¿Puede recuperarse lo ancestral?

Por Elvira Yorio* –

Si nuestro aprendizaje para sobrevivir hubiera sido como el de los animales, tal vez hoy poseeríamos muchas certezas, y seríamos ejemplares más acabadamente humanos. Pero, después de la primitiva educación instintiva, todo se resolvió en una lucha contra nuestro entorno y en la aceptación de consignas provenientes de otros humanos. Como dice Bateson,  se incorporó en el  ser, una continua  capacidad de adaptación al cambio. De algún modo podríamos decir que ese ejercicio permanente, se convirtió en una suerte de “domesticación”. Según Gurdjieff y Ouspensky, en mecanización: la transformación de personas en máquinas. Curiosamente, el animal, al que, en principio, desconocemos la facultad de pensar y razonar, conserva su esencia. Tal vez, si el ser humano consiguiera liberarse de las ataduras y condicionamientos impuestos por los convencionalismos sociales,  aún podría recuperar su esencia.  Toda esta reflexión se origina en la posibilidad que poseen ciertos animales para lograr la reaparición de rasgos ancestrales, propios de sus antepasados, que se suponen persisten en la memoria genética. Jack London, hace más de cien años, se ocupó del tema en una apasionante novela, “El llamado de lo salvaje”: Buck un perro mezcla de San Bernardo y Collie, vive en la casa de una familia pudiente, rodeado de mimos y cuidados. Es raptado y vendido para servir  a dos buscadores de oro, y llevado a la hostil región del Yukón, sometido a cruel trato y condiciones climáticas extremas. Ante los riesgos mortales que debe enfrentar, comienza a buscar entre indefinidos recuerdos ancestrales defensas empleadas en  el origen de su raza, “viejos ardides” impresos en la memoria genética. Vislumbra la época en que las manadas salvajes deambulaban por los bosques primitivos y como dice London: aprende con la experiencia y en él reviven los instintos hacía tiempo desaparecidos. Después de  protagonizar y superar peligrosas peripecias, termina integrándose con los lobos salvajes, en lo que se interpreta como un regreso a su origen y esencia.

El ser humano, desde siempre llevó a cabo  procesos de adaptación, transitando adquisiciones y pérdidas, sufriendo arraigos y desarraigos, reponiéndose de elaboraciones fallidas. El nacimiento implica salir abruptamente de un medio de protección casi absoluta a otro ajeno, desconocido y hostil. Después de este primer desafío-desde luego no menor- se sucederán otros a lo largo de esa nueva existencia. ¿Por qué hablamos de nueva existencia? Porque tal vez hayamos tenido otras precedentes. Si a cualquiera le preguntaran sobre el inicio de su existencia, seguramente la fijaría en el día de su nacimiento. Quizás alguno diría que comenzó el día de su concepción (postura jurídica).Al margen de esto, diversas corrientes se remontan más allá en el tiempo. Si bien habitualmente nos manejamos con criterios convencionales, en realidad el tema constituye una incógnita. Lo cierto es que se ha pretendido, desde distintas perspectivas, indagar sobre el misterio del ser y todo lo que se ha logrado son aproximaciones nunca probadas fehacientemente. Para eso se ha girado en derredor de una misma idea. Hay un “antes”, eso es indudable. ¿Hasta dónde se remonta? ¿Qué huellas pudo haber dejado en nosotros? ¿Podría resolverse algún conflicto actual hurgando en nuestros pasados mediatos? Parecería que hay vínculos que pertenecen a una información inconsciente que se ha trasmitido a través de varias generaciones. También traumas que permanecen ocultos y persisten en el tiempo e inciden en situaciones presentes. ¿Cómo saberlo? Entonces echamos mano a esa teoría milenaria que define al “karma”  como la reacción del acto sobre el sujeto, es decir una acción como causa de un efecto que se sigue produciendo en el tiempo, en distintas encarnaciones. La famosa rueda de la vida en movimiento continuo, que solo excepcionalmente detiene el Nirvana.  O recurrimos al psicoanálisis, una propuesta que promovió un proceso de “revisionismo histórico” de nuestro propio yo. Freud afirmó que el inconsciente alberga recuerdos sobre acciones realizadas o reprimidas, y acerca de determinados comportamientos, originados en deseos incumplidos o traumas. O probamos  la “terapia de regresión” a vidas pasadas que, mediante la hipnosis, busca explicaciones fundadas en presuntas acciones anteriores. Recientemente las denominadas  “constelaciones familiares”, constituyen otra propuesta de indagación sobre conflictos no resueltos, que han permanecido ocultos pero con una actividad soterrada o latente durante generaciones. Y aunque cueste aceptarlo, esos conflictos son obstáculos que impiden la comprensión actual de procesos vitales. Se implementan una especie de “representaciones”, que intentan reconstruir o visualizar de alguna manera, los vínculos existentes en dinámicas subyacentes. Es sabido que los vínculos pueden estar bien gestionados o por el contrario  tener un desarrollo deficiente. Es lo que se pretende clarificar a través de la escenificación. En realidad, es una especie de dramatización que por momentos no tiene una explicación coherente, pues exhibe algo difícil de racionalizar. Lo que se investiga en el tiempo son los nexos que unieron, como el amor o los que separaron, como el odio, el rencor o el dolor. Desde que lo expuso Darwin, sabemos que se comparten ancestros comunes y  que se producen cambios en las aptitudes para la adaptación que marcan la evolución, y sin embargo… cuesta aceptar esa dinámica familiar que se mantendría transgeneracionalmente y en la que la constelación sería la representación de hechos pasados y desconocidos. ¿Es posible una proyección hacia vidas que nos precedieron o tal vez hasta otras vidas de los abuelos de nuestros abuelos y aún más allá? Son interrogantes que se plantean para dar respuesta a preguntas difíciles de develar. Sabemos que en nuestro organismo hay rasgos genéticos heredados. Está científicamente comprobado que esa trasmisión opera no solo desde la generación inmediata anterior, sino que también se verifica en lo que se ha dado en llamar herencia autosómica recesiva, es decir, caracteres que pueden aparecer después de dos o más generaciones.

Ante la necesidad de poseer algún dato concreto sobre nosotros mismos, nos lanzamos a una tarea de indagación del pasado, para despejar nuestras dudas, o al menos para organizar nuestra incertidumbre, conferirle un sentido. En definitiva, eso implica aceptar de algún modo la llamada arcaica de identidades ocultas. Como dijera Marco Aurelio: “Lo que te ocurre te estaba preparado desde la eternidad. La concatenación causal ha trenzado desde siempre tu existencia con lo que te sucede”. Aunque parezca actual esa frase tiene dos mil años. ¡Es tan poco lo que sabemos! Es todo una mera conjetura que alcanza a conformarnos y luego muestra su flanco poco creíble o se desmorona. Solo nos resta mantener la mente abierta a cualquier posibilidad. ¿Podremos por un momento habitar un sitio remoto que tiene un entronque lejano pero con visos de realidad? Enhebrando el presente con el pasado encontraremos algunas respuestas verosímiles, a las dudas que nos acucian hoy.      

*Colaboración para En Provincia.