
Por Elvira Yorio. –
Tenía seis años y estaba sentada en el umbral de la puerta de mi casa. Se acercó una niña, me miró y dijo: ¿podemos ser amigas? Así comenzó una amistad que perduraría para siempre. Después…recibí y formulé esa pregunta muchas veces. Y debo admitir, que la amistad ha sido el baluarte incondicional que sostuvo mi vida. Lo digo plenamente convencida: los amigos constituyen mi mejor fortuna.
Aristóteles habló sobre la amistad. Destacó que el ser humano tiene una inclinación natural (biológica) a buscar la compañía de sus semejantes. Una necesidad fisiológica. También está presente en los animales, capaces de establecer vínculos sociales. Así Henry Laborit constató que los animales buscan relacionarse afectivamente con otros de su misma especie. Ese vínculo tan particular fue estudiado por Karl Lorenz y otros etólogos. Es pues en animales y en humanos un impulso natural. Por ejemplo, los chimpancés exhiben entre sí, comportamientos que pueden calificarse como amistosos. De igual modo, los elefantes, los delfines y por supuesto, los perros.
A través de todos los tiempos se ha idealizado la amistad. Tal vez la máxima expresión de ello sea la palabra de Jesús que recogen los evangelistas: “no hay amor mayor que dar la vida por sus amigos” (Juan 15:13) o “amar al prójimo como a sí mismo” (Marcos 12:31). Platón, en sus famosos Diálogos difundió las ideas de Sócrates sobre la amistad. En el “Lisis” por ejemplo, exalta la virtud y la bondad. En otros, se destaca la necesidad de la reciprocidad. Coincido en esto, como elemento esencial para configurarla. De lo contrario, puede hablarse de admiración o apego, pero el sentimiento debe ser mutuo, constituir un camino de doble mano: dar y recibir. Compartir es la nota distintiva de toda amistad. Un imperativo impulso primario de participar, de hacer común con el otro, tanto la alegría como la tristeza.
Muy ilustrativa la exposición de Cicerón “Laelius de amicita” donde se extiende en valiosas consideraciones sobre la naturaleza de la amistad, que sintetiza en algunos elementos: virtud, confianza, reciprocidad, lealtad y sinceridad. Pueden encontrarse coincidencias con Marco Aurelio, quien también destacó la virtud, la bondad, la franqueza, en la caracterización de la amistad.
Siempre admiré a aquel rey español, Alfonso X apodado El Sabio, ínclito autor de “Las siete partidas”, por cierto un compendio de normas jurídicas y morales que brillan desde el siglo XIII hasta hoy. Refiriéndose a esa relación de afecto y lealtad entre dos personas dijo: “De amigos necesita el hombre tanto en tiempos de bonanza como de tristeza. ¡Pobre del hombre que no tenga amigos, pues no tendrá completa su vida!” Y es cierto, quien no haya conocido la amistad puede considerarse un ejemplar mutilado de humanidad.
Pedro Laín Entralgo, médico y filósofo español escribió un libro “Sobre la amistad” inspirado en los filósofos socráticos, realizando un análisis fenomenológico del vínculo. Describe “el encuentro con el otro” desde dos perspectivas: la “otredad”, relación de diferenciación y la “projimidad” o el reconocimiento del otro, con actuación benevolente y benefaciente que puede evolucionar y transformarse en amistad. Para ello, según este autor, deben confluir tres caracteres: benevolencia, beneficencia y confidencia.
Me parece muy acertada la contraposición que señala Gonzalo Fernández de la Mora entre la envidia y la amistad. La amistad se caracteriza por una auténtica admiración y afecto recíprocos que fomentan el mutuo apoyo, en tanto la envidia transforma cualquier relación humana deformándola con sentimientos tan negativos como el resentimiento, la rivalidad y la resistencia ante el éxito del otro.
Hay quienes sostienen que solo se puede entablar amistad con los seres cuyas simpatías o rechazos son semejantes, a saber: que gustan o les disgustan las mismas cosas. No comparto esa opinión. Por el contrario, he sentido y siento atracción por personas que tienen apetencias y reacciones muy diferentes de las mías. De tal modo, al establecer un vínculo amistoso de esa índole, compruebo que se concreta un benéfico criterio de complementariedad. Profesar la misma religión, compartir la ideología política, tener iguales preferencias sexuales o aficiones deportivas… no constituye aval que garantice una genuina amistad, eso es algo más profundo, que excede la camaradería o la comunidad implicada en poseer los mismos intereses. Tampoco obedece a condiciones de edad, sexo, nacionalidad ni otras circunstancias contingentes. Desde luego que para construir una amistad que pueda ser considerada tal, debe haber coincidencia respecto de determinados valores, como la lealtad, la sinceridad, la honestidad y en especial, el respeto.
Hace muchos años escribí unas reflexiones sobre este noble sentimiento, que sigo sosteniendo y comparto hoy con los amigos.
La amistad: Es la savia vital que da sentido y enriquece nuestra existencia
Es el compromiso de lealtad que perdura toda la vida y trasciende la muerte.
Es coincidir, sin necesidad de adhesiones incondicionales que mellan la propia individualidad.
Es discrepar en la serenidad que otorga el respeto mutuo.
Es estar siempre cerca en lo profundo del sentimiento, ignorando tiempo y distancia.
Es dar y recibir afecto, aceptando todas las formas de hacerlo.
Es la entrega generosa que no exige recompensa.
Es el consuelo de un abrazo, un gesto, una palabra, en el momento oportuno.
Es la capacidad de comprensión sin el ejercicio del preconcepto.
Es compartir con igual intensidad alegrías y pesares.
Es la plática amable, la discreción ante la confidencia, la paz del silencio en compañía.
Es la posibilidad de sentirse libre de toda coerción.
Es confiar en la protección que brinda la malla sutil del cariño.
Es la certeza de ser plenamente humano.
____________________________________
Fotografía: https://pixabay.com