El observador errante –
Es marcada la tendencia de nuestra sociedad a competir para obtener como resultado un triunfo pírrico en el mejor de los casos o a perder en la generalidad.
Es cierto que el desarrollo tecnológico nos brinda una velocidad cada vez mayor para obtener datos, que supuestamente, nos permiten alcanzar “éxitos” que antes llevaban años alcanzar.
Hoy la carrera está diseñada para que teniendo las mejores y más veloces tecnologías, se crea que se alcanza una victoria por estar más rápidamente informados y nos induce a extrapolar que nuestra verdadera capacidad se halla limitada sólo por el acceso pronto a esas complejas creaciones de otros hombres, que se adquieren con dinero.
Entonces, trabajamos intensamente para lograr los recursos necesarios para comprarlas y -se me ocurre- que estamos gastando el más valioso recurso no renovable para el ser humano… el tiempo; para adquirir cosas que simultáneamente con nuestra operación se transformen en obsoletas (primer derrota), pagarlas como si fueran tesoros, para luego tener que volver a pagar (de algún modo) para destruirlas.
En los años noventa del siglo anterior se pagaba por cada celular más que su propio peso en oro o piedras preciosas y ahora los niños ni los quieren para juguetes.
En estos días nos pasa lo mismo, pagamos sumas equivalentes por equivalentes y tan poco necesarias utilidades verdaderamente brindadas.
No conozco a ningún usuario que sepa obtener los resultados completos de su unidad, pero ya está “ahorrando” para reemplazarla por el próximo modelo.
Nos han inculcado que debemos vivir en la zona de “confort” y todo se encamina hacia ese presunto confort.
Nos sucede con nuestra alimentación ya no a la rotisería o el mercado o supermercado, sino al Delivery; de una manera tan obsesiva y bestial, que con el transcurso de los años, perdimos la habilidad de cocinar, de saber la composición de nuestras ingestas y las dejamos en manos que refinan, industrializan y nos venden a nuestro (?) gusto… No sabemos elaborar nuestros panes, ni nos interesa, confiamos en lo que el marketing ofrece y lo que los “retailers” nos venden.
Sin ir más lejos, mi madre sabía obtener aceite de sus olivos y también sabía preparar las aceitunas para que nos aguantaran hasta la próxima cosecha, también hacía el jabón con los aceites que le resultaban de menor calidad. Sabía usar los huevos y el aceite para lograr una mayonesa sana, porque extremaba la higiene, lavando cuidadosamente cada huevo antes de usarlo y porque utilizaba aceite sin soluciones químicas y sal común; nunca nos descompusimos por su consumo.
Es tan así, que cocinar es hoy una “profesión” muy rentable y distinguida.
Y así siguen los ejemplos.
No hace tanto, históricamente, que Miguel Ángel decía que las esculturas ya existían en el mármol, y que él a medida que esculpía, tallaba o pintaba solo iba descubriendo el “alma” que luego nosotros descubríamos en sus obras.
Paradójicamente, es tiempo, trabajo, esfuerzo y sensibilidad y NO velocidad, lo que hace a las grandes obras de la humanidad; sin embargo se trabaja incansablemente en “estandarizar” ergo “vulgarizar” para obtener mayor velocidad y … no mayor calidad.
Entonces cuando el pensante observa una instantánea de nuestro tiempo no puede comprender cómo se transcurre (no se vive) tan mal; ….es que es muy difícil sacar a quienes están en el “confort” para intentar que observen y detecten el alma y la forma de la perfección alcanzable.
Al ruido creado por el consumismo agregamos el ruido de nuestras protestas (bocinazos, cacerolazos, bombas de estruendo y otros elementos de cotillón) y subliminal o directamente nos incentivan, los mismos que generan nuestras necesidades “innecesarias” y soslayamos la posibilidad del pensamiento y la elaboración de un arduo trabajo de búsqueda del alma social y construir una sociedad que utilice los recursos disponibles, y no, ser el producto consumible de nuestra sociedad, una especie de “ANTROPOFAGIA” consiente y consentida.
El observador ve una “olla de grillos”, un recipiente donde se escuchan ruidos de grillos, que seguramente tienen algo para decir, pero termina siendo un desconcierto sonoro incomprensible, porque nadie se toma el trabajo de buscar al alma de ese recipiente y descubrir la maravillosa obra de arte contenida en tanto ruido.
El observador piensa que su trabajo de buscar un alma a la sociedad no lo verá plasmado en su vida, pero con tiempo, trabajo, esfuerzo y el “instinto” de autoconservación, el hombre termine tal vez en un mundo mejor, que obviamente volverá a transitar los avatares de la historia humana, porque el sabe que la vida es como una “película redonda” en el arte del cine,… una vez lograda, comienza a proyectarse de nuevo.
El observador anuncia que tal vez continúe con este tema. Ahora se va a una reunión para operar la posibilidad de construir una chatarrería espacial que recolecte los residuos tecnológicos orbitantes en el espacio. De eso no sabe nada, pero tiene la certeza que detrás de la basura siempre hay un buen negocio.