Por Alejandro Sánchez Moreno* –
Los domingos a la tarde, cuando se empezaba a acabar el día, me dolía la panza. Era porque el lunes tenía que ir a la escuela. En la primaria, mi cuerpo estaba en la clase, pero mi cabeza estaba afuera. En películas veía, que en otras épocas, a chicos de clase acomodada, los educaban en la casa. Un profesor o profesora, que a veces vivía ahí, en una habitación destinada a empleados, daba clases de literatura, ciencias naturales, geografía. Si el alumno y el profesor, congeniaban, a veces se hacían amigos. El lugar para la clase era hermoso: sillones, biblioteca, ventanal con vista al jardín, globo terráqueo, atlas. Una sirvienta traía te, leche para cortar, dulces.
Alejandro, un vecino de la cuadra, iba poco al colegio. Con los hermanos, eran cuatro, dos varones y dos mujeres, pasaba lo mismo. Un asistente social iba a la casa, nunca los encontraban. Espiaban por la ventana y no le abrían. Ninguno de los cuatro termino la escuela. Alejandro se sentaba en la ventana del colegio, a veces esperaba afuera hasta la salida. A mí me daba un poco de miedo, que la maestra se enterara que era amigo mío.
En la secundaria, el dolor de panza, era más fuerte. Le tenía miedo a varios profesores. Lo que más miedo me daba, era que me llamaran a dar lección. El momento en que la profesora, al azar, elegía un apellido, era eterno. Pasar al frente, hablar para todos, era para mí, un problema. La mayoría de los profesores eran muy grandes. Acosta, el de formación cívica, parecía que estaba dormido. Pelado, los ojos entrecerrados, un traje combinado, más para ir al programa de Mirta Legrand que para dar clase, enojado. Era admirador de Sarmiento. En un aniversario de la muerte o del nacimiento, un compañero, lo vio con tres o cuatro personas, en un homenaje en la Plaza Sarmiento. Cuando tomaba lección, los que no habían estudiado, por las dudas que los llamaran, se escapaban por la ventana. Alguna vez llamo a alguno de los fugados y discutió un poco que cuando entro al aula lo había visto. Era fácil de convencer.
Un domingo perdió Boca contra Vélez, era fin de año, se jugaba el campeonato nacional, venía después del Metropolitano. Eran cuatro zonas, armadas con equipos de primera, con equipos del interior. El lunes entregaban el boletín, no quise ir a retirarlo para que no me cargaran. La mandé a mi mamá. Salvo los de Gimnasia, todos querían que pierda Boca. Armando decía: en el país los goles que más se gritan son los de Boca y en segundo lugar los que le hacen a Boca. Mi mamá fue y mis compañeros la volvieron loca. Esperaron todo el verano y el primer día del año pusieron en el pizarrón: Vélez 3, Boca 2.
La profesora de Biología estaba dando una clase sobre flores. Llevaba varios días explicando. La flor es el órgano de reproducción sexual de las plantas, fundamental para el funcionamiento del ecosistema, porque permite su supervivencia, mediante la creación de semillas. Un día llevo una flor de ceibo. Es el árbol nacional argentino. Empezó a tomar lección. Con la flor, había que explicar todo lo que había enseñado. Le toco a Pucci. El padre fue, muchos años, director de tránsito de la Municipalidad. Cuando alguien manejaba mal, gritábamos: ¿quién te dio el registro, Pucci? Carlitos pasó al frente, no tenía idea de nada, la profesora le pidió que agarre la flor del escritorio, con cuidado, que es delicada. Carlitos la agarro, la miro y la tiro por la ventana. La profesora empezó a tartamudear. ¡Tiene un uno! Que me calienta, contesto Carlitos.
Otro día, tomaba lección la de Historia, estaba dando la formación del estado nacional, la Constitución de 1853, la reunificación del país después de la guerra civil. Me llamo a mí, tenía que decir, de memoria, algunos artículos. No creo en las leyes, por eso no las estudie, dije, sentado, con voz firme, pero titubeando por dentro. La profesora, que se ubicaba atrás del salón, para vernos desde la espalda, camino lento hacia el frente. Sánchez Moreno es un ácrata. A la tarde, en mi casa, busque la palabra en el diccionario: partidario de la acracia. Acracia: doctrina que propugna la supresión de toda autoridad.
La profesora de Geografía se llamaba Zucolotto. Era rubia, alta, elegante. Hablaba y la intensidad de la voz se iba apagando. Capaz que era porque nadie le prestaba atención. En el noticiero de la noche pasaron que murió Brézhnev. La profesora, pregunto quién era el presidente de Rusia en la guerra fría. Brézhnev, conteste al instante. Se dio vuelta, me miro y no dijo nada. Siguió escribiendo algo en el pizarrón. Mi hija hizo la secundaria en la misma escuela. En tercer año le entregaron una computadora portátil. Teníamos que ir a buscarlas los padres. Las entregaban en el subsuelo en un salón, que cuando yo iba, no existía. La profesora que las daba era Zucolotto. Nunca supe si recordó mi apellido.
La familia de Orlando venía de La Rioja. El padre era obrero de la construcción. Vivió en varios lados. A la Plata vino a construir el teatro argentino. La obra llevó muchos años. Después de terminado el nuevo teatro, no se mudaron más. Cuando estábamos en la primaria se incendió. Desde el colegio, en el segundo piso, vimos el humo, negro, largo, amenazante. Se escuchaban sirenas y gritos. Estábamos a dos cuadras. Mi mamá nos vino a buscar antes. Orlando era de Independiente. Hay un Independiente que lo sé de memoria: Goyen, Villaverde, Trossero, Clausen, Enrique, Giusti, Marangoni, Burruchaga, Bochini, Percudani y Barberon. Villaverde no daba reportajes, se enojó con un periodista y no hablo más. Marangoni quería jugar en Boca, en un partido cumplió años en la Bombonera. Uno vez vino a La Plata a jugar contra Estudiantes. Pasaban los minutos y jugaba mejor. Parecía un imán, todas las pelotas iban a él. No lo podían pasar. Era grandote, pero a la vista de todos se fue agrandando más. La hinchada de Boca lo aplaudía a rabiar. Mitad del segundo tiempo, Estudiantes quería empatarlo. Chocaba contra Marangoni. La hinchada de Estudiantes empezó a aplaudirlo, primero unos pocos, se venía el final y toda la cancha lo aplaudía, los de la platea se paraban. Marangoni quito una pelota y termino el partido. El réferi se acercó y le dio la mano.
El Gráfico traía unas fotos bárbaras. Los de 1981, el año de Maradona en Boca, los compré todos. Recorte algunas fotos, las que más me gustaban y forre las carpetas. Las fotos eran en colores. En una estaba el gol de Maradona a Independiente. Goyen sale a cortar un pelotazo fuera del área, la para con el pecho, Maradona se la roba y hace el gol de emboquillada. Trossero se tira y la pelota entra igual. Volvimos del recreo, la carpeta con los goles de Boca, rota.
Veintiuno de septiembre. En broma, pero un poco en serio, le digo a mi jefa, Sylvina, si nos va a dar el día. La Plata tiene tres lugares que se llenan el día del estudiante: la República de los niños, el bosque y el Country de Estudiantes. Me molesta que se llame Country. Me pasa lo mismo con los negocios. Entre una carnicería Star meats y una La hacienda, me quedo con la segunda. El día de la primavera siempre llovía, pero no importaba. A veces, pocas, organizábamos el pícnic en alguna quinta, una compañera tenía una en Villa del Plata, en la entrada de Punta Lara, otra en Villa Elisa. Era un festejo de lujo, era como disponer de un parque solo para nosotros. Día de la primavera privatizado. Cada uno llevaba algo para comer y tomar. Poníamos la comida junta. Las chicas miraban el partido de futbol. Marcelo se lesionó, grito como si lo hubieran apuñalado. Lo sacaron entre dos, hielo en la pierna, cara de dolor. Se quedó al costado, sentado contra una pared. En un parlante grande pusimos música, Marcelo salió disparado a bailar break dance.
Un día de la primavera, no fui con los chicos del colegio. Con los amigos del barrio nos fuimos al Country de Estudiantes. Tocaba Virus. El Country estaba llenísimo, aunque era enorme, había gente por todos lados. Al lado de la pileta estaba el escenario. No había seguridad y podíamos estar cerca.
En un malón, en una casa en City Bell, la única con tejas negras, el hermano mayor de Elio, paro la música y puso un casete. Escuchamos dos temas: Wadu Wadu y El rock es mi forma de ser. Los conocía, porque la banda era de City Bell. En el recital en el Country salieron con ropa de cuero negra. Había pocos chicos. Varios gritaban, putos, putos. Federico Moura bailaba y tiraba besos.
Pablo, uno de los chicos del barrio, quería sacar un peine, que una chica que estaba adelante nuestro, tenía en el bolsillo de atrás. Como la chica bailaba y se movía, no podía. En la escuela había una banda, Sacarina. El líder era Fernando Astarita, que después formo Míster América. Eran los ídolos del colegio. En el recreo estaban juntos, en una esquina del patio, cuando los veía me parecía que era la tapa de un disco. En Córdoba un verano hubo un incendio, Astarita apago mal un fuego, o no lo apago, se incendiaron varias hectáreas. Estuvo preso, por negligencia.
Un muchacho del Ministerio cumplió cincuenta años, hizo un festejo importante, asado, a la noche, para sesenta personas, quincho, quinta alquilada, pileta. Un compañero de la oficina se ofreció a hacerlo. Se emborrachó y prendió fuego la carne, lo apagaron con soda.
Con los chicos del colegio me reía mucho, ahora me rio menos. Y eso que yo reía como un jilguero.
En la disquería de Luis compré el casete de Virus, se llamaba Virus, como la banda. Una foto en blanco y negro de los seis. Parecen marineros de una película de Fassbinder. En un documental sobre Federico Moura, él cuenta que quería imitar a Sandro. En un video de Encuentro en el río, Federico tiene un saco blanco, camisa floreada, pelo lacio y largo y muy flaco. Canta y baila. El rock es sensual si baila Federico. Prolongaré mi sonido azul, por los parlantes te iré a buscar.
En Brasil, con mi hermano, para llegar a una playa perdida, viajamos en camionetas por las dunas. Era de noche, los brasileños cantaban. Nos pidieron a nosotros que cantáramos alguna canción. Cantamos dos: Se dice de mí y Loco Coco. En el local hay mil colados, no se banca la calor, como al Coco lo colgaron, con alcohol se colocó. Loco no te hagas el Coco, Coco no te hagas el loco.
En 1956, Yasujiro Ozu, un director japonés, filmo una película, Primavera tardía. Una mujer de treinta y siete años, no quiere casarse, para no abandonar a su padre viudo. Parece que los dos tienen un único destino: la soledad. Aunque trata de enterrar sus sentimientos, se siente atraída por un aprendiz, un joven que trabaja con su padre. Para ayudar a la hija, el padre finge que se va a casar de nuevo. Es la forma que encuentra para que ella siga con su vida. El padre está solo en el comedor, sentado en el suelo, pela una manzana con paciencia, en un solo corte saca la cáscara entera. Mi abuela hacía lo mismo y colgaba las tiras de naranja en el patio. Antes, cuando vivía con la hija, ella pelaba la manzana.
Cumpleaños de quince de Ivana Harari, un apellido famoso en La Plata. El padre, presidente de Gimnasia, la familia, dueños de los cines de las galerías. La fiesta, en Desiré, un salón del centro. La tarjeta era explícita: 20 30 hs., presentarse con la invitación, traje, final con desayuno a las siete y treinta de la mañana. Nos juntamos en la casa de Gustavo, varios vivíamos por la zona. Éramos, más o menos, unos diez. Pocos tenían trajes, varios llevábamos el bléiser del colegio, las corbatas en el bolsillo. Fuimos caminando, arrancamos como a las siete. Al centro, teníamos como cuarenta cuadras. Cantábamos, nos empujábamos, reíamos. Pasamos por la calle de los naranjos, tres cuadras de árboles. Son naranjas que no sirven para nada. Marcelo se quedó atrás con otros, el resto íbamos más despacio para esperarlos. Empezó a caer una lluvia de naranjas. Corrimos a escondernos atrás de los autos. Pablo se apartó para sacar naranjas del árbol que teníamos al lado. Una guerra de naranjazos. Cuando me acuerdo de esa noche, me acuerdo de una película de Clint Eastwood, Banderas de nuestros padres. Un soldado recuerda un momento. En una playa de Iwo Jima, los soldados se bañan, juegan, corren por la orilla, bromean, salen del agua y vuelven a entrar. El soldado dice: de todos los recuerdos de la guerra, me quedo con ese.
https://medium.com/@alesanchezmorenolh/primavera-f9f236a02795
*Colaboración para En Provincia.
Fotografía: Archivo web.