Américo Smith ha tenido a lo largo de su vida una historia de 103 años. Un hombre que nació en Hinojo, en la Provincia de Buenos Aires. Desde allí como si fuera un faro, nunca dejó de irradiar vitalidad y ganas de vivir.
Conoció las primeras calles de tierra del pueblo, observó el paso de las locomotoras a vapor y repartió leche a casi todos los habitantes del lugar.
Niño, joven, hombre, adulto, en todas las etapas fue la misma persona. Sonriente, cálido, chistoso, alegre, bondadoso. Así era Américo Smith.
Hermano mellizo de Carlos, que se fue hace varios años y de Panito, que también ya no estaba en este plano.
Atendió un locutorio, construyó un museo. Amó andar en bicicleta, cosa que hizo hasta el cumpleaños 102. Era el alma de todas las cosas. Se casó, tuvo un hijo, trabajó, fue un hombre de bien.
Siempre hay un común denominador en esas personas, en su caso, es que todos lo recuerdan con una sonrisa, noble, generoso, correcto, honrado, elegante y con horario inglés, distinción de su apellido.
Festejaba sus cumpleaños en fiestas multitudinarias, donde había gente de todos los sitios, porque hacía años que Américo vivía en La Plata, su hijo Eduardo y su nieta Agatha vivían con él. También en la ciudad de las diagonales tenía más familia, su sobrina Marcela y su sobrina nieta, Sabrina. Una gran familia que le daba todo el amor.
En cada nueva vuelta al sol, venían personas de Hinojo, familias y amistades, también desde Capital Federal. Américo los unía a todos. Hasta era capaz de convocar a toda la hinchada de su club, San Lorenzo.
Hacía 13 años que vivía en La Plata, contra los 90 que vivió en Hinojo, un pueblo del partido de Olavarría, exactamente en el centro geográfico de la Provincia de Buenos Aires.
En ambos lados supo cultivar amigos que lo querían y lo admiraban. Américo los albergaba a todos y además tenía una memoria prodigiosa.
Antes de cumplir los 100 años quería conocer el mar. ¡Nunca había ido! así que sus sobrinas y su nieta lo llevaron. Incluso en una de las fotos del álbum de recuerdos, que corrió por las mesas en uno de sus cumpleaños, se lo podía ver, parado en la playa descalzo y con las botamangas del pantalón arremangadas, con el mar mojándole los pies, una imagen que sostiene la posibilidad de todos los infinitos y más de un universo.
97 años para conocer el mar, 103 para irse, en un mediodía de un 15 de octubre. Américo Smith, el hombre que siempre hizo todo con bondad, está en cada una de los personas que siempre lo han de recordar.