Por Elvira Yorio* –
Dedicar su vida al estudio, fue una necesidad que no se agotó en el mero acopio de conocimientos. Receptó un enorme aprendizaje, pero además, tuvo talento y coraje para presentir lo nuevo, afirmándolo con sus propias creaciones.
En la Universidad Nacional de La Plata obtuvo tres títulos: doctorado en Ciencias Naturales, en Biología y en Medicina. Si bien ejerció más de cincuenta años como médico endocrinólogo, integró sus otros saberes al perfeccionamiento de tan noble actividad. En rigor, la enalteció. Atendía la consulta solo tres veces en la semana, pese a la enorme demanda de turnos, puesto que los días restantes los empleaba en analizar detenidamente caso por caso. Descreía de las curas “mágicas” de los específicos de laboratorio, en cambio procuraba que cada paciente recuperara su salud, o la mantuviera, con productos naturales y generando sus propias defensas. Asignaba una importancia crucial a la alimentación, proscribiendo los enlatados, y no era partidario de elaboraciones culinarias complejas. Aconsejaba un estilo de vida simple, en el que la práctica de deportes o solo largas caminatas, eran necesario complemento. Ese modus vivendi lo observó durante los casi ciento dos años de su existencia.
Hasta sus últimos momentos, que transitó con plena autonomía, tuvo el mismo variado menú, caminó diariamente más de treinta cuadras, leyó, estudió, escribió, y compartió su sabiduría con cuantos se le acercaban. No obstante, creo que el secreto de su “lozana senectud” obedeció también a su excepcional temple espiritual. Tal como afirmaba Ortega: la verdad del hombre estriba en la exacta correspondencia entre el gesto y la acción, en la perfecta adecuación entre lo externo y lo íntimo…y esa coherencia se verificó en él, fue su sello distintivo. Poseía una especial paz interior, que trasmitía logrando conferir algo de su serenidad. Jamás tuvo un arranque de ira, nunca juzgó al prójimo ni se expresó con desprecio sobre nadie. Hizo un culto del respeto y la consideración hacia los demás. Por ello la amistad ocupó un lugar de privilegio en su vida. Una faceta de su personalidad que merece ser destacada es la investigación científica. Su generosidad innata le movió a compartir el resultado de sus estudios sin ningún móvil económico. Puso particular interés en temas que abordó con una gran dosis de inteligente intuición, ya que no habían sido hasta entonces demasiado tratados. Me refiero en especial a todo lo atingente a neurociencias, inteligencia biológica e inteligencia artificial. Si bien se conoce que Ramón y Cajal comenzó con esos estudios de avanzada sobre el cerebro y sinapsis, continuados por Pavlov y otros, recién en 1962 el término “neurociencia” se empleó oficialmente por vez primera (Instituto Tecnológico de Masachussets), y Borrone, desde antes, ya venía incorporándolo a sus conferencias y escritos.
Hace muy poco, en un reportaje( Radio Mitre) que el periodista Feinmann hizo al Dr- Cormillot, éste mencionó el valioso aporte de Borrone cuando prescribía micronutrientes para los niños, a fin de posibilitar el desarrollo de su inteligencia y la mejor disponibilidad de energía. En realidad, fue un pionero en esta temática, con reconocida actuación a nivel internacional. Miembro del Centro Latinoamericano para el Desarrollo de la Inteligencia, organismo de la Organización Mundial de la Salud con sede en Montevideo, Uruguay. Allí concurrió puntualmente todos los jueves durante los años 1979 y 1980 a dar clases en la Universidad de la República. Compartió con el Dr. Luis Alberto Machado, ( entonces Ministro para el desarrollo de la Inteligencia de Venezuela), numerosos congresos, jornadas y simposios. También estuvo vinculado con el Centro de Investigaciones Cerebrales de Shangai, adonde se lo invitó a dar varias conferencias en el año 1985. Su prédica, fundamentada en estudios indubitables, se centró en la importancia que reviste la educación y alimentación en los primeros años de vida del ser humano. Ello es así porque – como él enseñaba- la mayor evolución neuronal se verifica hasta los seis años de edad, disminuyendo después.
En esa etapa temprana se establecen entre las neuronas más de un millón de conexiones por segundo, frecuencia que disminuye drásticamente después. El resultado de sus investigaciones fue publicado en revistas científicas argentinas y extranjeras. Mucho más podríamos decir de tan egregia persona. Solía hablar de la finitud y, tal vez en posesión de esa certeza, confirió un sentido valioso a cada momento de su vida. Cabe preguntarse: ¿su equilibrio mental lo dotó de bonhomía espiritual? O quizás fue a la inversa, esa paz interior suscitó un recto pensar. Sin duda, practicó una síntesis ética ante los contrastes que la vida presenta. En todo caso, fue un ser excepcional que observó estrictamente el consejo de su admirado Gandhi: “Cuida tus hábitos, porque se convertirán en tu destino”. Y también como preconizaban los pre-socráticos: vivió para el bien, la verdad y la belleza.
*Colaboración para En Provincia.
Fotografía: Patru Brusa.