Del registro al acontecimiento: la apropiación de los dispositivos digitales

Profesor Dr. Luis Sujatovich – UNQ – UDE –

Una de los aportes más significativos que han realizado los medios de comunicación está relacionado con su capacidad de constituirse como agentes sociales de registro y acumulación de acontecimientos. Desde las primeras gacetas del siglo XVII (hago referencia a la primera publicación realizada en México en 1784), luego convertidas en periódicos con ilustraciones, fotos y gráficos a partir del siglo XX, se fue gestando una práctica cultural que depositaba en la prensa (en cualquiera de sus modalidades) el deber de contar y de archivar los testimonios de aquello que merecía la atención de la sociedad.

El hábito del consumo de noticias y contenidos de entretenimiento tuvo en las revistas, en el cine, la radio y posteriormente la televisión impulsos decisivos que les permitió a la mayoría de los sectores sociales incorporar prácticas mediáticas, no sólo para ocupar su tiempo libre sino también para conservar un recuerdo. Las fotografías tomadas por un profesional a un niño montando un pequeño caballo en un parque, por citar sólo un ejemplo, conforma una primera aproximación popular al uso particular de un dispositivo. Las primeras cámaras fotográficas de bajo costo y de fácil manipulación generaron una pendiente hacia la apropiación de todas las formas de registro que permitieron para finales del siglo pasado que una cámara de video fuera tan habitual como una licuadora. Este trascendental paso es apenas una mitad de la transformación acontecida en estas últimas décadas. Pues aún en contextos muy disímiles, el acontecimiento era algo a captar, a guardar, para que se pudiera recordar de la forma más fiel posible en el futuro. Y ello conformaba una responsabilidad: un rollo de fotos velado significaba la imposibilidad de obtener un recuerdo de un viaje, de un familiar o de una fiesta.

Pero la digitalización de la cultura, como denomina Novomisky a este acelerado proceso contemporáneo, revirtió de forma radical esa valoración. Ya no se trata de atesorar una celebración sino más bien de experimentarla gracias a la red. El acontecimiento es allí, y por lo tanto, el acto no vale por sí mismo, sino en función de su inclusión en una publicación. No sólo existe sino que puede ser valorado gracias a ello. Con esto quiero señalar que una de las modificaciones más sustantivas en la producción de subjetividad actual está íntimamente ligada con la original apropiación de los dispositivos digitales por parte de la sociedad. No se usan para atesorar hechos, las tecnologías son la condición de posibilidad de que sucedan. Sin artefactos no hay realidad, de alguna forma el “afuera” es una materia inerte que sólo cobra sentido cuando se convierte en un insumo para un material digno de incluirse en un posteo.
Hay un dicho ruso muy famoso que sostiene que hay gente que pasa por un bosque y sólo ve madera. Quizás el habitante de la red, en su cotidiano afán de producción de relatos multimediales que lo favorezcan, sólo puede clasificar el vasto mundo en función de si algo es publicable o desechable. El acontecimiento mediado es el hecho y también es su interpretación. Si lo publico existe y si me gusta, es válido.