
Dr. Luis Sujatovich – UNQ – UDE –
Las posibilidades que ofrece la inteligencia artificial parecen surgidas de nuestra avaricia y no de la ciencia ficción. El enamoramiento que poseemos acerca de la especie humana es notable: si nunca pudimos ver el reino animal sus reglas (pensemos las veces que observamos relatos de la familia oso con papá, mamá hijo e hija), algo semejante nos está ocurriendo con los desarrollos tecnológicos. Sólo nos interesa perpetuarnos, aunque en el camino quede el medio ambiente y su diversidad. Es cierto que ha desarrollos en torno a las energías renovables, que la industria automotriz ya utiliza para perpetuar su negocio, pero no conforman más que algunos desprendimientos que evidencian que la centralidad está operando desde otro lugar.
Los “gemelos digitales”, algo así como la copia exacta de cada uno de nosotros pero en la red. Jane Wakefield periodista de tecnología de la BBC, lo define como “una réplica exacta de algo en el mundo físico, pero con una única misión: ayudar a mejorar, o de alguna otra manera proporcionar retroalimentación a la versión de la vida real”. Ya no nos parece tan atractivo incluir robots en nuestras relaciones, sobre todo si podemos duplicarnos. Vaya forma de decir que no encontramos nada mejor que nosotros mismos para perpetuar. Las obras literarias distópicas jamás pudieron suponer que el porvenir estaría protagonizado por nosotros, pero en lenguaje digital. Hay allí dos expectativas entrelazadas, ya que por un lado se espera que mejoremos a fuerza de software y que con él no hay nada mejor qué hacer. Es tan grande nuestro ego que ya no cabe en la sociedad, por eso se vuelve atractivo explayarnos gracias a los algoritmos.
La periodista también refiere una situación muy particular, menciona “¿qué sucedería si la empresa para la que trabajas crea un gemelo digital tuyo y dice oye, tienes este gemelo digital al que no le pagamos salario, por qué te seguimos empleando?'”. Habría que agregar que no necesariamente quien podría decir eso sería el original (¿o acaso debería decir la copia humana?). Un conflicto laboral que prescindiría de la intervención de las personas, ¿no sería acaso una herencia en forma de condena por el afán humanizador de la tecnologías? Es cierto que habría que apuntar un aspecto muy positivo: no podrían ser peores entre sí y con el planeta, que nosotros. Nuestro comportamiento no merece una prolongación, excepto que tenga objetivo remediar los efectos de nuestra existencia. Pero no parece que sea el impulso que se anuncia en sus acciones, dado que nadie buscaría subsanar un error replicando a los autores y otorgándoles el privilegio de la inmortalidad. Qué clase de precariedad nos embrutece la mirada, la creatividad y el pensamiento: poseemos el sistema tecnológico más sofisticado de la historia y apenas estamos buscando crearnos réplicas, sin que tengamos claro el motivo. Es como si pudiéramos filmar una película o escribir un libro y optáramos por hacer una autobiografía. No carecemos de argumentos, pero abusamos de la subjetividad. Vamos a extinguirnos por nuestro antropocentrismo y ni nuestro gemelo digital lo lamentará.