
Por Alejandro Sánchez Moreno* –
En el 2002 fuimos a Brasil, mi papá, mi hijo y yo. El dólar barato favorecía el viaje afuera. Ahora es al revés: andás por el centro de Capital y se escuchan chilenos, paraguayos y brasileños. En las ciudades de frontera la gente se cruza para hacer las compras.
Fuimos manejando, son como 1700 km. Mi papá tenía un Peugeot 504 gasolero rojo cero kilómetro. Lo tuvo poco tiempo porque leyó que la fábrica lo iba a discontinuar y se asustó por los repuestos. En Brasil cambió las cubiertas. Cruzamos por Paysandú a Uruguay y a Brasil por Rivera/Sant’Ana do Livramento, ciudad de doble frontera. Estas ciudades son raras, en una cuadra estas en Uruguay, en otra en Brasil, se mezclan las comidas y los idiomas. ¿La gente se siente uruguaya o brasileña?
En la ruta vimos un campamento de Los sin tierra. Eran kilómetros y kilómetros de carpas, banderas, tractores, caballos, tiendas en la banquina. Había leído que llegaban a un campo y se instalaban. Eran tantos que parecía una ciudad que se iba moviendo. Andaban con unos problemas bárbaros con el presidente de Brasil, Fernando Enrique Cardoso, que en la Universidad enseñaba Reforma agraria.
En Osorio dormimos. El hotel estaba lleno de gente por una noche. En el comedor para desayunar había un ventanal con vista a un cerro árido. En la salida un empleado con una remera blanca que llegaba a las rodillas nos dio jugos, yogurt y barras de cereales. Para el viagem longa decía. Hasta Florianópolis 600 km. Las rutas son gigantes, es el camino del Mercosur, está lleno de camiones. Hay cada tanto unos desvíos al costado que duran bastante, los camiones lentos los usan para dejar pasar los autos.
A mi papá todos lo llamaban por el apodo: Tacho. Se presentaba como Tacho Sánchez, hasta firmaba así. Fue Director de Despacho en Asuntos Agrarios. Gastón, un amigo, que trabaja ahí, me contó que en los archivos hay muchas cosas firmadas por él como Tacho Sánchez. La leyenda familiar dice que el apodo viene del hermano más chico en la dificultad por pronunciar su nombre. Eran cinco hermanos, cuatro varones y una nena. Los dos más chicos dormían en la misma pieza. Mi papá tenía problemas para dormir, mi abuelo que era maestro le decía, leé historia argentina que te agarra sueño rápido. Mi hermano y yo nunca le dijimos papá. Le decíamos Tacho. Una vez vimos el nombre en el documento: Alberto Tomás Sánchez. Nos pareció raro, no encajaba el nombre con él. Algunas veces me pregunté si estaba bien. En la escuela y en el barrio, mis amigos, al padre le decían papá o pa. Ahora que lo pienso mejor así. En el diario cuando murió pusieron: murió Tacho de Punta Lara. Pepe está jubilado, como la plata no le alcanza, pasa por las oficinas vendiendo collares, anillos, aritos. Ahora pasa eso con los que todavía no se jubilaron, casi todos tienen un segundo trabajo: docentes, pintura, productos natura, mecánicos, carpinteros, preceptores, remiseros, emprendimientos de velas, Pilates. Cuando Pepe me saluda dice: que hacés Tacho chico.
En Florianópolis paramos en Pantano do Sul, una aldeíta de pescadores que está al sur, en la parte menos turística de la isla. Queríamos algo bien brasileño y no esos lugares que preparan para los veraneantes. Alugamos un departamento con cochera para el auto a una cuadra de la costa. Cambiábamos los dólares de a poco, Brasil estaba devaluando y cada día nos daban más reales. La playa era una bahía, el mar estaba siempre calmo, te podías bañar tranquilo, Eugenio se metía bien adentro, desafiaba, como siempre, los límites. El primer día nos sentamos en la arena. Un muchacho nos ofreció sillas, reposeras y sombrilla. Le dijimos que no queríamos pagar. Tudo bem, gratis nos dijo.
En estos días en la Plata hay un festival de cine clásico italiano. Dan Ladrón de bicicletas. Es una película sobre el desempleo y la pobreza, es una denuncia social y todo eso que se dice siempre. Para mí es todo eso, pero es algo más. Es una película sobre un padre y un hijo. Antonio es un obrero desocupado, consigue un trabajo temporal para pegar afiches de cine. Necesita una bicicleta que consigue empeñando algunas cosas. En un descuido se la roban y durante toda la película, pasando por mil peripecias, desesperación y angustia, intentará recuperarla, hasta qué perdido por perdido roba una. Lo agarran y se salva del linchamiento. En todo lo acompaña su hijo, Bruno. La hizo Vittorio De Sica, un italiano que además de Director fue un recontra galán de los cuarenta. Mi abuela decía que algunos nacen con estrella y otros nacen estrellados. La foto más icónica de la película los muestra a los dos sentados en el cordón de la vereda. El último día del padre puse la foto en la cuenta de instagram de los ciclos de cine, solo la foto y feliz día del padre.

Mi papá jugaba en los picados de la playa, empezaban cuando caía el sol. Una tarde se armó uno de argentinos contra brasileños. Pensé: el baile que le van a pegar los brasucas. Jugaron a muerte, no era un partido de vacaciones. Era la final del mundo en la temporada 2002 en Florianópolis. Los argentinos hicieron un gol: Caniggia golll, gritó un melenudo con bermudas floreados. Caniggia nooo, gritaron los brasileños.
El Negro Maidana es de esos amigos que sin querer te enseñan cosas. Mucha gente tiene los TDK que grababa para difundir música. El personaje de Alta fidelidad, para mí, está inspirado en él. En la casa donde estaba el piano escuché por primera vez a Ney Mattogrosso, una versión de manisero. Pensé que era una voz de mujer, la canción estaba en un disco que se llama Las apariencias engañan. Lo vi dos veces tocar en Buenos Aires, tiene más de setenta años pero parece de cuarenta o de treinta. En él está todo Brasil. En el centro de Floripa había una disquería, llevé de todo: Secos y mojados, Renato Russo, Alceu Valenca, Geraldo Acevedo, Cazuza. Una antología de Ze Ramalho es mi preferida, hay una canción que se llama Avôhai, quiere decir un abuelo que además de abuelo es padre. La letra dice: Nunca tuve un padre, entonces el abuelo hizo el papel de un abuelo, de un padre. Antes de morir hizo el papel de un hijo para mí también. Avôhai es una palabra mágica. Avôhai.
Una noche fuimos al centro, eran veinticinco kilómetros de curvas entre morros. Cenamos y paseamos, en la plaza que estaba al lado del mercado había una fiesta: la fiesta de la cerveza y música en vivo. Estuvimos un rato y caminamos hasta el auto. Mi papá llevaba una camisa blanca de mangas cortas, un pantalón de vestir negro y zapatos marrones. Me quedo, me dijo. Pero yo me voy, contesté, me llevo el auto. Vos anda sin problemas. ¿Tenés plata?, pregunté. Sí, me dijo, yendo para la plaza.
El día amaneció gris, dejé dormir a Eugenio hasta tarde. Comimos en el bar que da a la playa, está lleno de papelitos que los turistas pegan en la pared. La comida que más nos gustaba era anchova en la chapa. Hasta el nombre es lindo. La cocinera del lugar andaba asustada, mi papá le pidió varias veces la receta de los camarones al ajo. Se enojaba y se iba para adentro. ¿Creería que le íbamos a hacer la competencia? o ¿no le entendía nada y se fastidiaba? Pasó la tarde, nos sentamos a mirar el mar. Estaba leyendo La Guerra del fin del mundo de Vargas Llosa, me gustaba tanto que me quería ir de la playa a leer. Este año lo busqué en la feria del libro y no lo encontré. Mejor, seguro que con el precio no lo podía llevar. Llegó la noche y Tacho no volvió.
La mañana arrancó con lluvia, me puso de buen humor. Con lluvia todo es más lindo: leer, ir al cine, mirar una montaña, tomar café en el bar, mirar por la ventana. Es tremendo que caiga agua del cielo. Como iba a estar feo fuimos a pasear. Florianópolis es, como todo Brasil, desmesurado. Estacioné en algún lugar que parecía centro. Bajamos del auto y por la vereda ancha venía un grupo de gente, eran treinta o más. En el medio, adelante, caminaba mi papá, con bermudas y una camiseta de Flamengo.
https://medium.com/@alesanchezmorenolh/caniggia-b2adee79f96b
*Colaboración para En Provincia.
Fotografías: Archivo web.