Por Ercilia F. Mangioni –
Cuando chicos, todos nuestros primos nos juntábamos en la antigua y elegante casona de mi abuelo, en el verano, con la promesa de portarnos bien, al cuidado de Martina, la vieja ama de llaves y sobrina de mi abuela, quien hablaba poco y muy despacio… A ella le encantaba compartir nuestras andanzas, y se sentía un poco cómplice de nuestras travesuras, ella había venido sola desde España de muy chica…
Una tarde de esas, Joaquín… nuestro primo mayor se atrevió a subir al desván, no tenía llave como era usual, al principio nos opusimos temerosos, pero al instante estuvimos con él, ávidos de aventurarnos es ese mundo prohibido al mundo de los chicos.
¡¡¡Nos sentimos fascinados al entrar…!!! Tantas cosas hermosas había allí… trajes de época, el traje negro de Bodas de mi abuela, otros de fiesta con piedras y brillos, sombreros de gala, muebles antiguos, un traje de soldado en un maniquí del tamaño de un hombre, cómo los de las películas, un fonógrafo de los que también solo veíamos en películas, un violín en un hermoso estuche de ébano que tocaba una de mis tías, en su adolescencia… el piano que tocaba mi mamá de chica, y en una caja de vidrio como una vitrina… ¡¡¡una espada!!!
¡¡¡Ahí fueron todas nuestras miradas deslumbradas con el hallazgo, no nos imaginábamos porque estaría allí, ni su origen ni procedencia!!! Allí nos percatamos que Martina sería quien nos daría la respuesta, pues se puso pálida e incómoda ante el hallazgo, nos quiso hacer salir rápido… con un extraño apuro, pero en vez de lograrlo, aumentó nuestro interés y de a poco la fuimos convenciendo para que nos contara su historia… Seguía siendo esquiva a nuestro reclamo, pero como tanto nos quería al poco tiempo nos reveló el secreto…
Eran de nuestro abuelo, que había estado en la Guerra del Paraguay, de ahí el uniforme del soldado y también la reluciente espada… Pero esa espada tenía un plus en historia… ¡¡¡con ella mi rígido pero manso y bondadoso abuelo se había batido a duelo y había matado en justa ley a su rival, un político de poca monta, que lo había desafiado por honor…!!!
Para la familia había sido un golpe rudo, para las mujeres… una verdadera vergüenza…. ¡¡¡tener en la noble familia una persona capaz de matar, un auténtico asesino!!! Y curiosamente, para los hombres un legado de honra y hombría de bien… un orgullo simulado. Martina, todavía recordaba con horror aquella historia, tan es así que nos hizo prometer que a nadie diríamos de nuestro hallazgo ni que conocíamos tal hecho relevado…
Embelesados con semejante descubrimiento juramos a Martina no contar nunca a nadie que sabíamos tal hecho, y dispuestos a cumplirla a rajatabla, así podía ser fuente de otras aventuras…
Muy impresionados, y no pudiendo creer que nuestro abuelo fuese un héroe de tal talla… se vio tentada y nos mostró otro tesoro, un frasco tipo pecera, con una verdadera joya en su interior… un pistolón que descubrieron en poder del enemigo muerto por mi abuelo, quien lo tenía en su cintura en caso que su espada fallara, y así matar a nuestro abuelo… en mala ley.
Al vencer mi abuelo a su enemigo, y al encontrarle el arma en su cintura, se creó alrededor de él una leyenda… que subió al pedestal de héroe al abuelo, lo que hacía que aún las mujeres de la casa, estuvieran orgullosas de tal duelo… ¡pero nunca dispuestas a admitirlo!
¡¡¡Así transcurrían los veranos con sus tardes de siesta inolvidables, y con Martina nuestra compañera inseparable!!!
Realizado en el Taller de Cuentos de “Al Pie de la Letra de María Mercedes G”