Cuento del lunes: “Lavarropas”

Por Cristina Orsatti –

El timbre sonó cómo una trompeta, anunciaba la llegada del inescrupuloso Mario, indeseable mamífero, con alma de rata, intentando arreglar un maldito lavarropas empacado en su vocación de catarata pero sin funcionar. Diez días dando vueltas con el tema, indolente y medular, Mario se empeñaba en ir y venir sin resolver la avería.
–Buen día, bombón del cielo, me mata tu trompita de enojada, te la partiría con un beso.
–Hola Mario, a ver si te dejas de joder y arreglas esto de una puta vez—contestó Esther—y te dejas de hacer el galán, que llega un momento que pudre, tanto como estar sin lavarropa en pleno invierno.
–Mire que recibimiento más agreta. Seguro que a Omar no lo tratas así. Claro, si te tiene como a una reina.
Esther hizo una lista de las ventajas de ser una reina y por más que rumió, no le cerró la comparación. Su mente era un caldero alimentado por los fantasmas de la bronca, los demonios de la impotencia, los rayos de la frustración y los vientos de la ira, pero ocultaba la ebullición con una profunda tristeza y una sólida resignación.
Cómo autómata se corrió de la puerta para dejarlo entrar; depositando al pasar, su risita burlona y primate en los oídos de Esther. Lo dejó ir al lavadero, él sabía dónde quedaba, años recorriendo la casa como si fuera de la familia. Por suerte o desgracia estaba Omar por llegar.
De forma mecánica pasaron por su memoria todos los encuentros de esos dos increíbles idiotas, y la realidad, dándole la razón, le hizo escuchar el sonido de las llaves percutiendo la cerradura, los inconfundibles pasos de Omar resonando en la entrada y su vozarrón de macho cabrío marcando territorio.
–¡Mario, amigo del alma, fiel hermano de la vida!, mira qué venirte un sábado para trabajar en casa. Esto merece un Gancia—exclamó Omar – vi tu coche en la puerta.
–¡Amigo!, sabes que para vos no tengo horarios.
–Esther, ármate una picada, que no falte nada—dijo Mario con autoridad.
–Como no, amo y señor—musitó entre dientes Esther.


Ya el lavarropas funcionaba con un arrullo de canción de cuna, algo que nunca habría en esa casa, no por falta de espacio, solo porque el dictador odiaba ver deforme el cuerpo de su trofeo mayor. Una lágrima cayó sobre las aceitunas. El temblor de sus manos, con el cuchillo sobre el salamín lastimó la ampolla creada por fregar la ropa con agua fría. Sin duda su sensibilidad estaba al rojo vivo, y no por hormonas, como le decía Omar siempre que quería hablar de algo. Se escuchaban voces, risas y comentarios hirientes viajando desde el comedor a la cocina, cual flechas asesinas que no podía esquivar.
–Son como las chapas, si no las clavas bien; se vuelan—exclamaba Omar.
–Tenes con qué—Zapateaba Mario aplaudiendo—te conozco desde chico.
–Modestamente, sabes que no alardeo de esas virtudes. Lo que no tolero es que piensen, la cabeza de la mujer es para llevar lindos peinados, nada de ideas, menos iniciativas. ¿Podes creer que la imbécil de mi mujer, quería trabajar de secretaria en un consultorio? ¡Cuatro horas, tres veces a la semana? La metí en caja, dos sopapos y entendió razones rápido. Acá mando yo. La tengo cortita, no le hago faltar nada, pero la quiero adentro, recatada en público y siempre conmigo. Ya sabes eso, puta en la cama, señora en la calle. Ni un peso maneja, para eso están los fondos en mi billetera. Antojo que tiene, salimos, compramos y es de ella. Esther–gritó Omar—el Gancia bien frio y con bastante limón.
Estas palabras evocaron en Esther las imágenes de la consulta con el
gastroenterólogo. Omar, pusilánime crónico, la llevó con él por dos motivos, el consabido lucir “la belleza de mujer que tengo” y el otro más ladino aún, que ella preguntara todo lo que él tenía vergüenza de preguntar. Colonoscopía en puerta, le hizo repetir los cuestionarios a contestar por el médico. Desde anestesia, preparación previa, complicaciones, alta, riesgos. El profesional, fue didáctico, explicó el tema de preparación de modo claro y doméstico, comparó la limpieza colónica con un lavarropas interno trabajando por medio de los medicamentos indicados. El tratamiento lava tripa consistía en un comprimido antes de media ampolla del líquido, cada ocho horas, tres tomas. Era importante el comprimido previo para frenar los dolores intestinales muy intensos y solo media ampolla por el peso de Omar, descartando la otra mitad porque si el contenido tomaba contacto con el aire se oxidaba y eso ocurría a las tres horas de abierto el envase.
Para que fuera sin gusto tomarlo bien frio y con abundante limón recién exprimido.
Por supuesto el estudio quedó descartado en la misma vereda del centro médico. Omar y su espíritu pusilánime se negaron a concretarlo. Souvenir del evento, los tres comprimidos y ampollas quedaron en el fondo de la cartera de Esther. Y seguían allí.
Esther reptó como serpiente vengativa hasta el dormitorio, era la felicidad de niño con juguete nuevo, hurgueteo febril el interior del bolso. Sonrió triunfante. Su mano anidaba tres ampollas esbeltas, frágiles y prometedoras.
Volvió sigilosa a la cocina para cortar el queso. Némesis sirvió el Gancia, bien frio y con abundante limón, en dos vasos altos color alegría. Al regresar a la cocina, meditó si este gesto no sería el prototipo de algo
más groso.
El lavarropas emitió el aviso de fin de ciclo.