
Estudiantes de la Carrera de Tecnicatura Superior en Gestión Penitenciaria para la Inclusión Social, realizaran historias escritas en base a las imágenes que aquí se publican.
La experiencia se realizará con la materia Taller de Lectoescritura, Comprensión de Textos y Oralidad. Comisión D.
Cada estudiante contará la historia en base a la imagen que le toca según la terminación de su DNI.
DNI terminados en 0
Historia de Elías Alarcon: “La presencia del reloj”
En un pequeño pueblo donde no habitaban muchas personas José y su familia trabajaban en su campo, tienen su propia huerta. Así mismo sus clientes de confianza .el cliente mas reconocido de ellos se llama Roberto que se considera mejor amigo de José, es camionero y su trabajo es comprarle cajones de verduras en cantidad y revender en verdulerías de la ciudad.
Una tarde Roberto les lleva un reloj antiguo de regalo para José y su familia .al recibir el regalo José y su familia estaba muy agradecida lo instalan en la cocina de su casa como decoración antigua sin imaginar lo que vendría. A los pocos días, el reloj comenzó a marcar mal la hora y siempre se detenía a las 19:10 pm . Al principio no le dieron importancia hasta que comenzaron a oír susurros y voces por las noches sintiendo una presencia extraña por la casa.
Jose , inquieto le pregunta a su amigo, por el reloj, preocupado por el tema de su casa, y le comenta la situación sin entender mucho a lo que Roberto puso una excusa diciendo que tenía que irse a su casa, sin dar de hablar el tema. mientras los días pasaban los susurros y voces, iban empeorando y asustando cada vez más a la familia. Al tercer día José cansado de tener a su familia asustada, saca el reloj de su casa, y lo lleva afuera de una iglesia abandonada, cerca de su pueblo y desecha el reloj .
Vuelve a su casa con su familia, antes de qué sea de noche, pensando que por fin sus problemas se iban a solucionar sin el reloj en la casa. pero a la hora de dormir, cuando anochece, se da cuenta que se escucha el sonido del reloj, aunque ya no esté en la casa. Teniendo que aprender a convivir con susurros y voces y el sonido del reloj.
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Historia de Katherine Daiana Peralta: “El reloj de la familia”
En una tarde de otoño Juan recordaba el día en que su abuelo le regaló un reloj que había pertenecido a su familia durante generaciones, era un objeto valioso por los recuerdos y la historia que llevaba. Después de la muerte de su abuelo Juan heredó el reloj y lo guardó como un tesoro muy valioso para él.
Tiempo después Juan se mudó a una nueva casa y en el proceso de traslado su mujer cometió el error de guardar el reloj en una caja que estaba destinada a un hogar de niños. Una vez instalados en su nueva casa comenzaron con la instalación de sus pertenencias, en todo el proceso Juan se da cuenta que no encontraba el reloj, desesperado empieza a buscarlo y al no encontrarlo decidió hacer folletos en los cuales ofrecía una recompensa de 1.000usd para quien encontrará su valioso reloj.
Al día siguiente recibió una llamada de un hombre el cual era el director del hogar de niños, diciéndole que tenía en sus manos el reloj que se reclamaba en los folletos.
Inmediatamente Juan sin dudar se dirigió al lugar donde allí se encontró con el hombre que había hablando por teléfono. Con mucha emoción recibe su reloj y procede a darle la merecida recompensa al director del hogar el cual iba a usar el dinero para mejorar la institución, el mismo estaba muy conmovido por la alegría de Juan y procede a preguntarle: ¿Cuál es el valor de ese reloj?
Inmediatamente la respuesta fue “su valor es incalculable porque es y fue parte de mi familia por generaciones”. Una vez terminada la conversación Juan vuelve a su casa sintiéndose muy feliz y el hombre más rico del mundo, porque había recuperado el objeto más valioso que podía tener.
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DNI terminado en 1
Historia de Sofía Maylen Fernández: “El último café y el adiós silencioso”
La luz del sol entraba por la ventana de la oficina, rebotando en las superficies blancas y brillantes. Sobre uno de los escritorios, un vaso rojo lleno de lápices ordenados ponía el único toque de color en aquel entorno minimalista. El murmullo constante de una iMac encendida completaba la escena. Allí trabajaban Lucía y Martín. Eran conocidos por su eficiencia, sí, pero también por la calidez que llevaban a cada rincón de la oficina. Llegaban juntos cada mañana, se servían café casi al mismo tiempo, compartían ideas frente al monitor y reían con una complicidad que todos notaban. No hacían falta muchas palabras entre ellos; una mirada bastaba para saber lo que el otro pensaba.
No eran pareja, al menos no oficialmente, pero su conexión era innegable. Con el tiempo, esa rutina se volvió el alma del lugar. Pero nada dura para siempre. Los últimos meses trajeron nubarrones. La empresa, golpeada por la economía, comenzó a recortar gastos. Llegaron nuevos directivos, nuevas metas, y con ellas, una presión asfixiante. El entusiasmo de Lucía y Martín empezó a apagarse lentamente, como una vela que se consume en silencio. Entonces, una mañana cualquiera, llegó la noticia. El jefe los llamó a su oficina. Su rostro era serio, su voz firme. Solo podía quedarse uno. El presupuesto no alcanzaba para los dos. No había más opciones. Esa noche, cuando todos se habían ido, Lucía y Martín se quedaron. No hablaron mucho. La luz del monitor iluminaba sus rostros cansados. Se miraron, compartieron un par de frases sueltas, y tomaron una decisión. A la mañana siguiente, la oficina parecía la misma. El teclado estaba en su sitio. El café, servido. Los lápices, perfectamente alineados en el vaso rojo. Pero Lucía y Martín ya no estaban. Sobre el escritorio, dejaron una única nota: ‘Gracias por todo.’
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Historia de Sofía Milagros Acosta: “El misterio de la oficina”
Eran las ocho de la mañana de un 17 de julio cuando el detective Hugo llegó a la oficina de diseño. A primera vista todo parecía normal como cada mañana, pero algo en el aire le decía que no era así, frente a la computadora estaba Sergio, uno de los diseñadores, sin vida.
El lugar estaba en orden como si nada hubiera pasado, no había señales de luchas ni nada por el estilo, solo había una taza a medio tomar y un vaso lleno de lápices de colores. Parecía que Sergio se había quedado trabajando hasta tarde.
- ¿ Quien fue el último en verlo? Pregunto el detective Hugo
- – Yo respondió Valentina, la secretaria – Me dijo que no se iba a ir hasta terminar un diseño muy importante
Hugo se acercó a la computadora, el teclado tenía una marca que parecía un polvo, pero no era un polvo común. Abrió el último archivo que Sergio había guardado este se llamaba “El final del misterio”
Era una imagen en blanco y negro con un nombre escondido entre sombras y muy pequeño “A. Vera” en ese mismo momento Hugo recordo a Ana Vera quien había sido despedida meses atrás por Sergio.
- ¿Ana volvió por acá? Pregunto Hugo.
- Si – dijo Valentina. – Volvió diciendo que quería arreglar las cosas.
Más tarde revisando el escritorio de Ana, encontró el mismo archivo guardado en su computadora con el mismo nombre de “El final del misterio”, pero eso no era todo, en su cajón se encontró con la clase de polvo que había visto en el escritorio de Sergio, era veneno.
Ana había vuelto, pero no para pedir disculpas ni con la mejor de las intenciones. Hugo resolvió el caso ese mismo día, El archivo y el teclado le dieron todas las pistas que necesitaba.
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DNI terminado en 2
Historia de Franco Emil Escaich: “El hombre que caminaba”
Esta es la historia de un hombre solitario. Cada mañana él se levantaba de la cama para tomarse su café, al mismo tiempo que fumaba, mirando a través de su ventana acompañado de su perro de edad avanzada. Le gustaba escuchar los pájaros cantar, las mariposas revolotear sobre las flores, y sentir el aroma a pasto.
Él no comía mucho, ni salía a ningún lado, prefería quedarse todo el día mirando por su ventana. Un día, su perro se enfermó gravemente, lo cual hizo que el hombre se asustara mucho, así que decidió llevarlo al veterinario. Estando allí, le dieron la noticia de que no le quedaba mucho tiempo de vida, que disfrutara lo más que pueda. El hombre volvió frustrado, triste y con miedo a su hogar. Intentaba dormir pero no podía, llegada las 3:00 de la madrugada dejó de intentar. Prendió un cigarro y volvió a la ventana.
A lo lejos, el hombre divisó una figura, una sombra con una forma extraña, era entre humanoide y, al mismo tiempo, angelical, que se acercaba a él, cuando de repente, en un abrir y cerrar de ojos, se le posicionó cara a cara. “Es horrible” pensó. El mismísimo diablo se le había aparecido. Este espécimen le cubrió la boca, y con voz sombría le dijo “Te tengo un trato; te ofrezco 50 años más de vida para que tu moribundo perro y tú pasen juntos, y deberás caminar siempre a su lado. Pero, pasado ese tiempo, me llevaré primero su alma y luego la tuya”. El hombre sin pensarlo mucho aceptó. No se imaginaba el resto de su vida sin su compañero. Y fue así como él, que nunca salía de su casa, pasaría estos últimos años caminando junto a su ser más querido, hasta que llegara la hora de ambos.
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Historia de Leonel Peralta: “El viajero solitario”
Un joven llamado Leonel peralta, llevaba consigo una mochila en la espalda y una camisa desgastada emprendió un viaje solitario por un camino que atravesaba montañas verdes y valles tranquilos. Su objetivo era encontrar paz y reflexión en la naturaleza.
Mientras caminaba, Leonel peralta se encontró con paisajes diferentes y criaturas feroces. Se detuvo a observar un río cristalino, luego se revelo una tormenta y se refugió en una cueva durante la tormenta y compartió una hoguera con un anciano sabio que le contó historias de la región. Con cada paso, Leonel peralta se sentía más conectado con el mundo natural y consigo mismo.
Después de días de caminar, Leonel peralta llegó a una cima desde donde se veía un valle extenso y hermoso. Se sentó en una roca, sacó un cuaderno de su mochila y escribió sobre su experiencia. Sintió una profunda sensación de paz y renovación, sabiendo que el viaje había cambiado su perspectiva sobre la vida. Con una sonrisa, comenzó el descenso, listo para enfrentar nuevos desafíos con una mente más clara y un corazón más ligero.
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Historia de Luciano Joaquín Paniagua Kibiscen: “El sendero de Tomás”
Tomás se levantó bien temprano, con los primeros mates ya listos y la mochila armada desde la noche anterior. Hacía rato que venía con ganas de despejarse, de irse un rato del quilombo diario, y ese sendero de montaña que su abuelo le nombraba de chico le venía dando vueltas en la cabeza. “Ese camino me enseñó a escuchar el silencio”, le decía el viejo mientras cebaba, como si hablara de un secreto que nadie más conocía.
Salió sin apuro, con jeans, camisa y las zapatillas más confiables que tenía. No había nadie alrededor, solo él y la montaña. Al principio caminó pensando en mil cosas a la vez: el laburo, las cuentas, las peleas sin sentido, todo eso que uno guarda sin darse cuenta. Pero a medida que avanzaba, fue aflojando.
Empezó a notar detalles que en la ciudad se pierden: el olor a pasto húmedo, el canto de un zorzal, el sonido de sus pasos en la tierra. El aire limpio le iba limpiando también la cabeza. Por un rato se olvidó del reloj, del celu, del mundo entero. Era solo él y ese paisaje que parecía sacado de otro planeta.
En un punto, el camino se abría y se veía todo el valle desde arriba. Tomás se sentó en una piedra, sacó una fruta de la mochila y se quedó mirando. Ahí, en ese silencio tan puro que hasta dolía, entendió lo que quería decir su abuelo. El silencio no era de afuera, era de adentro. Y en ese momento, sin nadie que le dijera nada, entendió que no hacía falta llegar a ningún lado. Estar ahí, caminando, era suficiente.
Volvió con otra cara. No había cambiado el mundo, pero él sí. Y eso, para Tomás, ya era un montón.
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DNI terminado en 3
Historia de Alan Marozzi “Donde nacen las alas”
En lo profundo del bosque vivía Tinkerbell, un hada artesana. A diferencia de otras hadas que lanzaban hechizos o volaban con brillos mágicos, ella reparaba lo roto, creaba herramientas con hojas y engranajes, y construía belleza con paciencia. Su taller de madera estaba lleno de objetos hechos con amor y dedicación, y su vestido, hecho de hojas verdes, hablaba de una conexión con lo simple, con lo esencial.
Tinkerbell no necesitaba palabras grandilocuentes. Su magia estaba en el detalle, en el trabajo silencioso que muy pocos valoraban, pero que sostenía el mundo. Con sus manos pequeñas y firmes, lograba lo que muchos creían imposible: reconstruir lo que otros daban por perdido.
Un día, su calma fue interrumpida por la llegada de alguien distinto. No era un hada, ni un animal del bosque. Era un humano. Alguien que empezaba un camino exigente, lleno de normas, estructuras y silencios. Sus ojos hablaban de lucha, pero también de cansancio. No era un héroe. Era alguien como ella: comprometido con una tarea silenciosa, hecha de esfuerzo y responsabilidad.
Ella lo miró con comprensión. No le ofreció varitas ni conjuros. Solo le mostró lo que había aprendido con los años: que el verdadero poder está en seguir construyendo, incluso cuando todo alrededor parece quebrarse. Que la artesanía del alma también se trabaja con constancia, y que cada engranaje interno, por pequeño que parezca, tiene un propósito.
Él regresó a su mundo sin llevarse nada en las manos, pero con algo nuevo en el corazón. Desde entonces, cada vez que enfrentaba un día difícil, recordaba al hada artesana. No por su magia, sino por su forma de resistir creando. Porque entendió que, como ella, también podía construir desde el compromiso, la vocación y la esperanza.
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Historia de Maite Bustos: “Hada guardiana”
Desde que tengo memoria, supe que era distinta a las demás hadas del bosque. Mientras muchas jugaban entre flores o bailaban con colibríes, a mí me fascinaba entender cómo funcionaban las cosas. Un día, los ancianos me confiaron una gran responsabilidad: cuidar el Engranaje Verde, un artefacto antiguo que equilibra la magia de nuestro hogar.
Al principio, sentí miedo. El engranaje era pesado, frío y misterioso. Lo llevaba siempre conmigo, atado con correas de cuero de hoja y acero encantado. Aunque parecía solo un objeto, vibraba con la energía del bosque. Siempre me acompañaban mariposas verdes, como si entendieran la importancia de mi misión.
Una mañana, en mi rincón favorito del bosque, el engranaje empezó a girar solo. Las ramas temblaron, los pájaros huyeron y el cielo se oscureció. Corrí hasta el corazón del bosque y encontré una grieta en el suelo: la magia se escapaba. Sin dudar, coloqué el engranaje en el centro, lo sostuve con todas mis fuerzas y dejé que la energía fluyera a través de mí.
Dolió, pero lo logré. El bosque volvió a la calma y el engranaje quedó sellado en la tierra, brillando. Desde entonces, ya no lo llevo conmigo, pero sigo siendo su guardiana. Ahora sé que no necesito tenerlo en mis manos para protegerlo… porque su magia vive dentro de mí.
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Historia de Milagros Abril Arias: “El comienzo de una nueva hada”
Por cada primera sonrisa de un bebe nace un hada, que en una flor se transporta al árbol celestial donde se crea su mayor valor, el polvillo.
Era un día común en el árbol cuando de pronto llega una flor, todas las hadas sabían el significado de esa llegada, rápidamente se juntaron con la reina para darle la bienvenida. Después unos minutos esperando, la figura de la flor empezó a desaparecer y comenzó a despertar la pequeña hadita, todos se quedaron asombrados de lo hermosa que era, tenía unos ojos celestes que llamaban la atención, su hermoso pelo largo y rubio y un vestido blanco que reflejaba su alma pura. La reina se acerca a ella para presentarse, darle seguridad y tranquilidad, ya que para la hadita era un mundo nuevo. Cuando la pequeña ya se sintió más cómoda, la reina le puso nombre y la presento frente a las demás hadas como, Tinker Bell. Después de su presentación, la llevan al salón donde se encontraban los seis elementos, estos representan las habilidades especiales de las hadas, el agua, la luz, la jardinería, los animales, el viento y la artesanía. Tinker Bell fue pasando por todos los elementos hasta que el partillo que representaba a las hadas de la artesanía empezó a moverse, eso significaba que fue elegida. Todas las hadas artesanas le fueron a dar la bienvenida, después la llevaron a su nueva casa.
Al día siguiente las hadas artesanas la llevan a Tinker Bell a conocer todo el árbol y a mostrarle donde va a trabajar cuando sea un poco más grande. Después que terminaron de enseñarle el árbol, Tinker Bell decidió seguir recorriéndolo ella sola, ya que era un hada muy curiosa y le encantaba hacer travesuras. En el camio conoció a un hada que pertenecía a la estación de invierno llamado, Jasper. A ella le llamo ya que era un chico muy lindo, entonces muy tímida decidió acercarse para hablarle, después que se conociera, Jasper, decidió llevarla a conocer el invierno, lo que Tinker Bell dudaba en ir porque las hadas de la primavera tenían prohibido cruzar el puente para ir a la otra estación, ya que el frio para ellas podría ser muy peligroso. Pero como era muy curiosa, pensó que ir un rato no le haría nada, luego de cruzar el puente y caminar hacia el fondo del bosque, Tinker Bell empezó a sentirse mal, sentía que todo su cuerpo se estaba congelando, de repente sus manos empezaron a ponerse blancas, de sus alas salió un brillo azul y se empezaron a quebrar, Tinker Bell cerro sus ojos y cayó en el suelo con toda la nieve. Rápidamente Jasper la levanto y la llevo con las hadas enfermeras, trataron de hacer lo que pudieron, pero se dieron cuenta que ya era demasiado tarde, el frio llego a congelar su corazón. Las hadas del invierno tristemente le fueron a contar a las hadas de la primavera, todas quedaron muy asombradas y tristes por la noticia y para que no vuelva a suceder algo igual, decidieron cerrar el puente para siempre.
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Historia de Agustín Damián Morilla: “Tinker Bell y el Silencio del Tiempo”
A veces, incluso en el mundo mágico, el tiempo se detiene. No por un hechizo o una maldición… sino por el olvido.
Tinker Bell lo sintió primero en el aire: las hojas dejaron de susurrar entre sí, el viento ya no jugaba entre las ramas, y las pequeñas chispas de inspiración que solían revolotear en el taller de las hadas se desvanecían. No era tristeza. Era algo más profundo: era la pausa del mundo cuando se deja de soñar.
Guiada por una sensación que no podía explicar, Tinker Bell emprendió un viaje hacia el lugar donde nacen los latidos del bosque. No llevó herramientas, solo su intuición… y la esperanza de encontrar la causa del silencio.
En medio de la espesura, encontró una vieja cabaña de madera. No había hadas, ni magia, ni canto. Solo un reloj sin funcionar, y el eco de un tiempo que una vez fluyó sin miedo. Allí, comprendió algo que iba más allá de sus habilidades como reparadora: el tiempo no solo se mide, se cuida.
Tinker Bell tomó el engranaje, tallado con hojas, recuerdos y ternura. No era solo una pieza mecánica, era un símbolo: de paciencia, de cambio, de la necesidad de detenerse para poder avanzar.
Y en esa imagen, se la ve en silencio, sosteniéndolo con reverencia. No porque sea frágil, sino porque sabe que el tiempo, como los sueños, solo sigue su curso cuando alguien cree en él.
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DNI terminado en 5
Historia de Liliana de los Milagros López: “El subte de todos los días“
Ahí está Celeste, una joven de 20 años, solitaria en una estación de subte, esperando su subte como todos los días. Tomaba subte a dirección a su facultad, donde estudiaba medicina. Estudiaba medicina por su madre, no porque le gustaba ella, A ella le encantaba la idea de estudiar sobre números, ella quería estudiar en la facultad de ciencias económicas, pero su madre no le gustaba mucho la idea y no comprendía que la carrera la realizaba Celeste, no tenía poder de decisión, era exigente para muchas cosas y comprometida también, pero a su madre no podría enfrentarse. Entonces desde hace dos años, transcurre casi diariamente esa estación.
Celeste tiene muchas anécdotas en esa estación, la agarró cariño con el tiempo, por más que no se dirija a lo que de verdad sueña, con el tiempo ella se adaptó. De todas formas no es una chica que no valora y descuidada con los estudios, es todo lo contrario, lo hace para ser feliz a su madre y es toda su motivación.
Ese mismo día por la tarde se estaba dirigiendo a la facultad para realizar un final. Ese final era tan importante que se preparó semanas antes, estaba muy confiada a la vez muy estresada y demás está decir que también asustada y aterrada. Mientras esperaba que llegue su subte se le pasa un montón de ideas por la cabeza, pueden ser los nervios o que estaba muy saturada, nadie supo más allá de ese día.
Mientras se le ocurría tantas formas de enfrentar y decirle a su madre que no era lo que ella le gustaba, lo que quería y con los años era mentira que le iba a agradar la carrera, no quería saber nada más de ella. A lo lejos se podía notar que se acercaba su subte, era hora. Siempre pasaba el mismo horario era puntual, y Celeste estaba firme y atenta cuando llegaba, jamás llegó tarde.
Al minimizar la velocidad del subte se le pasó un pensamiento extraño, jamás lo pensó, pensaba que pasaría si daba dos pasos hacia el frente y caía, ¿moriría? Es más tendría una muerte rápida pero lenta en acción. Entonces lo llevó a cabo. Justo cuando lo realizaba detrás de ella venía su madre la que la acompañaba todos los días, presenció toda la situación.
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Historia de Milagros Priscila Encina: Milagros siempre odiaba las despedidas, por eso nunca se permitió una
Aquel día, como todos los lunes, llegó temprano a la estación. El frío llegaba a los huesos, pero ella no lo sentía. Llevaba la mochila de siempre, el abrigo rojo oscuro que le había regalado su madre, y una decisión que pesaba más que cualquier equipaje. Nadie sabía que no pensaba volver. Desde niña había aprendido a fingir que estaba bien. Que el silencio en casa no la aplastaba, que las ausencias no dolían, que las cicatrices se curaban solas. Pero había cosas que no se curan, solo se esconden. Esa estación se convirtió en su refugio. Observaba los trenes como quien mira otras vidas pasar, deseando estar en cualquiera menos en la suya. Ese lunes llevaba una carta en el bolsillo. Pequeña, doblada en cuatro partes. Era para su hermana menor, la única persona que alguna vez la miró con ternura. No decía mucho, solo: “Perdóname por no ser más fuerte. “Pero el tren no llegó. La estación se vació. Y Milagros se quedó sola, una vez más, sentada en el mismo banco donde había esperado tantas veces algo que no sabía nombrar. Ese retraso inesperado fue todo lo que necesitaba para cambiar de idea A veces, los milagros no son grandes sucesos. A veces, son trenes que no llegan a tiempo.
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Historia de Selene Rodríguez: “El comienzo de un amor”
Luz, una joven argentina de 20 años que cruzo el océano para estudiar en una universidad europea.
Todo comenzó cuando la última clase del jueves se extendió más de lo previsto, corrió por las escaleras del subte, pero cuando llego ya era demasiado tarde, las puertas se cerraron justo en su rostro, estresada por lo sucedido se fue a sentar en el asiento detrás de ella con la ilusión que llegaría otro y por fin llegar a su pequeño pero acogedor apartamento.
Minutos más tarde un joven llamado Joaquín se sentó a su lado y le pregunto si ya había pasado el subte, a lo que luz le responde que sí. Al ver el suspiro y darse cuenta por su acento que era de allí, le pregunta a qué hora pasaría el próximo, a lo que Joaquín le sonrió, pero aun con el ánimo cansado le respondió que ese era el último y que el próximo pasaría dentro de 4 horas, Luz le agradeció, aunque se notaba la desilusión en su rostro.
Los jóvenes que ya llevaban allí varios minutos habían establecido una conversación que parecía entretenida, en un momento se escucha un grujido que provino del estómago de Luz, el joven al darse cuenta le propone ir a comer y de paso mostrarle su ciudad, Luz, avergonzada y a la vez entusiasmada le dijo que sí.
Juntos se dirigieron hacia POP, el único lugar de comida rápida que estaba abierto las 24 horas. Una vez que ambos terminaron su comida Joaquín propuso ir a caminar por una calle escondida que solo algunos conocían. En el camino sus manos se rozaron haciendo que ambos jóvenes sintieran una sensación de mariposas en el estómago y un silencio un tanto incomodo, pero todo paso cuando finalmente llegaron, los ojos de Luz no podían creer lo que estaban viendo, como un lugar tan hermoso no es reconocido. Las guirnaldas de luces, el lago, la calle de adoquín, las casas con estructura antigua, parecía irreal.
Sentados en un banco frente al lago, ambos comenzaron a contar cosas de sus vidas, esa conexión que tuvieron fue como si esas almas ya se conocieran de otra vida. El tiempo paso rapidísimo, cuando se dieron cuenta ya era la hora de regresar para tomar el subte, en el camino sus manos se chocaron nuevamente, pero esta vez Joaquín la tomo y no se la soltó hasta llegar el lugar.
A penas llegaron el subte los estaba esperando, pero Joaquín no lo tomo, anteriormente le había llegado un mensaje de su jefe que lo necesitaba en la oficina. El joven tomo de las manos a Luz le dio un dulce beso despidiéndose, luego le pidió su número, a lo que Luz se negó y le propuso encontrarse cada jueves a la misma hora en el mismo lugar, así repetir la misma noche tan mágica y especial, Joaquín con una sonrisa le dijo que si y nuevamente la beso. Ambas almas se separaron sabiendo que en algunos días se volverían a encontrar. Lo que parece el final termina siendo el principio de una historia.
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DNI terminado en 6
Historia de Camila Coronel Bogado: “Los kilómetros del silencio”
Durante diez años, Dylan tomó el tren cada día. No porque le gustara, sino porque era lo único que podía pagar. Era lento, ruidoso, y siempre se llenaba de gente. A veces se detenía sin aviso en medio de la nada, otras, llegaba con una hora de retraso al lugar de destino. Pero cumplía su función: lo llevaba y lo traía del trabajo.
Al principio lo odiaba con todas sus fuerzas. Pero con el tiempo, ese tren viejo empezó a transformarse. No porque cambiara el vagón o el destino, sino por lo que pasaba dentro. La gente, las historias, las voces.
A veces, en el asiento de al lado, alguien le contaba su vida entera o alguna queja de ella, hablaban sobre futbol o política. Otras, solo compartían un silencio cómodo, mirando por la ventana cómo el mundo pasaba lento. Aprendió a reconocer a los pasajeros habituales, así como también lo era el: la abuelita tierna que siempre tejía algún regalo para sus nietos, el muchacho que dibujaba dragones en una libreta, el vendedor de empanadas que le regalaba una cada viernes.
Y algo más: los niños. Siempre había alguno en el vagón, con sus risas tan fuertes y agudas, sus preguntas sin filtro, sus juegos improvisados entre los asientos. Dylan cerraba los ojos y por un instante dejaba de ser un hombre cansado viajando al trabajo y volvía a ser un niño. Se acordaba de los viajes que hacía con sus padres cuando era chico, cuando iban a visitar a sus abuelos en el campo. El tren era aventura. Era emoción. Era mirar por la ventana durante horas, esperando ver vacas, estaciones con nombres raros, o simplemente imaginando que viajaba a otro mundo.
Esos recuerdos dulces se mezclaban con el presente y le daban al viaje una nostalgia cálida, casi como si la infancia nunca se hubiera ido del todo.
Pasaron los años. Dylan gracias a que trabajó duro todo este tiempo y ahorró cada moneda, finalmente logró comprarse el auto de sus sueños. Azul, brillante, con asientos cómodos y un estéreo que sonaba como siempre soñó. Una joya sobre ruedas. La primera vez que lo condujo sintió una mezcla de orgullo y libertad. Nadie lo apuraba. Nadie lo interrumpía. Tenía el control total sobre el horario, pudo descansar hasta mar tarde sin depender del horario de salida de su tren, todo era absolutamente perfecto.
Pero con los días, esa libertad se volvió una jaula de silencio. El auto era perfecto, sí… pero vacío. Ya no había saludos al subir, ni niños jugando, no había historias compartidas. El silencio era tan limpio que le pesaba. La música no llenaba el hueco. Tuvo una nueva acompañante de copiloto: La soledad.
Una tarde, casi por impulso, pasó por la vieja estación. El tren todavía pasaba, aunque menos frecuentemente o al menos Dylan lo sentía así, ya que no lo estaba esperando para utilizarlo y solo lo observaba. Escuchó el ruido de los frenos, los pasos apurados de la gente para no perderlo, el silbato que nos avisaba que el tren cerraría sus puertas para continuar su viaje. Y luego, una risa de niño. Pequeña, espontánea. Como un eco del pasado.
Sintió un nudo en la garganta. Recordó el calor de la mano de su madre y la atención que le daba para ayudarlo a subir para no perderlo fuera del tren, la voz grave de su padre diciéndole que se asome a la ventana, que viera los caballos y las vacas que estaban los campos. Recordó lo que era viajar no solo para llegar, sino para estar.
Desde entonces, no dejó de usar su auto, pero aprendió algo. Una vez por semana, o cuando el alma se lo pedía, dejaba las llaves en casa y volvía a ese querido tren. No para ahorrar plata, sino para volver a encontrarse. Con la gente. Con la infancia. Con la parte de sí mismo que no quería perder. Porque hay viajes que uno no hace con los pies, sino con el corazón
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DNI terminado en 7
Historia de Franco Leonel Isaurralde: “El vuelo de desconocidos”
El avión avanzó por la pista y cuando despego el ruido de los motores hiso ruido en la cabina. Clara, una mujer joven escritora miraba su libreta en busca de ideas para terminar una novela qué estaba haciendo. A su lado, el señor Héctor, un jubilado amable, revisaba las fotos de su nieta en el celular cón una sonrisa de orgullo. Más atrás un hombre de traje no se separaba de su teléfono: vigilaba detalles su próxima conexión.
Paso una hora y de pronto una fuerte turbulencia sacudió el avión. Varios pasajeros se agarraron de sus asientos. el hombre de traje recibió un mensaje urgente: estaba a punto de perder su vuelo de enlace.
Héctor se levantó un poco de su aviento y con su voz tranquila, le quiso ofrecer un cargador portátil. Su gesto simplemente rompió el hielo, la persona que viajaba agradeció y los dos empezaron a hablar. El contó sus nervios por la reunión qué esperaba, Héctor le hablo de sus viajes antiguos. Clara dejo de buscar palabras en su celular y escuchó.
Poco a poco, los renglones de su historia se fueron llenando de emoción.
Las azafatas repartían bebidas y bocadillo para calmar, una madre calmaba a su hija mostrándole las luces de los respaldos, un grupo de personas que viajaban a estudiar comparaban sus apuntes, el ambiente se volvió más amigable después de todo.
Al acercarse al aeropuerto, el piloto anuncio un buen clima en tierra. Clara apago su celular con satisfacción había dado con un final perfecto. El hombre de traje estrecho la mano de Héctor y le agradeció.
Antes de bajar, Héctor le da un cuaderno a clara para que siga escribiendo historias, así en apenas unas horas pasaron de ser extraños a compartir un recuerdo.
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Historia de Daiana Mariel Ferrero: “El encuentro casual”
En un vuelo de larga distancia de Nueva York a Los Ángeles, Carlos se sentó en su asiento y se preparó para un largo y aburrido viaje. Había estado trabajando sin parar durante meses y necesitaba un descanso. Sin embargo, al mirar a su lado, vio a una mujer sonriente que se presentó como Sofia.
Carlos y Sofía comenzaron a charlar y descubrieron que tenían mucho en común. Ambos eran amantes de la música y el cine, y pronto se encontraron dentro de una conversación animada. Sofía le contó a Carlos sobre su trabajo como diseñadora gráfica y su pasión por la fotografía. Carlos, por su parte, le habló sobre su trabajo como escritor y su amor por la literatura. A medida que el avión volaba sobre los cielos, Carlos se sintió cada vez más cómodo en compañía de Sofía.
Mientras charlaban, Carlos y Sofía descubrieron que ambos habían estado en algunos de los mismos lugares del mundo. Sofía le contó a Carlos sobre su viaje a Japón y su experiencia en un baño termal. Carlos por su parte, le habló sobre su viaje a Italia y su visita a la ciudad de Roma. La conversación fluía y ambos se sentían como si se conocieran desde hace años. Al aterrizar, Carlos se dio cuenta de que no quería que el viaje terminara. Le pidió a Sofía su número de teléfono y ella aceptó. Al despedirse, Carlos se sintió emocionado por el encuentro casual que había cambiado su viaje. ¿Quién sabe qué podría suceder a continuación? Tal vez un nuevo amigo, tal vez algo más… La posibilidad de un nuevo comienzo era emocionante.
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DNI terminado en 8
Historia de Rodrigo Adrián Martore: “Doña Clara y Don Juan”
Una tarde nublada, doña Clara y don Juan salieron de la casa del campo junto a su carreta, que estaba tirada por sus dos caballos, Relámpago y Trueno. Don Juan salió con su sombrero negro y sus manos temblorosas que guiaban los caballos, mientras doña Clara estaba con su sombrero y su chalina en su cuello, observando la casa que había sido su hogar durante sesenta años. Dejaban atrás el pueblo, buscando un lugar más tranquilo para pasar sus últimos días cerca de sus nietos en la ciudad.
El camino era lento y lleno de recuerdos. Don Juan y doña Clara recordaban los años de juventud, las cosechas, las fiestas del pueblo y la llegada de sus hijos. Cada curva del camino les traía una anécdota, unas sonrisas y algunas lágrimas. Una tarde, mientras descansaban junto a un río, don Juan le dijo a doña Clara: “Hemos tenido una buena vida, mi amor, y ahora vamos a disfrutar de la compañía de nuestros nietos.” Doña Clara asintió, tomándole la mano con cariño.
Finalmente, llegaron a la ciudad; sus nietos los recibieron con abrazos y besos. La carreta se detuvo frente a una casa con jardín lleno de flores. Don Juan y doña Clara bajaron, sintiendo la alegría de estar rodeados de su familia. Sabían que el viaje había sido largo y cansador, pero que había valido la pena; habían llegado a su destino final, donde el amor y la felicidad los esperaban.
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Historia de Santino Nicolas Ruiz: “El carruaje tenía alma”
Santino siempre decía que el carruaje tenía alma, que si uno lo trataba con respeto, te llevaba no solo por el camino, sino por los recuerdos. Todos los domingos, bien temprano, él y Selene se ponían sus mejores pilchas y salían a dar una vuelta por la estancia, era una tradición de años, casi una ceremonia.
Aquella mañana tenía otro aire. El cielo estaba despejado, pero en el corazón de Selene pesaba una nube. Santino, ya bastante desmejorado, había insistido en salir igual. “Una vuelta más, no me la voy a perder”, dijo entre risas roncas.
Ella lo ayudó a subir al carruaje, ella se acomodó como podía, con el sombrero bien puesto y las riendas en mano, Selene, siempre coqueta, llevaba su sombrero blanco, y esa mirada dulce que parecía abrazarlo sin decir palabra. El carruaje avanzó despacito por el camino de piedras, los caballos, como si entendieran, iban parejitos, sin apuro. Pasaron por la tranquera, esa que Santino había mandado a hacer con puntas doradas, y se internaron entre los árboles viejos, los que habían visto su historia desde el principio.
-¿te acordás, Santino? -dijo Selene, con voz bajita, acá fue donde me pediste casamiento, bajo el jacarandá y vos todo nervioso y yo haciéndome la difícil.
Santino sonrió, con esa sonrisa medio torcida que le quedaba desde el último susto que le había dado el corazón, no dijo nada, pero apretó su mano, como diciendo “sí, claro que me acuerdo”.
Siguieron un trecho más, el silencio era lindo, de esos que no pesan, pero de un momento a otro, Santino aflojó las manos, las riendas se le escaparon despacito, como si las dejara ir a propósito, Selene lo miró, tenía los ojos cerrados y la cara en paz.
-Santino – le susurro Selene sin tener respuesta
No hubo drama, ni gritos. Los caballos siguieron solos, tranquilos, como si supieran que el patrón había terminado su viaje, Selene se quedó quieta a su lado, con lágrimas que no hacían ruido, mirando el campo que tanto amaban.
Cuando volvieron a la estancia, el carruaje entró solo por la tranquera. Santino ya no estaba, pero el aire olía a él: a cuero, a pasto cortado, a recuerdos.
Desde ese día, Selene siguió saliendo los domingos, iba sola, con el corazón lleno de memorias y la esperanza de que, en alguna vuelta, él volviera a aparecer, con su sombrero torcido y esa sonrisa de siempre.
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DNI terminados en 9
Historia de Habana Victoria Guevara Molfino: “El último viaje de Prometeo”
En el año 2487, la humanidad había superado los límites de su sistema solar. Colonias flotaban en órbitas lejanas y civilizaciones nuevas surgían entre las estrellas. El Prometeo, una nave de exploración intergaláctica, partía de la estación Alfa Centauri con una misión: investigar señales de vida en el planeta Epsilon V-7, recientemente detectadas por sondas automatizadas.
La nave surcaba el vacío estelar como una sombra silenciosa, apenas interrumpida por el resplandor azul de sus propulsores. A bordo viajaba una tripulación reducida, liderada por la capitana Elena Voss, una mujer cuya vida entera había transcurrido entre estrellas. Epsilon V-7 se mostraba ante ellos como una esfera majestuosa, cubierta de océanos turquesa y nubes densas, con un lado permanentemente en penumbra.
Al acercarse a la órbita del planeta, algo extraño ocurrió. Las comunicaciones con el comando central se interrumpieron abruptamente. No había interferencia, simplemente… silencio. A pesar de ello, Elena decidió continuar con el descenso, guiada por una intuición profunda que no podía explicar. Pronto descubrieron ruinas en la superficie, estructuras alienígenas que desafiaban toda lógica humana. No eran recientes, pero tampoco mostraban signos de deterioro.
Dentro de una de esas estructuras encontraron una esfera translúcida, suspendida en el aire sin ningún soporte visible. Al tocarla, la mente de Elena fue invadida por visiones: un mensaje de advertencia, transmitido por una civilización extinta hacía millones de años. El planeta no era un hogar, sino una prisión. Una conciencia antigua, atrapada en su núcleo, buscaba escapar, enviando señales de vida para atraer exploradores como ellos.
Con esa revelación, Elena tuvo que tomar una decisión imposible. Si despegaban, podían llevar consigo esa conciencia y condenar a la galaxia. Si se quedaban, quizás podrían contenerla… a costa de sus vidas. Eligieron la segunda opción.
El Prometeo fue abandonado en órbita, y la tripulación desapareció en las sombras del planeta. Desde entonces, Epsilon V-7 permanece inexplorado. La nave aún flota en silencio, como un centinela solitario, esperando… o tal vez, protegiendo.
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Historia de Ludmila Nair Cruz: “Un día entre las estrellas”
Desde pequeña, el universo ha ejercido en mí una atracción especial. Las estrellas, con su brillo lejano, despertaban en mí una mezcla de asombro y pertenencia. Sentía, sin saber por qué, que allá arriba había algo esperándome.
Con los años, esa sensación creció. Las imágenes del espacio se volvieron puertas hacia un mundo que anhelaba conocer. Una en particular marcó mi imaginación: una nave alejándose de un planeta azul, rodeada de galaxias y luces. Al verla, sentí que esa escena me hablaba, como si representara mi propio deseo de explorar lo desconocido.
Aunque no estoy en esa nave, descubrí que el viaje ya comenzó dentro de mí. Cada pregunta, cada sueño y cada aprendizaje sobre el universo me acercan un poco más a ese anhelo. Comprendí que el espacio no es solo un lugar físico, sino también una invitación a ampliar los límites del pensamiento.
El universo me recuerda que la vida va más allá de lo cotidiano, que somos pequeños frente a su inmensidad, pero enormes en nuestra capacidad de soñar. Tal vez nunca llegue al espacio, pero cada vez que lo miro con el corazón abierto, me siento un poco más cerca de las estrellas.
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Historia de Rodrigo Nicolás Boria: “La Última Oportunidad”
La nave espacial “Esperanza” se acercaba al planeta Pandora, un mundo remoto y misterioso que podría ser su última oportunidad de supervivencia. A bordo, el capitán y su tripulación luchaban por reparar los daños causados por la batalla contra los enemigos de la humanidad.
Al llegar a Pandora, fueron recibidos por una extraña y exótica vegetación, y una fauna desconocida. Sin embargo, pronto descubrieron que no estaban solos en el planeta. Los Na’vi, los habitantes nativos de Pandora, les ofrecieron ayuda y refugio, y juntos, trabajaron para reparar la nave y encontrar una solución para el futuro de la humanidad.
En este proceso, el capitán descubrió que Pandora guardaba secretos y maravillas, pero también una oportunidad para reconstruir su futuro en este planeta azul que les había dado una segunda oportunidad.
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Historia de Giuliana Aylen Oropeza: “La promesa estelar”
Los sensores de la nave Elen VII captaron una señal inesperada: un planeta. El astronauta Martínez, quien estaba a cargo de la misión para explorar la galaxia Axus, llevaba muchos años recorriendo la vasta extensión de la galaxia sin encontrar nunca un planeta que fuera similar a la Tierra.
Sorprendido, ya que podía ver este nuevo planeta desde tan cerca, se apresuró a iniciar el aterrizaje para verificar si era viable la vida humana. Él presentía que este planeta sería un nuevo inicio para la humanidad.
Pero de repente, los propulsores de la nave empezaron a fallar. Las luces de emergencia se encendieron y los sistemas de toda la nave comenzaron a caer, uno tras otro. Martínez reaccionó al instante. Sus manos, firmes pese al caos, maniobrar para mantener la trayectoria, hasta lograr comunicarse con la base. Había hecho todo lo posible a su favor y tenía unas pocas horas antes de perder el control total de la nave.
Comenzó a preparar la cápsula de escape, pensando en su familia y en su misión. Recordó que les había prometido volver. De pronto, una chispa de esperanza: el transpondedor emitió una señal.
“8787, nave Elen VII. Recibimos sus coordenadas. Estamos enviando un equipo de rescate. Resista. Cambio y fuera
Al intentar responder, se dio cuenta de que ya no funcionaba. Frustrado, golpeó el transpondedor. Sin perder tiempo grabó un último video. Una despedida, un testimonio enviado al vacío, por si el rescate nunca llegaba.
Finalmente, se encaminó hacia la cápsula de escape. El proceso de criogenización aguardaba. Cerró los ojos con una mezcla de fe y resignación, confiando en que, algún día, alguien lo encontraría.
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