¿Cuál era la clave de la felicidad?

Por Greta Lapistoy –

Hace dos décadas tuve mi primera contraseña tecnológica. Debía generarme un correo electrónico y ese fue el primer paso de muchos más que vinieron con los años. Un usuario y una contraseña de un mail eran fáciles de recordar porque, en general, lo abría cada vez que tenía acceso a una computadora. Al utilizar las PC de los Cyber sólo podía quedar grabada en mi memoria.

Luego tuve el primer sueldo depositado en el banco, ya no había efectivo ni cheques al momento de firmar el recibo que me daba el empleador. Debía ir al cajero y colocar la tarjeta de débito para hacerme de mi paga. Al principio eran números nada más, así que ponía alguna fecha fácil de recordar y ahí se acababa el problema. Con el tiempo esa contraseña numérica tenía que ser confirmada con otra compuesta con letras. Ahí la situación se me empezaba a complicar, pocas veces podía elegir las letras que yo quería para poder recordar. Igualmente lograba sacar mi sueldo porque como el retiro de efectivo era limitado iba varias veces al mes y la práctica ayudaba.

Más tarde llegó a mi vida el Facebook, otro usuario y contraseña para recordar y desde aquel año hasta ahora infinidad de claves, usuarios y contraseñas numéricas y alfanuméricas invadieron mi vida. A veces hasta me indicaban que necesitan una mayúscula, un signo y un número como mínimo siendo como mínimo de 8 caracteres. ¡Ya era mucho! ¿Qué ponía?

Un día de golpe me di cuenta que mi memoria ya no tenía más capacidad para recordar tantos usuarios y contraseñas. Una para cada mail, otra para el facebook, otra más para el cajero y a a todo eso súmale la del Home Banking, la de la alarma y la de la oficia virtual de la empresa de gas, de luz, del cable y de todas las empresas que ya no me mandan las facturas. La pandemia trajo el Token de seguridad; otra más!!! Para mí era una epidemia de contraseñas.

Así que la mejor idea que tuve, fue empezar a anotarlas en una pequeña agenda para llevarla cuando la necesitaba. Lo peor de todo es que cuando uno va al cajero, apurada para retirar efectivo para hacer las compras antes que cierre el almacén del barrio, y salta en la pantalla del cajero la leyenda “debe cambiar la clave”; en ese momento uno empieza a colocar claves que cree que va a recordar pero la máquina te las rechaza porque dice que ya fueron utilizadas anteriormente. ¿Y como quiere el cajero que recuerde cuáles fueron todas las claves que usé en una década? Sigo intentando desesperada por hacerme de efectivo para poder comprar la cena, se prende una lamparita en mi cerebro… de repente se me ocurre una clave que nunca usé y que me acepta la tecnología bancaria. Se supone que es por seguridad pero lo único seguro es que me la voy a olvidar antes de volver a usarla. A veces creo que ese aparato tiene la capacidad de saber cuándo tengo más prisa y con ironía casi malvada me pide ese cambio inesperado para complicarme el día. ¿Quién no ha sentido ganas de patear el tablero o mejor dicho el cajero en esos minutos? El problema es que una vez que logré mi objetivo, compré lo que necesitaba, me cociné y logré cenar, aquella luz que se había encendido en mi cabeza se apaga lentamente sin que llegue a percatarme. ¿Cuándo me doy cuenta que ese recuerdo quedó en la oscuridad? Igual que vos, que él, que ella, que la mayoría de las personas: cuando vuelvo al cajero y tengo que colocar aquella contraseña que de tantos intentos fallidos ya no recuerdo el acertado.

Y sí… así es como tantas veces bloquee la cuenta quedándome sin el dinero que necesitaba ¿a quién no le pasó alguna vez? Bloquear las tarjetas de débito colocando más de tres veces la contraseña equivocada se ha convertido en la última década en un deporte nacional. Un año llegué a creer que el empleado del banco sospechaba que tenía un comienzo de Alzheimer de tantas veces que pedí que me blanquearan el PIN.

Prendo la PC me pide una contraseña, comienzo a utilizar el sistema del trabajo y me pide el usuario y la contraseña para que me identifique, entro al Home Banking y se repite la misma historia y así todo el tiempo. Hasta para hacer una llamada telefónica desde el celular tengo que poner una clave o mi huella digital, la que me pide el aparatito para asegurarme que nadie va a invadir mi privacidad. Ahora también pide un PIN el whatsApp para que no te roben las conversaciones. Durante el día pierdo la cuenta de la cantidad de veces que escribo una contraseña o usuario. Cajero, correo electrónico, el personal y el laboral, el facebook, el Instagram, el Home Banking y el del otro banco, el Token para hacer una transferencia, la de Netflix, Amazon Prime, etc. etc. etc. He decidido no tener telegram,signal, twiter, Cuenta DNI y otras aplicaciones porque tengo miedo que mi cerebro solo pueda recordar los nombres de usuarios y ya no los nombres de mi seres queridos. Me da pánico que en cualquier momento para ir al baño me pidan una contraseña, de hecho alguna vez me pasó en una cadena de hamburguesas que así evita que entren a sus toilettes quienes no consumen allí. Y si un día llega a pasar y me olvido de esa clave!!!

Me he llegado a preguntar si me estaba volviendo vieja, o si estaba estresada, cuando me encontraba anotando en una lista todos los usuarios y contraseñas. Listado al que siempre le falta la que necesito en el momento que la voy a buscar. Además continuamente me olvido de escribir los cambios en ese listado que de golpe se vuelve inservible. Me tranquilizó escuchar a mucha gente quejarse de lo mismo. No es vejez, es el siglo XXI y su tecnología.

Lo peor es que a veces creo que me olvidé de anotar la clave más importante: la de la felicidad. Y más de un día, después de enojarme porque debo andar recuperando dos o tres contraseñas olvidadas, cuando llego a casa con la mejor intención de disfrutar de una noche llena de alegría y me siento angustiada me preguntó ¿cuál era la clave de la felicidad?, hago varios intentos y sin embargo me voy a dormir con un cartel luminoso en mi cerebro que dice: CLAVE INCORRECTA.