
Por Guillermo Cavia –
En una ciudad grande es difícil poder conocer a la gente, por lo general uno lo hace a través de, por recomendación, por amistades. Incluso cuando más densidad de población hay, se dificulta registrar a las personas que están en la misma cuadra que habitamos.
Ser seres de una gran ciudad puede generar lo que se denomina aislamiento, no como un fenómeno social, sino que puede darse de varias formas. Como ir a una fiesta y sentir que uno no conoce a nadie. Para no entrar en esa atmósfera es necesario encontrar empatía con semejantes, ser solidarios, poder sentir la integración. Ser parte, explorar, buscar encontrar el reconocimiento de las otras personas.
En poblaciones más reducidas de habitantes, es corriente conocer cada rincón. Se sabe que esa almacenera tiene el mejor fiambre, que la médica que atiende a la abuela de Juan, es excelente. Que no hay como el pan de “La Esperanza” y ni hablar de los quesos que hacen en lo de Miguel.
Todo ese preciso detalle, en las ciudades más grandes, necesita una recomendación, porque el azar muy rara vez hace su mejor parte. Es así como se puede llegar al taller “Rodríguez Street Cars”.
Dos mil kilómetros atrás de este relato, es necesario contar que el auto de esta historia, da aviso que era necesario llevar el vehículo a reparar. La falla comenzó exactamente en el tiempo que las personas buscan para relajarse y olvidarse de los problemas. Lo que se denomina “vacaciones”.
Dos mil kilómetros después, en una concesionaria de la ciudad de La Plata, solo por ver el auto a través de un scanner cobraron $ 5000. El primer despropósito. Luego llegaría el veredicto cuya cifra de arreglo era proporcional a la idea de la empresa y su necesidad de números grandes.
Dos opciones: parar el auto o tratar de llegar a alguien que tenga ganas de hacer las cosas bien y que encima de todo eso, sea honesto. Porque hay palabras que en vez de ser valoradas y utilizadas por la sociedad, se menosprecian y carecen de identidad.
A las mejores personas se llega por referencias, debido a un buen trabajo realizado o porque alguien tuvo una buena experiencia. Es así que un número de WhatsApp hizo la conexión necesaria con Agustín Rodríguez. La respuesta fue casi inmediata: “Lo ponemos en el scanner y vemos que es lo que tira, ver dónde está la falla”, dijo Agustín, cosa que hizo a la mañana siguiente, para en menos de 10 minutos tener el diagnóstico del vehículo. La utilización del scanner fue parte de un servicio gratuito, a partir de ahí la clienta o el cliente tenían liberada la decisión, podían arreglar el auto allí o ir a otro taller mecánico.
Agustín en un joven, que se le nota las ganas de trabajar. Lo hace desde que tiene 13 años, comenzó casi como jugando, pero la mecánica se hizo su profesión. Al principio se dedicó a las motos, luego pasó a los autos.
Uno le ve andar con soltura en su ámbito, se puede observar que ama lo que hace y tiene mucho conocimiento. Con 18 años entró a trabajar a una concesionaria de La Plata y más tarde inició su propio “taller a domicilio”. Cada tanto se lava las manos en una pileta, mientras habla con las personas que lo consultan por una cosa u otra. Siempre es cordial y en la mirada de los demás se puede entender esa buena manera de andar y de ser.
Hace cinco años que su papá, Walter, lo ayuda en las tareas. Es un buzo profesional que ahora se dedica a los fierros y acompañar al hijo. Se llevan bien y trabajan juntos en las reparaciones de los distintos vehículos. Un tiempo de padre e hijo, ocupados, compartiendo tareas y seguramente mucho más que eso.
El Ingeniero Humberto Pellegrini le impartió a Agustín la sabiduría necesaria para poder resolver los problemas, que a diario se presentan en un oficio así. Una rotura, un ruido, un desperfecto difícil de determinar, un automóvil que no quiere arrancar. Todo es como un rompecabezas que debe ser armado y es, exactamente allí, cuando es necesario tener la sapiencia precisa para poder resolver.
Agustín sigue estudiando y está realizando un curso de “Inyecciones Programables” porque la tecnología no descansa y siempre hay cosas nuevas para aprender y resolver. Hace 18 años que trabaja de mecánico, en ese tiempo, que ahora comparte con su familia, su esposa Florencia, su niña Amalia y el niño Salvador.
Quizás no lo sepa, pero en los nombres de su linaje hay una guisa precisa, porque Florencia significa la flor más bella, Amalia la fuerza, el vigor, la bravura, Salvador que simboliza el que salva y Agustín, lo majestuoso. Los nombres y el destino suelen hacer su camino bajo el tiempo que nos toca.
Es justamente la familia y la pandemia que lo sacaron de las carreras de moto cross, en donde competía desde los 12 años, porque la pasión por la mecánica surge en la preparación de las máquinas. Las motos y un Fiat Uno para picadas en el autódromo, que porta 415 caballos.
En una ciudad como La Plata, poder encontrar un joven con ganas de hacer, trabajador, honesto, inteligente, que ama a su familia, es parte de un milagro de Navidad. En el ámbito laboral Agustín armó una pizarra, allí cuelgan los dibujos de Amalia y los trabajos en tiza de ella y de Salvador. Todo ocupa el espacio de las cosas buenas.
Seguramente otras personas son así, pero no es fácil poder ubicarlas, pero eso desde esta columna creo que la historia merecía ser contada. “Rodriguez Street Cars”. WhatsApp 221 6101310.