Lampazo, el perro que tuvo alma de marinero

Por Luna* –

Dicen que los barcos guardan secretos, y que algunos de ellos caminan sobre cuatro patas. En la cubierta de la Fragata Sarmiento, bajo el sol del Río de la Plata, un perro mestizo y de mirada noble aprendió a ser marino. Se llamaba Lampazo, y fue mucho más que una mascota: fue tripulante, guardián y compañero de travesías que dieron la vuelta al mundo.

Nadie sabe con certeza cómo llegó a bordo. Algunos marinos decían que se había subido solo en el puerto, curioso por ese bosque de mástiles y sogas; otros aseguraban que fue adoptado por la tripulación para espantar la nostalgia. Lo cierto es que desde el primer día, Lampazo eligió el mar.

En cada puerto, mientras los cadetes bajaban a tierra, él esperaba fiel junto al ancla, mirando el horizonte como quien teme que la aventura siga sin él. Su olfato reconocía el olor de las tormentas antes que nadie, y su presencia, en los días difíciles, era un consuelo mudo pero profundo.

Cuentan que en una travesía por el Atlántico, una ola gigante barrió parte de la cubierta, y el pequeño Lampazo fue arrastrado por el agua. Un grito detuvo el viento: los marinos corrieron, lanzaron sogas y lo rescataron. Desde ese día, el capitán ordenó que tuviera su propio salvavidas. “Es un tripulante más”, dijo. Y nadie volvió a dudarlo.

Durante otra fuerte tormenta, un marinero cayó al agua. Lampazo no dudó en lanzarse al mar para salvarlo, nadando con fuerza hasta que el marinero pudo ser rescatado.

Ese tributo fue un legado: Tras la hazaña, se convirtió en un héroe para todos a bordo. Cuando Lampazo murió, la tripulación, muy encariñada con él, decidió embalsamarlo para que su recuerdo permaneciera en la fragata para siempre.

Hoy, Lampazo es un guardián eterno del buque y un símbolo de la lealtad y la camaradería. Su figura embalsamada en la vitrina es motivo de orgullo para quienes visitan el buque y es especialmente querida por los niños que se fascinan con su historia. 

Cuando la Fragata Sarmiento terminó su etapa como buque escuela y ancló para siempre en el puerto de Buenos Aires, Lampazo ya era una leyenda. Su nombre quedó grabado en el corazón de quienes navegaron con él y, según cuentan algunos viejos marinos, a veces, en noches de calma, aún se escucha el leve golpeteo de sus patas sobre la cubierta.

Porque hay almas que no necesitan uniforme para ser parte de la historia.

Lampazo fue una de ellas.

*Colaboración para En provincia.