Eduardo Gularte: “Arenero de la vida”

Por Eduardo A. Gularte –

Con cuatro tablas y unas estacas, tal vez se puedan hacer muchas cosas, sin embargo una tarde al volver de la escuela, encontré a un costado del patio una obra rustica creada para crear.

Mi padre tenía ensamblada una forma que contendría mis días por muchas horas. Por más simple que pareciera aquello, dejo en su interior la magia para despertar mi interés de niño. Tal vez, sacó la infancia de su interior para hacer aquel proyecto.

Como del centro de una playa virgen emergía un castillo, con almenas para espiar y huecos para esconder soldados. Ahora que lo veo con el desgaste de los años pasados, ese recuerdo parece tener los colores intactos aun, son los colores de un recuerdo feliz, que no pudo sucumbir al olvido.

Ese día deje el portafolios , no había mochilas por ese entonces, y me quite el guardapolvo para entregarme al juego. Con muy poco dinero habían entregado a mis manos, un tablero perfecto para desarrollar mi imaginación.

Aquel cajón de arena, podía convertirse en trinchera de soldados, en un pueblo del oeste o en una fortaleza contra los indios. Todo estaba librado a lo que pudiera imaginar.

Se acarreaba el agua, en las latas de conservas de duraznos, desde la bomba junto a la pileta del patio, y podía servir para humedecer la arena y darle forma, o también para crear una laguna que pronto se secaba.

Las pistas de autos allí, cambiaban de forma casi a diario, y el único requisito para que me permitieran jugar, era que me sacara las zapatillas afuera de la casa para no entrar con arena en los pies.

En ese arenero me sentía un rey sin corona, tenía algo para mostrar que no era fácil de comprar en un mercado y si algo salía mal podía desarmarlo y volver a empezar.

Ojala la vida fuera para nosotros un gran cajón de arena donde poder crear y si no conseguimos lo que fuimos a buscar, poder desarmarlo con las manos y volver armar algo nuevo. Pero en este gran tablero de arena, somos millones los granos y cada uno se acomoda a su manera, a veces las manos que no se ven, humedecen y dan forma a los granos para formar parte de una misma figura, y cada grano apoya su cara con la del otro para no dejar huecos que los separen.

Aunque a veces sea difícil sostenerse y algo ya no ensamble, y todo se derrumbe, todavía tengo a mi padre para darle las gracias por aquel arenero que formó mi vida. Y cuando ya no lo tenga, tendré las manos que no se ven del otro lado, esperando a humedecer la arena, para darle forma y poblar las estrellas.