
Por Dr. Luis Sujatovich* –
La cultura digital parece caracterizarse por su ambición por el futuro, le interesa tanto aquello que está en desarrollo que el presente sólo vale como antecedente, su sentido como época se cifra en la expectación que produce la promesa de un nuevo dispositivo, una plataforma o un servicio más veloz, eficiente y atractivo. Quizás por eso la ansiedad nos atraviesa con tanta potencia.
Hay, al menos, dos consecuencias inmediatas a considerar: la confusión que se suscita entre conocimiento y temporalidad, y acerca de la menesterosidad que apremia a la historia, como disciplina.
Hay tantos especialistas que ofrecen su clarividencia sobre el Chat GPT, basta revisar la red, que pareciera que solo los desarrolladores guardan incertidumbre al respecto. Y no es casualidad, hay una razón no explícita pero que tiene mucho consenso: el saber más importante es el procedimental y sólo se considera válido si está ligado a un dispositivo o plataforma actual. Poseer sabiduría es estar actualizado. Por eso hay tanta gente que ostenta certezas, como si hubiera dedicado su vida a comprender el I Ching, pero sus habilidades se resumen a la manipulación de una interfaz. La cultura digital parece encumbrar a los informáticos como si fueran filósofos.
Si el presente está fundado en certezas algorítmicas, dado que los devaneos morales y las interrogaciones por el sentido del ser humano no son una fortaleza de los ingenieros en robótica, la historia, en tanto reflexión y debate sobre aquello que pervive en la sociedad a consecuencia de hechos lejanos e inciertos, no puede tener un destino diferente que el latín, la filatelia y el oficio de farolero. Pensar la sociedad se ha vuelto sinónimo de imaginar su futuro, por eso posee más legitimidad para dar su parecer un programador que un historiador.
La ausencia de interrogantes que puedan recuperar una fruición, una preocupación o una práctica del pasado, nos da la sensación de poseer una juventud con más expectativa de duración, como si poner nuestra atención en mañana nos librara del ayer. El desinterés por la historia es un signo inconfundible de una sociedad que no quiere aceptarse y que espera que un hecho milagroso le resuelva los conflictos, la redima y le permita constituirse como un ejemplo para las demás. El gran problema es que esas atribuciones no se logran con la informática ni la robótica, sino con el estudio de la historia. De allí que el gran inconveniente contemporáneo se resuma a que se les exige a todas las áreas del conocimiento el mismo procedimiento, veloz e indubitable, de la programación. Aquellas que no puedan lograrlo, quedan excluidas.
La velocidad, aunque parezca mentira, no nos hace llegar más lejos; nos mantiene ocupados en el viaje, que es diferente.
El conocimiento significativo no es propiedad exclusiva del presente, ni los algoritmos se sustentan en un monopolio de la técnica. En la tecla Enter hay tanta historia y conflictos culturales como seamos capaces de encontrar. Ningún sujeto puedo eliminar todo cuanto le precedió, ni siquiera las computadoras pueden lograrlo.
*Investigador – Profesor Universitario – UDE – Universidad Siglo 21 –
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