
En 1542, una niña cuya existencia quedó envuelta en el misterio y la ternura de un retrato dejó este mundo demasiado pronto. Su nombre era Bia de Medici.
A sus cinco o seis años, esta hija ilegítima de Cosme I de Medici, Gran Duque de Toscana, vivió una corta pero significativa vida, recordada a través de la obra de arte que inmortalizó su rostro.
Bia, diminutivo de Bianca, nació alrededor de 1536. Su madre sigue siendo un enigma histórico, ya que los registros no mencionan su identidad.
Se cree que pudo haber sido una amante de Cosme I antes de su matrimonio con Leonor de Toledo.
A pesar de su origen ilegítimo, Bia fue criada en la corte de los Medici en Florencia y tratada con gran cariño por su padre.
Cuando Cosme se casó con Leonor de Toledo en 1539, la pequeña Bia fue recibida en el palacio como parte de la familia.
Se dice que Leonor la trató con afecto, aunque la niña no tenía derechos de sucesión.
Su padre, Cosme, la adoraba y la consideraba su hija favorita, colmándola de atenciones y cuidándola en la lujosa corte de los Medici. Sin embargo, su vida fue efímera.
En 1542, la pequeña Bia enfermó repentinamente, posiblemente de fiebre o una infección, y murió, dejando a su familia devastada.
Cosme I, profundamente afectado por su muerte, encargó un retrato póstumo a Agnolo Bronzino, el célebre pintor de la corte.
El Retrato de Bia de Medici muestra a la niña con un vestido y una expresión serena, con una luz casi etérea que sugiere su muerte prematura.
Su imagen ha perdurado a través de los siglos como un símbolo de la inocencia infantil y del amor paterno en la dinastía Medici.
Aunque su historia es breve, Bia de Medici sigue siendo recordada, no por su papel político, sino por la belleza y melancolía de su retrato, que aún hoy conmueve a quienes lo observan en la Galería de los Uffizi en Florencia.