La teoría del paredón que nos muestra el infinito posible, incluso la vida y la muerte

Por Guillermo Cavia –

La vida es nacer y ser parte del Universo que a la vez se hizo para ese nacimiento. En estas palabras podemos encontrar la unión que se da entre cualquier fracción del Universo que nos rodea. Nos compete por razones lógicas estar en nuestro planeta para tal afirmación, pero basta mirar a nuestro alrededor para darnos cuenta que nos rodea una inmensidad de estrellas, de planetas, que hacen el lugar que habitamos. La tierra en primer término, luego el sistema solar inmerso en la galaxia y más allá, siendo parte de un espacio que parece infinito, otras galaxias, nuevos sistemas de soles y planetas, que inexorablemente han de tener lugares parecidos a cualquier patio de nuestras casas, incluso pueden tener un paredón de bloques, piedras o ladrillos.

Un paredón se construye haciendo un pozo medianamente profundo, cuyo largo medirá tanto como la prolongación que uno desea construir. En ese hoyo se coloca el material que generará el cimiento, que ha de permitir al paredón tener la firmeza exacta para erigirse fuerte en la construcción. Al igual que el universo que nos rodea, cada parte es importante para que exista un equilibrio, de esta forma nada se realiza fuera del Universo. Por ejemplo para utilizar ladrillos hubo que hacerlos, como primera medida. Todo está construido con los elementos del planeta, agua del planeta, paja y tierra del planeta, fuego generado en el planeta, imprescindible para poder cocer la amalgama de barro y paja que se convertirá en los ladrillos que levantaran el muro.

Cuando el trabajo termina se puede apreciar la construcción. Entonces uno puede decir que se ha establecido un límite entre un lado y el otro lado de esa pared. Pero la pregunta es ¿si realmente eso es así?

Si el paredón construido tiene la altura suficiente para que no podamos ver lo que del otro lado se encuentra, estamos ante el principio del desconocimiento. Pero sin embargo puedo afirmar sin temor a equivocarme, que del otro lado del paredón estoy yo mismo.

Solo varían los tamaños de las cosas, pero el resultado siempre es igual. Es decir, no importa el tamaño del planeta que habitamos, porque el conocimiento para el ejemplo del paredón será el mismo. Es decir, si estoy tras del paredón y me pregunto que hay del otro lado, debo darme cuenta que atrás estoy yo mismo. Para ser más gráfico: Desde mi lado del paredón subo un robot o un drone, de manera que pueda comenzar del otro lado del paredón un recorrido y avanzar en línea recta. Siempre así, evitando cualquier perturbación geográfica del terreno. Ese robot o drone, después de andar, llegará otra vez a mí, comprobando que del otro lado del paredón estaba yo mismo. Si lo vuelvo a subir para dejarlo que avance, ocurrirá lo mismo y así tantas veces como lo repita.

Del otro lado del paredón estoy yo mismo.

El hecho me abre las puertas para entender de manera mucho más sencilla la conformación del Universo que habitamos y dejarme el camino abierto para intentar dilucidar el camino del nacer y morir. Descubrir que todo es lo mismo. Que ese lado del paredón solo es un gran símbolo que nos permite encontrarnos siempre con nosotros mismos.

No nacemos ni morimos, sino que somos parte. Podemos pensar que el universo se ha creado para el nacimiento individual de cada uno de nosotros. Ser parte es pertenecer a un instante de milagro. Del mismo modo que la hormiga nació esta tarde en el jardín del patio de la casa, un niño lo hace en Suiza, en Budapest. Somos cada uno de nosotros parte de esos nacimientos y del mismo modo somos parte de las muertes que se producen de a miles por segundo. Incluso nuestro planeta es un gran cementerio de seres vivos, que han muerto por millones y millones, desde dinosaurios hasta personas. Desde seres primitivos hasta algas actuales.

Tras del paredón estoy yo mismo. Si lo cruzo y me busco jamás podría encontrarme. Para saber con exactitud lo que hay detrás de la pared debo recorrer el camino, mediante la imaginación puedo hacerlo, pero es más propicio a través de la tecnología, tal el ejemplo de un robot con cámara. Un artefacto de ese tipo luego de andar en línea recta encontrará mi imagen porque detrás del paredón estoy yo mismo.

Una visión más simple la podemos obtener con una pelota, de cualquier tamaño. Imaginemos que es de tenis. Primero colocamos una cinta de papel de modo que simule una pared, una valla. Luego de un lado de la valla colocamos un alfiler que simula ser una persona. Detrás de ese papel que parecerá una pared habrá un espacio que si lo seguimos por la superficie de la pelota de tenis, nos llevará inexorablemente al alfiler. Demostrando que detrás de esa pared estaba yo mismo.

La afirmación no tendría lugar de ser si en el Universo que habitamos, hubiera planos, pero no los hay. Basta observar la luna, el sol, los planetas de nuestro sistema solar, para conocer con certeza que no hay líneas que puedan seguir un plano sin fin, una profundidad infinita. Todo es una gran circunferencia. Todo es redondo y vuelve al principio del punto de partida. Detrás del paredón estoy yo mismo. Es el mismo infinito posible.

La teoría más acertada de la creación del Universo ha revelado que el principio es una gran explosión. El Big Bang. Literalmente gran explosión, constituye el momento en que de la nada emerge toda la materia, es decir, el origen del Universo. La materia, hasta ese momento, es un punto de densidad infinita, que en un momento dado explota generando la expansión de la materia en todas las direcciones y creando lo que conocemos como nuestro Universo. La teoría explica que después del momento de la “explosión”, cada partícula de materia comenzó a alejarse muy rápidamente una de otra, de la misma manera que al inflar un globo éste va ocupando más espacio expandiendo su superficie. Los físicos teóricos han logrado reconstruir esta cronología de los hechos a partir de un 1/100 de segundo después del Big Bang. La materia lanzada en todas las direcciones por la explosión primordial está constituida exclusivamente por partículas elementales: Electrones, Positrones, Mesones, Bariones, Neutrinos, Fotones, hasta llegar a más de 89 partículas conocidas hoy en día. Uno de los problemas sin resolver en el modelo del Universo en expansión es, si el Universo es abierto o cerrado. Si se expandirá indefinidamente o se volverá a contraer.

El Universo se expande sin lugar a dudas, pero no es más que dirigirse hacia el paredón para saber qué es lo que hay detrás. Así el Universo descubrirá que tras de esa frontera de incertidumbre está el universo mismo. Como parte de una circunferencia, el Universo está girando en los límites de si mismo, para encontrarse en el exacto sitio tantas veces como quiera girar. No tiene límite, al igual que caminar en nuestro planeta. No hay límite. Solo hay principio. Que comienza en el exacto momento que encontramos que tras el paredón estamos nosotros mismos.

Miremos la calle de cualquier ciudad. Podremos observar a la gente caminar. Todos lo hacen sobre el mismo planeta, pero cada uno de ellos va hacia distintos sitios. Si usáramos el recurso de esa observación, podríamos notar que las personas no son como planetas de un sistema solar, ni siquiera se parecen a estrellas de una galaxia. En todo caso podrían cada uno de ellos ser galaxias, en cuyo interior se encuentran las estrellas, con sus planetas. Pero si elevamos el plano podríamos pensar que  se trata de Universos, que cada persona es un Universo, que tiene galaxias y cada uno de ellas compuestas con miles de galaxias. Esas personas son Universos y en una de ellas está nuestra querida Vía Láctea. Nuestra Galaxia madre. Todas estas personas (que son Universos) caminan en un plano momentáneo, pero no pueden ir más allá de lo que les permite nuestro planeta. Son universos que están condenados a esta tierra, a este plano, pero que sí pueden moverse infinitamente, solo hasta que la vida les permita hacerlo.

De igual modo en que hay nacimientos y muertes de personas, ocurre con los sistemas solares, con las galaxias, y con los Universos. No puedo limitarme a un solo Universo. Hay demasiados millones de galaxias en el nuestro para creer desde un planeta tan pequeño, tan frágil, que podría ser el equivalente a la chispa de un fósforo en el sistema solar, que solo hay un solo Universo. El que nos alberga.

Somos parte de una compleja trama de acciones representadas a través de la vida que los seres tenemos, cuya razón nos deja pensar libremente. De ese modo puedo buscar entender la razón de mi vida en este espacio. Es como interpretar el tiempo, que está inmerso en el acontecer del Universo, sin tiempo tendríamos destiempo o la ausencia de él. Pero claro es que las hojas caen en otoño y que los árboles mueren. ¿Lo que tiene vida camina hacia el extremo opuesto. Mientras que lo que no tiene vida, no existe o ha dejado de existir? De ser así no seríamos parte del Universo que habitamos, por lo que arriesgo decir que, del mismo modo que lo que creemos vivo es parte del todo, es necesario para ello lo que ya no lo tiene. De esa forma todo tiene sentido. Dejo de lado el principio del fin de las cosas, para recostarme libremente en el hecho del infinito perpetuo. Porque tras del paredón estoy yo mismo, todo no es más que un círculo.

El planeta gira a través del sol y nos da la ilusión del tiempo, que agregamos para medir nuestra vida. Todo el sistema solar se dirige en un viaje en el espacio. No hace más que buscar su propio giro alrededor de su círculo, para volver a encontrarse en el mismo sitio tantas veces como sea necesario. De igual modo lo hace nuestra galaxia que danza en su giro y que incluso, como suele suceder con las personas en la calle, ha de chocarse con su vecina Andrómeda. Nuestro universo no está solo, simplemente ocupa un lugar en el espacio. Es vecino de otros y será esto tan infinito como saber con absoluta certeza que del otro lado del paredón estoy yo mismo.