Almafuerte

Por Alejandro Sánchez Moreno* –

Escuela Normal Nacional Superior Mixta N° 3 Pedro Bonifacio Palacios “Almafuerte” se llamaba mi escuela. Ahora es Escuela Secundaria n° 34. Perdió el glamour. Antes, por los noventa, empezó a perder varias cosas. Fue víctima de la provincialización, los normales pasaron de la nación a la provincia. Se les achicó el presupuesto. Peleaban cabeza a cabeza con las que dependían de la Universidad y desde ahí empezaron a quedar atrás. En la Secundaria, las divisiones se formaban con chicos que venían de la primaria y otros de escuelas provinciales. Un día hicieron una prueba de lectura. En la primaria había con frecuencia. Elegían a alguien, iban rotando, para leer en voz alta. La primera semana de clases le tocó a un alumno de la escuela de al lado. Le costó muchísimo leer, se puso a llorar, porque la profesora de Lengua lo presionó. Yo fui a los tres niveles: Inicial, Primaria y Secundaria. Quince años de mi vida. Al lado del Normal 3, en la misma manzana, está el Sagrado Corazón y del otro lado la primaria n° 1 Francisco Berra, la primera de La Plata. Esa era de la tanda que mandó a fundar Sarmiento, escuché algunas veces, no sé si es cierto, que Sarmiento en persona anduvo visitándola. Por la primaria 1, que no tenía división con el Normal 3, compartían edificio, nos rateábamos. Enfrente, en la esquina, estaba Almendra, un café. Antes era Cumelén, lugar de bienestar en mapuche. Empezamos la Secundaria, en aquella época de cinco años, en el año 1981. El año que vino Maradona a Boca y Palito Ortega trajo a Frank Sinatra a Argentina. Ambos, Boca y Palito Ortega, se fundieron cuando el dólar se fue a la mierda. Aunque era estatal, era obligatorio el uniforme. Bléiser, corbata, pulóver escote en ve, gris, azul, negro o celeste para los varones, pollera por debajo de la rodilla, medias, pelo recogido y prohibición de maquillaje para las mujeres. El Normal estaba intervenido por la esposa de un militar, Lía Resta, que hacía las veces de Profesora de Geografía. Mis padres, en una decisión inexplicable, me compraron un corbatín, una corbata con el nudo hecho y elástico. Estoy casi seguro, que mi hermano y yo, éramos los únicos con eso al cuello. Años después, cuando me empezó a interesar la política, conocí la historia de la escuela. En los setenta, varias asambleas, en las que se decidió empezar la lucha por el boleto estudiantil, se hacían en el salón de actos. Dirigentes estudiantiles fueron secuestrados en La Noche de los lápices. A la escuela iba, un año mayor que yo, Alejo García Pintos, el actor de la película. Unas cuantas escenas se filmaron en el colegio y muchos chicos hicieron de extras. Hace poco, Fernando Martin Peña, subió un video de la filmación. La rigidez extrema se empezó a resquebrajar por el 82/83. Explosiones de rebeldía: una jefa de preceptores odiada, Pocha, sufrió un atentado. Alumnos de quinto año tiraron una pastilla, o dos, de gamexane, en su despacho y cerraron la puerta. No la dejaron salir por varios minutos. Cuando se abrió la puerta salió caminando de rodillas. Un acto de alguna fecha patria, en plena solemnidad, fue atacado con una lluvia de huevos que nublo el cielo, que solo vi en una película, Texasville de Bogdanovich. Un día jugaba la selección, queríamos permiso para ver el partido. Las autoridades se negaron. Terminó el recreo y nadie volvió a las aulas. La profesora de italiano, en las escalinatas, empezó a llamar a lección. Ponía unos a mansalva. Gustavo Emilio Chiusaroli, mi amigo del Jardín, de la primaria, fue el héroe de ese día. Por atrás le arrebato la libreta a la profesora y la entregó a la muchedumbre. Al instante se transformó en papelitos. Tiren papelitos que Clemente los pidió. Otra gente quería hacer el centro de estudiantes. Se formó una comisión pro centro. Las reuniones en el establecimiento estaban prohibidas, se hacían en la glorieta de Plaza San Martin. Asumió Alfonsín y al tiempo salió un reglamento para organizar las elecciones del centro de estudiantes. Era una truchada, no permitían el voto directo, cada división elegía un representante y después estos votaban a las autoridades. Lo que sigue pasando en la Universidad con los profesores, los que no son titulares no votan. Miles de docentes, como aquella vez miles de estudiantes, quedan afuera. Los uniformes empezaron a transformarse: aparecieron zapatillas, pelos más largos, chicas con pantalones, colores, muchos colores. Pedro Bonifacio Palacios vivió en La Plata. La casa de él, ahora es un museo. Está en plaza Moreno. Dos o tres veces nos pasaron la película sobre su vida: no sé qué vimos en un televisor de 21 pulgadas en un salón con más de cien personas. Era un ritual ridículo. La película es de 1949, la dirigió Luis Cesar Amadori y el que hizo de Almafuerte es Narciso Ibáñez Menta. Entonces, seguro que es buena. Nos enseñaron desde la primaria algunas de sus poesías. Piu Avanti me encanta. Es desafiante, valiente, arremetedora. “Procede como Dios que nunca llora, o como Lucifer que nunca reza, o como el robledal, cuya grandeza, necesita del agua y no la implora.” A Gustavo le gustaban las placas de homenaje. A mí no me gustan, tampoco las estatuas, ni los monumentos. Siento que está la muerte presente. Gustavo decía que falta la placa de nuestra promoción. Mi hija fue al Normal 3, una vez que la fui a buscar, llegué antes y recorrí un rato los pasillos. Me detuve en las placas. Están en una pared al lado de la regencia. Son muchas, de distintos tamaños. Promoción 1939 saluda el aniversario del Normal, egresados 1963 recuerda los hermosos momentos vividos en el querido colegio. Los apellidos de los alumnos, divididos en columnas por sexo. No hay fotos, ni vitrinas elegantes, como en la Sociedad de los poetas muertos y tampoco está Robín Williams susurrando al oído. Carpe díem. Aprovecha el día.

En cuarto grado mi papá me llevó en micro a clase. En realidad era una enseñanza. Me mostró el camino, la línea que tenía que tomar, como se pagaba y como se hacía para bajar. El 506 lo tomaba en la esquina de 60 y 18, a una cuadra y media de mi casa. Tenía que tomar la letra B, la A me dejaba, para volver, a dos cuadras y media, pero eso lo aprendí después. La ida solo, el primer día, fue sin problemas. Por esa parada pasaba solo una letra. La vuelta me confundí, cuando empecé a desconocer las calles me puse nervioso. Pasaron las cuadras y los nervios fueron llanto. Estaba sentado en la fila de un asiento contra la ventanilla. El chofer se dio cuenta y me habló. Me llevó hasta el final del recorrido y me ubicó en el micro que correspondía. Al principio estaba asustado, pero después le tomé el gusto al micro. Me encontraba con algunos compañeros, íbamos parados, agarrados del asiento. Yo, como era muy alto, me sostenía de la baranda de arriba. Para ir a Educación Física, el viaje era larguísimo. Nos llevaba también el 506, pero daba la vuelta a la ciudad. Había que salir una hora y media antes. Gustavo venía de más atrás, nos hacía seña con el brazo por fuera de la ventanilla. A esa hora, media tarde, íbamos sentados. A veces llegábamos más temprano para jugar al futbol. Un practicante de Educación Física se prendía. Jugaba un tiempo para cada equipo. Se acercaba el horario de la clase y el partido terminaba con el que hace el gol gana. El regreso era más complicado. Empalmaba con el horario de salida del turno tarde y con la salida del trabajo. Estaba prohibido viajar en pantalón corto, fueran bermudas o short deportivos. En invierno, el kiosco del estadio provincial, quedaba adonde ahora está el Estadio Único, vendía chocolatada Cindor en botella, caliente. Comprábamos dos, o tres y la tomábamos mientras nos poníamos los pantalones. Ahora una Cindor en caja, cuesta 1500 pesos. Y no es tan rica como antes.

Comienzo de la jornada. Formación militar, de menor estatura a mayor con un brazo de distancia. Pelo corto o recogido, orejas descubiertas, sin guantes ni bufandas. Izaban la bandera los mejores promedios. Cantábamos Aurora. Alta en el cielo un águila guerrera, audaz se eleva en vuelo triunfal, azul un ala del color del cielo, azul un ala del color del mar. Los profesores y preceptores al costado de los alumnos, controlaban el orden, la vestimenta, la conducta y los modales. Ocho de la mañana, invierno, un frío de cagarse. Pablo Lafarga grita con voz de All Blacks, en el silencio ceremonial: ¡Que chucho, Manucho!

https://medium.com/@alesanchezmorenolh/almafuerte-fdbf3a6396ab

*Colaboración para En Provincia.

Fotografía: Archivo web.