El cráneo de María Magdalena y su misterioso olor a rosas

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Por Luna Carrara* –

Algunos relatos sostienen que María Magdalena terminó sus días en Éfeso, junto a San Juan y la Santísima Virgen. Otros, en cambio, la imaginan escapando con Lázaro y sus hermanas hacia las costas de la Galia, donde su destino se fundió con la historia de Francia.

La tradición cuenta que evangelizó tierras provenzales y que sus últimos días transcurrieron en la soledad de una cueva, convertida en santuario de silencio y oración. Allí, la memoria de su fe se volvió semilla de esperanza para generaciones enteras.

El 10 de diciembre de 1279, bajo las órdenes del rey Carlos II, unas excavaciones revelaron lo que se creía imposible: los restos intactos de la Magdalena. Entre el polvo de la tumba apareció una tableta de madera envuelta en cera, y al abrirse el sepulcro, un “olor a rosas” inundó el aire, como si la fragancia misma de lo divino se hiciera presente. Los obispos narraron que un pequeño trozo de piel permanecía vivo en el lugar donde Jesús la había tocado tras la resurrección, signo de un milagro que desafiaba el tiempo.

Hoy, después de dos milenios, el supuesto cráneo de María Magdalena se conserva en una pequeña ciudad de Francia. Peregrinos y visitantes aseguran que aún se percibe el mismo aroma de rosas, como si la memoria de aquella mujer que fue testigo de la resurrección siguiera floreciendo en la historia.

*Colaboración para En Provincia –