Por Lic. Daniela Aza* –
Sexualidad y discapacidad: el desafío de eliminar tabúes
Cómo alejarnos de una perspectiva asistencialista y garantizar el derecho a la vida amorosa y el placer.
Durante mucho tiempo y hasta que conocí a mi marido pensaba que como persona con discapacidad la sexualidad y la pareja no iban a tener un lugar en mi vida. Y me equivoqué. Juntos fuimos construyendo otras maneras, formas y estrategias, otros tiempos que nos llevaron a aprender que hay muchas formas de hacer el amor.
“¿Tu pareja tiene discapacidad?” era lo primero que me preguntaban cuando empecé a salir con él, hace 15 años. Y a mí siempre me llamó la atención este cuestionamiento, como si ser una persona con discapacidad necesariamente implicara que quien elija para estar a mi lado tuviera que tener también alguna discapacidad.
Todavía no es fácil hablar de sexualidad y discapacidad y, mucho menos, de pareja y discapacidad. Y surgen muchas sensaciones y reacciones de las personas al respecto: miedo, vergüenza, pudor, lástima. Pareciera existir cierto rechazo a tratarlo o abordarlo. Sin embargo, lo cierto es que la vida sexual y el placer no son exclusivos de las personas llamadas (erróneamente) normales.
Aún hoy persiste en el imaginario una concepción asistencialista que no considera a la persona con discapacidad como sujeto de deseo o capaz de experimentar placer sino como pasivo, “incapacitado” de amar y ser amado, infantil y asexuado.
Esta perspectiva caritativa y paternalista atraviesa todos los ámbitos y la sexualidad no es la excepción. Las relaciones sexuales no son contempladas dentro del estereotipo que etiqueta a las personas con discapacidad como “débiles y desgraciadas”.
Como resultado de esta perspectiva son innumerables las barreras físicas y sociales que se enfrentan, entre las cuales se encuentran: la falta de accesibilidad, ausencia de información precisa, carencia de profesionales capacitados, omisión de las personas con discapacidad en los debates e intercambios, entre tantos otros.
Sexo y discapacidad: mitos frecuentes
Así como creer que una persona con discapacidad solamente forma pareja con otra en iguales condiciones son muchos los mitos y prejuicios que se reproducen en este terreno y que es urgente desterrar.
Principalmente, una generalización tiene que ver con la falta, negación o ausencia de vida sexual activa, perpetuando un modelo compasivo y reduccionista. Un sentido común que descree de la posibilidad de las personas con discapacidad de sentir deseo y hasta de tener una pareja casual.
La intimidad también forma parte de la vida de las personas con discapacidad y existen múltiples apoyos y herramientas que habilitan esa posibilidad. Como cualquier persona, son capaces de sentir deseo.
Por otro lado, es necesario tener en cuenta que, más allá de la sexualidad existe una tendencia a considerar que las personas con discapacidad resultan ser una “carga” en cualquier pareja y que generará dependencia así como pérdida de autonomía, inclinándose a una “lógica de cuidado”.
¿Cuántas parejas vemos en la calle en las que una de las personas tenga discapacidad? Los avances en materia de discapacidad hacen posible el surgimiento de más herramientas que posibilitan la cada vez más independencia de las personas con discapacidad (si el entorno lo permite).
Por eso, adaptar las maneras y abrir la mente hacia otras formas de sexualidad y pareja parece ser una opción real hacia una verdadera inclusión que contemple la diversidad.
Estereotipos de género y discapacidad
Frente a esto resulta esencial referirnos a los estereotipos ligados a género que implican pensar a las mujeres con discapacidad no solamente como mujeres asexuadas sino como incapaces de maternar y formar familia e, incluso, tomar decisiones sobre su propia vida. Esto evidencia un incumplimiento al derecho en cuanto a salud sexual y reproductiva.
Son muchas las mujeres con discapacidad que padecen violencia o no se las involucra en las decisiones en cuanto a su cuerpo y salud reproductiva, cuestionándose su capacidad de ser madres.
La maternidad también es un asunto controvertido que amerita debatir si queremos aspirar a la igualdad de oportunidades para todas las mujeres. Respetar su derecho a la maternidad y liberarse de prejuicios tiene que ver con facilitar información, accesibilidad, acompañar en el proceso y generar entornos donde todos los tipos de maternidad sean posibles en lugar de plantear discursos que profundizan la estigmatización y discriminación del colectivo.
¡Chau, prejuicios!
¿Cómo podemos, cada uno desde su lugar, colaborar para que la sexualidad de las personas con discapacidad deje de ser negada y pase a ser reconocida y visibilizada?
Percibirlas como seres sexuados y desdramatizar el asunto es un desafío que involucra no solamente al ámbito educativo, responsable de generar políticas tendientes a la aceptación de la diversidad, sino también a los medios de comunicación. Se debería apostar a mayor visibilidad de cuerpos diferentes, sobre todo en ficciones, donde sigue predominando el cuerpo ideal que responde a un modelo de belleza instaurado históricamente.
Naturalizar a los cuerpos con discapacidad en situaciones íntimas desde la visibilidad puede ayudar a que futuras generaciones incorporen actitudes más inclusivas y que una persona con discapacidad sea contemplada dentro de ese abanico de personas que se pueden elegir a la hora de tener pareja o tener relaciones sexuales.
Por último, son las familias de las mismas personas con discapacidad las encargadas de incentivar y fomentar una construcción de identidad positiva que tenga en cuenta a la sexualidad como un derecho.
Dentro del modelo social de la discapacidad hacia el cual deberíamos enfocarnos, centrado en la eliminación de los obstáculos que la sociedad impone a las personas con discapacidad, debería ser garantizado el derecho a acceder a la sexualidad en tanto involucra un aspecto fundamental para cualquier ser humano y forma parte del camino para promover una óptica de la diversidad donde todas las personas sean aceptadas, no importa su condición.