Por Elvira Yorio* –
El niño tiene trece años, está enfermo, y los médicos ordenan que guarde reposo. Para que se entretenga, su madre le regala una máquina de escribir. Lejos estaba de suponer que así daría comienzo una de las más brillantes carreras literarias de todos los tiempos. O tal vez, con esa especial intuición que poseen las madres, vislumbrara las extraordinarias aptitudes de su hijo. Lo cierto es que Tenessee Williams, de él se trata, se convertiría en uno de los autores más renombrados a nivel mundial. Tuvo una vida triste: sufrió desencuentros con su padre, un rudo comerciante alcohólico; permanente preocupación por su hermana, frágil y enfermiza; la relación con su madre tampoco fue fácil, ella era una mujer controladora, bajo su apariencia sumisa que, si bien lo apoyaba en su vocación literaria, pretendía dominarlo. Sus inicios laborales se concretaron en las tareas más modestas: lavaplatos, lustrabotas, camarero, etc. pese a ello, logró obtener tres Licenciaturas en Filosofía y Letras (Universidades de Missouri, Iowa, Washington). Los orígenes y peculiares experiencias lo marcaron profundamente, al punto que su obra es fiel reflejo de esas vivencias, en la que se percibe una tensión narrativa siempre palpitante y real. El escenario suele ser el sur de los Estados Unidos, su tierra natal. Una genial obra de teatro que obtuvo gran éxito fue “El zoo de cristal” (1944). Sus personajes pueden identificarse fácilmente. Amanda, la madre, con las mismas características de la suya propia, un ama de casa tradicional, entre posesiva y manipuladora, que desea ver organizado el futuro de sus hijos. Laura, la hija, idéntica a la personalidad vulnerable y acomplejada de su hermana Rose, por la cual Tenessee tuvo especial devoción. Y Tom, el otro hijo en la pieza teatral, que es el mismo autor. Perfecto el simbolismo que se logra a través de esa colección de animales de cristal, frágiles, delicados, de una belleza efímera, cuyo padre les legara para ser conservada y cuidada. La trama oscila permanentemente entre la ilusión, la realidad, y los intentos del ser humano para protegerse de las acechanzas del mundo circundante. Obtuvo el “Premio de la Crítica Teatral de Nueva York” (1945), y la obra fue llevada al cine con gran suceso de público y crítica (1987). Estos personajes autobiográficos habrían de reiterarse en sus obras, tal vez en un desesperado intento de justificación, o quizás solo a modo de explicación. Hay algunos denominadores comunes: una sociedad decadente que solo se mantiene en apariencias; personajes conflictivos que buscan por cualquier medio la afirmación de su propia identidad; textos poco ortodoxos, mezclados con pinceladas poéticas que se esfuman de pronto en un lenguaje vulgar; heroínas insólitas que oscilan entre lo sublime y lo grotesco; y desde luego, las permanentes referencias a: la vejez, la muerte, la soledad, el fracaso…Bellas reflexiones filosóficas que conmueven. Por ejemplo: “Los monstruos de la soledad no reciben misericordia ni la otorgan”.
Tal vez la consagración como escritor advino a través de “Un tranvía llamado deseo”, obra que califiqué hace años como válida para todos los tiempos y todos los formatos. Comenzó con un clamoroso éxito teatral. Se estrenó en Nueva York, bajo la dirección de Elia Kazan. El impacto fue tal, que cuando finalizó la obra los espectadores aplaudieron de pie durante treinta minutos. En 1951, el mismo Elia Kazan la convirtió en uno de los sucesos más resonantes de la filmografía de todos los tiempos. Y como si fuera poco, años después (1995) el compositor André Previn compuso una ópera, cuyo debut tuvo lugar en San Francisco, con la descollante intervención de la soprano René Fleming actuando el papel principal. En Argentina, y con carácter de estreno sudamericano, se puso en escena en el Teatro Colón (mayo de 2019) con muy buena recepción de público y crítica. El torturado personaje de Blanche Dubois parece haberse inspirado en su hermana Rose, aunque quizás posea algunos rasgos del propio escritor.
Es indudable que en toda su obra campean los sentimientos del autor. En “La gata sobre el tejado de zinc caliente” refleja una vez más la crítica a los convencionalismos imperantes en las distinguidas familias sureñas, la desmedida ambición económica y social. Tras la historia aparentemente lineal, la represión a que se siente sometido el protagonista, ocasiona conflictos de distinto orden, presentes en las relaciones familiares: la envidia, el resentimiento, el amor, el odio y la frustración. El personaje femenino, al que hace alusión el título, es una mujer obligada por las circunstancias a transitar una situación incómoda, que la torna inestable, disconforme, asustadiza…Premio Pulitzer (1951). La película se estrenó en 1958, y constituyó un impresionante éxito de taquilla, con brillantes interpretaciones actorales.
“La noche de la iguana” (1961) revela la faceta de cuentista, inspirado –como alguna vez admitiera- en Chejov y H.D.Lawrence. La psicología atormentada de los personajes, capta una vez más al lector introduciéndolo en una trama que demuestra su innegable talento narrativo. También la versión cinematográfica fue un rotundo triunfo.
“Moise y el mundo de la razón” (1975) es una novela impactante. Tal vez contribuya a ello, el carácter incuestionablemente biográfico del personaje que habla en primera persona, haciendo gala de una prosa espontánea, con mucho de confesional. Narra la llegada a Nueva York del escritor que busca consolidarse en el ámbito literario y no tiene ambages en admitir : “…en un rincón desconocido de mi corazón conservo la actitud típica de los sureños con sus madres, una especie de compromiso entre la sensiblería llorica y el terror insondable, pero que jamás se despegan de ellas, porque el cordón umbilical no solo sigue intacto, sino que el tiempo lo ha ceñido aún más…” En esa frase condensa mucho de lo que lo ligara a su madre. Describe sus relaciones amorosas con dos hombres, la extraña amistad con una mujer, Moise (que da título a la obra), a la que atribuye algunas de sus propias inquietudes, y la fiesta convocada por ella, que es el nudo de la narración. Esa peculiar reunión tiene un objetivo, y es trasmitir a los invitados una declaración referida a su “abandono definitivo del mundo de la razón.” Alguien calificó a este libro como el “testamento sentimental” de Williams, y tal vez, así sea. En alguna ocasión el escritor reconoció que le había resultado más fácil identificarse con los personajes que rozaban la histeria, que tenían miedo a la vida, que estaban desesperados por llegar a otra persona…aunque terminaba afirmando que éstos, aparentemente frágiles, son en realidad los más fuertes. Una frase que demuestra por sí sola el clima imperante en esta obra: “Entre las cosas propias del amor, ilimitado como la vida y acaso como la muerte, está la demolición del yo y posiblemente la del objeto del amor”
Otras de sus magníficas creaciones: “Verano y humo” (1948), “De repente, el último verano” (1959), “Dulce pájaro de juventud” (1959), “La rosa tatuada” (1951), conservan incuestionable vigencia y merecen seguir siendo leídas y representadas. También, como las anteriormente mencionadas, desde distintas perspectivas terminan por confluir en determinados aspectos de la condición humana: la soledad y el impulso irrenunciable de comunicación con el otro; la decadencia o el fracaso, como un animal siempre al acecho; la permanente atracción y rechazo por los extremos; la vida y la muerte… y en las que abordó el tema de la sexualidad con una apertura muy resistida en la época de su publicación, pero que enfrentó con franqueza absoluta en sus “Memorias”, pese a sus detractores.
Reconocido y negado, se debatió entre el éxito y las fuerzas hostiles contra las que luchó desde siempre. Intentó volcar en su obra ese permanente combate interior y lo logró ampliamente. En 1953 escribió una obra breve de teatro que continúa teniendo gran vigencia, “Háblame como la lluvia…”un diálogo profundo entre un hombre y una mujer atrapados en una sórdida realidad, de la que pugnan por escapar. Sus obsesiones recurrentes, expuestas sin pudor, con absoluta franqueza.
El escritor imaginó para sí una muerte bella, durante un sueño. También había quedado fascinado con la muerte del poeta Hart Crane, que eligió desaparecer en el mar. Su destino marcó otro final, más sórdido, con un halo de tragedia negra como nunca osó describir. Vivió sus últimos años en el Hotel “Elysée” de Nueva York, y allí, en soledad y desamparo, terminó su existencia. Despojado de cualquier afecto, con la única compañía de un perro, rodeado de envases vacíos de medicamentos y bebidas alcohólicas, herramientas con las que intentó en vano, ahuyentar sus fantasmas.
Alguna vez dijo: “La vida es una pregunta sin respuesta, pero sigamos creyendo en la dignidad y en la importancia de la pregunta.” No deja de ser una buena propuesta.
*Colaboración para En Provincia.
Fotografía: Archivo web.