  señalar así que se trata de un espacio confiable. Esta decisión no limitaría la libre expresión, pero daría lugar a la opinión experta, neutral y autorizada que, de a poco, podría desactivar la malversación de hechos y el tráfico de opiniones que parece no tener responsable.