Cada clic construyó la IA

Profesor Por Dr. Luis Sujatovich – Docente e investigador Universidad Siglo 21 –

Si tuviéramos que identificar a los grandes impulsores del desarrollo de la Inteligencia Artificial en la última década, sin duda mencionaríamos a las gigantescas empresas tecnológicas, a los investigadores pioneros, a los laboratorios de computación y a algunas universidades de prestigio. La elección, a primera vista, parece sencilla, ¿verdad? Y aunque sería una respuesta correcta, estaría incompleta. Existe una multitud de colaboradores que suele pasar desapercibida, no solo en el ámbito tecnológico, sino también en el mediático y cultural. Me refiero a cada uno de los usuarios que, con su actividad constante, han interactuado con videojuegos y han navegado por Internet. Son ellos, en su conjunto, quienes han contribuido silenciosamente a esta revolución.

Los arquitectos invisibles de la inteligencia artificial

La inteligencia artificial no habría despegado sin una base física capaz de sostener su inmensa sed de cálculo. Esta estructura, compuesta por data centers y sistemas de computación en la nube, no fue diseñada originalmente para la IA, sino que surgió como respuesta a la demanda colectiva de los usuarios de Internet.

La necesidad de conectar a miles de millones de personas para el streaming, las redes sociales y las búsquedas obligó a las empresas a crear sistemas escalables y potentes. Esta “nube”, perfeccionada para el consumo digital, resultó ser el gimnasio ideal para la IA. En lugar de construir supercomputadores desde cero, los investigadores alquilaron esta potencia ya existente para entrenar sus modelos. Así, la huella digital colectiva construyó, sin saberlo, la base material que la IA necesitaba para prosperar.

Videojuegos: laboratorios de entrenamiento para la IA

Mientras la infraestructura digital crecía para sostener el tráfico masivo de Internet, los videojuegos ofrecieron un entorno de desarrollo clave para la inteligencia artificial. La demanda de gráficos realistas y mundos complejos impulsó el avance de las Unidades de Procesamiento Gráfico (GPUs), chips capaces de realizar millones de operaciones simultáneas, ideales para entrenar redes neuronales. Sin la competencia por renderizar mundos abiertos o combates en tiempo real, este salto tecnológico habría sido mucho más lento.

Como explican Sigman y Bilinkis en “Artificial. La nueva inteligencia y el contorno de lo humano”, los videojuegos también ofrecieron entornos de prueba ideales: complejos, con reglas claras y recompensas inmediatas. Fue en estos mundos virtuales donde la IA comenzó a aprender. Proezas como la de DeepMind venciendo a jugadores humanos en StarCraft II no fueron simples demostraciones: evidenciaron que una IA podía tomar decisiones en contextos de alta complejidad e información incompleta. Cada partida jugada por un humano, registrada como dato, ayudó a refinar los modelos. Así, el ocio de millones moldeó, jugada a jugada, la inteligencia de las máquinas.

Consumir también es construir

El desarrollo de la inteligencia artificial, impulsado por cada usuario a través de sus consumos digitales, debería ayudarnos a comprender el valor de las acciones colectivas y el sentido profundo de los consumos culturales. Lejos de ser meros hábitos individuales, estas prácticas compartidas tienen el poder de moldear tecnologías, influir en su evolución y definir el rumbo de nuestras sociedades.

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