¿Por qué resulta tan confortable menospreciar a las multitudes?

Profesor Dr. Luis Sujatovich – UNQ – UDE –

La multitud es el objetivo predilecto para asestar la crítica. Su incapacidad es tan pertinaz que no hace falta situarse en ninguna época y casi en ninguna ideología, para advertir que carga con todas las culpas. El orden social, siempre, es el resultado de sus falencias. Sus hábitos convalidan el despojo que sufren por parte de los sectores dominantes y su vínculo con los medios de comunicación sólo sirve para confirmar su alienación. Las ciencias sociales parecen regodearse elaborando tesis sobre esas certezas.

Se podrían postular  tres etapas para resumir esta persistencia: el poder tiránico, el poder con la complicidad  de los medios y, por último, las plataformas son el poder. En los dos primeros estadíos el desastre devino como consecuencia de los proyectos colectivos totalizantes y el liberalismo occidental era el único garante de las libertades. En nuestro país el peronismo también debió sufrir los embates  por impulsar políticas aglutinantes. El enemigo se escondía en la muchedumbre.  Pero esa amenaza ya no está vigente. Ahora estamos en  “La era del individuo tirano. El fin de un mundo en común”, según Sadin.  El intelectual francés sostiene que “de común queda muy poco y abundan las tiranías, no la de los sistemas o regímenes políticos sino la de individuos dispersos, llenos de odio, de rabia o dislocados que tiranizan lo que encuentran a su paso. No les importan los otros, sino solo ellos”.

Hemos mudado de cualidades, pero seguimos siendo el mal. Vaya decepción que deberíamos tener, sabiendo que cualquier forma social que adoptemos suscitará una fatalidad. Acaso el desafío que les queda a los intelectuales, fundamentalmente europeos, es acertar en el diagnóstico. O mejor dicho, hallar las metáforas adecuadas. El resultado, por supuesto, se escribe primero.

¿Para quienes producen sus obras? Si el conjunto está irremediablemente extraviado, es violento y autorreferencial de modo absoluto, ¿no conformaría una pérdida de tiempo? Acaso su esfuerzo se valide en la tranquilidad que le prodigan sus reflexiones: él no es como nosotros. De allí su clarividencia. ¿O debemos suponer que sus libros tienen como destinatario a su ego? ¿Sería capaz de tropezar con una paradoja tan grande? Seguro que no, la elite a la que ambiciona sumarse considerará sus aportes con benevolencia. De lo contrario, no tendríamos tantas noticias suyas.

¿Qué sucede con las multitudes, por qué resulta tan confortable menospreciarlas? Si están involucradas en un proyecto colectivo, el fascismo las domina (aunque se trate de paradigmas ideológicos opuestos); si se inscriben de modo individual en un espacio digital, padecen de “híper individualismo” feroz y degradante.  ¿Cuál es el modelo de sociedad que anhelan? ¿Alguna vez se realizó? ¿Cuál debería ser el rol de las multitudes? ¿Incluye en sus elucubraciones al otro en toda su complejidad o le alcanza con algunas parcialidades sustancialmente subjetivas?

Las mayorías existen, no sólo para quienes cifran su prestigio en la reiterada desacreditación de su condición. Quizás ante la imposibilidad de pensar junto a ellas, sólo queda el recurso de hacerlo en su contra.