Una forma de decir: la danza

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Por Elvira Yorio* –

El lenguaje de la danza precedió al lenguaje hablado. Hay testimonios antiquísimos que así lo indican. Por ejemplo: En África, cerca de Jamestown, pueden verse las paredes de las cavernas del “Valle del Arte” pintadas por los bosquimanos. Allí se conservan cientos de figuras de bailarines. En Francia, (gruta Trois Freres, prehistórica) se aprecia la representación de una danza de hechiceros. También el antiguo Egipto guarda testimonios de la danza. Por ejemplo, en la tumba de Zeser-Ka-Sonbe, Tebas, apareció una pintura de músicos bailarines. Históricamente se la vincula con ceremonias dedicadas a deidades y con ritos relacionados a la caza. Estas y otras pinturas rupestres, parecen demostrarlo. Es evidente que los movimientos de los cuerpos constituyeron, en principio, una forma de lenguaje y de comunicación entre las personas, o entre éstas y los dioses que invocaban. Poco a poco, esta forma de expresión va evolucionando, hasta convertirse en arte. Es probable que haya nacido como tal en Grecia y Roma, pero los expertos señalan a la época del Renacimiento como el momento en que adquiere perfiles de arte escénico. Es recién en el siglo XVII cuando adopta carácter de disciplina, con normas propias y especiales técnicas, muchas de las cuales aún hoy se mantienen. Ello no significa que ese arte haya permanecido estático, pues transcurrido el tiempo, una renovación radical rompió los moldes clásicos, e introdujo cambios sustanciales en el modo de bailar. A fines del siglo XIX surge la danza moderna y más adelante la danza contemporánea que, al propiciar una absoluta libertad de formas y abjurar de las reglas rígidas de antaño, reconoce el influjo de costumbres africanas. Tal como ocurriera con otras manifestaciones artísticas, también en la danza se produce una rebelión contra aquellos cánones laboriosamente elaborados, impuestos y aprendidos a través de una estricta disciplina. Isadora Duncan, estadounidense radicada en Inglaterra y luego en otros países, fue una de las innovadoras que sorprendería al mundo con su propuesta de modificar absolutamente el baile escénico imperante hasta ese momento. Desde pequeña sintió una fascinación por el mar y sus peculiares movimientos, y ello la llevó a incorporarlos a su danza: descalza, con el pelo suelto, envuelta en una ligera túnica… Impuso la libertad como un culto: desde el amor, fuera de todo vínculo legal, hasta el supino desprecio por las incómodas zapatillas de punta o el pelo recogido o el apretado corsé y la estrecha vestimenta con volados de tules, en lugar de faldas…Por supuesto, tal actitud suscitó cálidas adhesiones y acerbas críticas pero, indiferente a la opinión ajena, se definió como una bailarina única y original. Triunfó nada menos que en Rusia, país generador de tantas figuras eximias dedicadas a ese arte, que ejercitaban el clasicismo es su más pura y extrema acepción. Deseó fervientemente compartir y trasmitir su concepción artística y fundó escuelas de danza. Hizo de la transgresión una forma de vivir, aunque no pudo eludir las tragedias que signaron su existencia, en su niñez, luego la muerte de sus hijos y finalmente la suya propia en un accidente absurdo. Dejó su imborrable impronta.

Contemporánea de Isadora Duncan, otra mujer estadounidense revolucionaría el mundo de la danza, Martha Graham, privilegió las emociones y su libre exteriorización, por sobre la uniformidad y mínimas posibilidades de improvisación del ballet clásico. Comenzó a trabajar con los movimientos básicos de contracción y relajación. Se sirvió de estos elementos para desarrollar una técnica muy especial, centrada en las emociones. Sus aportes trastocaron lo conocido. Se dice que ella cambió la danza, tal como Stravinsky transformó la música. En algunas ocasiones, sus talentos se encontraron, como cuando bailó “La consagración de la Primavera” polémica composición del genial autor ruso. La encarnación de la joven virgen que, en sacrificio ritual, se inmola bailando sin cesar hasta caer muerta, fue antológica y le abrió a la bailarina los mejores escenarios. Ella misma creó muchos espectáculos coreográficos, reinterpretando las tragedias griegas de las cuales era admiradora. Eximios artistas representaron sus creaciones, entre ellos, Rudolf Nureyev, Maya Plisetskaya, Mikhail Baryshnikov, Margot Fonteyn y otros. Inventó el drama bailado, aunque ella-a diferencia de Isadora- fue muy feliz con Louis, su amante y mentor musical. Parecía liberar enorme energía de su cuerpo; verla saltar y caer al piso con un perfecto control, era deslumbrador… Representaba el amor, la muerte, la agonía, la pasión y el éxtasis…Esa libertad para ocupar el espacio escénico, exhibiendo descarnadamente y con toda fidelidad la angustia existencial, conmovía, pues ella era actriz en igual medida que bailarina y creó un original y propio vocabulario corporal.

Entre nosotros, hubo una bailarina, discípula de la Graham, cuya personalidad excepcional determinó que no solo fuera reconocida por su arte, sino por su magnífica obra: María Fux. Utilizó los cuatro elementos de la danza moderna, cuerpo, energía, espacio y tiempo, para imprimirles una coordinación basada en el equilibrio. Creó un método de sanación propio, la danzaterapia, incardinando la danza en la psicología.  Esbozó su pensamiento en el libro “Danza, experiencia de vida”. Como lo dice alguna de sus biógrafas (Deborah Lima):” la práctica creada por María Fux ubica al movimiento en el potencial creativo que todo ser humano lleva adentro, independientemente de las diferencias físicas, cognitivas o intelectuales.” Durante décadas aplicó ese método con niños y adultos afectados por el síndrome de Down y en general personas con discapacidades físicas y mentales. Por cierto, fomentó en sus alumnos, sin distinción alguna, una práctica colmada de subjetividad, los incitaba a liberar sus emociones reprimidas, a moverse inspirándose en la naturaleza, a privilegiar la espontaneidad que pudiera emerger en cada uno…con sorprendentes y positivos resultados.

Otro de nuestros más conspicuos representantes de la danza en su más elevada expresión, es Julio Bocca. Al igual que Baryshnikov, comenzó brillando en el ballet clásico, para incursionar después en la danza contemporánea. En un principio, parecía que ambas formas eran opuestas e irreconciliables, sin embargo, no fue así. La prueba más palmaria de ello: “Adiós hermano cruel”, espectáculo único que protagonizó con la extraordinaria bailarina Eleonora Cassano, en inolvidable performance, con el que se despidió de la actuación. Esa pieza, había tenido enorme impacto popular en su versión cinematográfica, y provino de una antigua obra de teatro que John Ford escribiera en 1629 (“Lástima que sea una puta”). Es un drama que narra las vicisitudes de dos hermanos, que se consumen en la hoguera de sus prohibidos amores incestuosos. Trasladar esas vivencias al cine o al teatro es relativamente fácil, pero representarlas en un ballet no parece tan sencillo. No obstante, la pasión, la angustia, el alto voltaje erótico que campea en la obra, pudo ser fielmente representado por esa excepcional pareja, que supo trasmitir una fenomenal carga emocional. Se conjugaron el virtuosismo de los bailarines, con la indispensable cualidad actoral que la obra exige. Quedó demostrado que el ballet no es solo danza, sino que, muchas veces, implica la interpretación de una historia, pues suele apoyarse en un argumento. Se pudo apreciar que los bailarines contenían la respiración mientras se elevaban, en lo que pareció un claro desafío a la ley de gravedad, permaneciendo suspendidos en el aire para volver a un inverosímil punto de apoyo. Inolvidable espectáculo y antológica interpretación. 

En esta breve semblanza de la danza y sus cultores, no podemos omitir la mención de un gran bailarín argentino, cuyo personal estilo nos deslumbró en los años setenta, Jorge Donn, dilecto discípulo de María Fux. Muy joven integró una de las compañías de ballet más prestigiosas del mundo: la de Maurice Bejart, con el que trabajó durante más de treinta años. Ambos, creadores de exquisita sensibilidad, recorrieron los más exigentes teatros con enorme suceso. Aunque formado en la Escuela de Danzas del Teatro Colón dentro del clasicismo, su posterior aprendizaje con Renate Schottelius lo vinculó con la danza moderna. Su interpretación del “Bolero de Ravel” en el film de Lelouch “Los unos y los otros” lo catapultó a la fama. Ese ballet había sido originariamente concebido para una mujer y muchas divas de la danza lo incorporaron con éxito a sus repertorios, pero Jorge Donn arrasó con todo lo hecho hasta entonces. Esa sensualidad contenida en la música, se suelta paulatinamente, y provoca una tensión creciente que, minuto a minuto, va invadiendo el espacio sonoro y ganando intensidad, pareció apoderarse de su cuerpo en la insistencia del tema musical que se repite de un modo hipnótico, hasta llegar a la apoteosis final. Su extraordinaria versión, representada en la limitada superficie de una mesa, nunca fue superada. Formó una genial dupla con Maya Plysetskaya e interpretaron con resonante suceso “Leda y el cisne”, de Bejart, entre otras memorables actuaciones que constituyeron un derroche de talento pocas veces igualado.

 Ya que la mencionamos a Maya Plysetskaya, bailarina del Bolshoi de Moscú, recordaremos que fue un ícono del ballet clásico, pero su versatilidad le permitió la interpretación de los personajes más disímiles. Uno de los fundamentos para la concesión del Premio “Príncipe de Asturias”, consideró que convirtió a la danza en una forma de poesía en movimiento. Nunca mejor expresada la característica de su arte incomparable. Eximia representante del ballet clásico, adquirió renombre internacional por su interpretación durante más de cincuenta años de “El lago de los cisnes”, aunque después interpretó con igual maestría danzas modernas. Tuvo una infancia difícil. Más tarde, sería perseguida políticamente, como su padre, fusilado por orden de Stalin y su madre recluida en un campo de concentración. Sublimó esas tristezas en la danza, a la que se dedicó con cuerpo y alma. Escribió sus memorias en el libro “Yo, Maya Plysetskaya”, traducido a varios idiomas.

Vaslav Nijinsky, Paloma Herrera, Marianela Núñez…y tantos otros talentosos bailarines que omitimos nombrar, han hecho un valioso aporte al arte custodiado por la diosa griega Tepsícore.  

 Dicen que el arte es sanador. Tal aseveración hasta posee respaldo científico. Lo cierto es que los grandes artistas que evocamos, tuvieron (más allá de los imponderables del destino) una vida larga y plena. Martha Graham recién abandonó los escenarios a los 82 años, y siguió bailando en la intimidad de su hogar hasta los 95. María Fux, lo hizo hasta avanzados los noventa, y vivió hasta los 101 años sin declinaciones importantes que condicionaran su vida. Maya Plysetskaya se retiró del escenario después de cumplirlos 80 años, y vivió hasta los 89… ¿Deberíamos considerar la posibilidad de bailar? además de sanador, es divertido…  Libera adrenalina y tiene un efecto neurológico muy benéfico, ya que activa los neurotransmisores que generan serotonina. Con esto, se alivian las tensiones, mejora la coordinación, se fortalece la memoria, se estimulan las emociones…   Y para los que ya no podamos danzar…pues, nos deleitaremos admirando los espectáculos de ballet. Hay para todos los gustos: el clásico y el no clásico, no importa su carácter, ni sus técnicas, solo su calidad artística.      

*Colaboración para En Provincia.           

Fotografía: https://pixabay.com