Necedad contra excelencia

Por Elvira Yorio* –

Se podría escribir el relato de la necedad humana a través de los siglos. Una de sus manifestaciones frecuentes y a la vez, más digna de rechazo, es esa práctica de enjuiciamiento y condena de los mejores. La oposición a aquéllos que, en diferentes áreas, han alcanzado la excelencia. En todas las épocas, ha quedado en evidencia el desconocimiento y la falta de gratitud hacia quienes _con visión anticipatoria_ han bridado su saber, transformado en aportes significativos para la comunidad, y cuyas obras han sido susceptibles de cambiar el curso de la historia. Las mayorías, encolumnadas desde siempre en lo preceptuado por ideólogos de turno, rechazan todo aquello que rompe el “statu quo” preparado para dominarlas.

Baste con mencionar solo a algunas víctimas de la incomprensión. Sócrates (339 A.C.), Jesús (1-33), Galileo Galilei (1564-1642), Juana de Arco (1412-1431), Tomás Moro (1478-1535) … Y tantos otros. No es ocioso recordarlos, evocarlos en la certeza de que su heroico accionar no ha sido vano…y continúa siendo necesario.   

Sócrates, un sabio que nunca se sintió tal, cuya prédica, asimilada por la pléyade de jóvenes que le seguían, era simple y profunda: tratar de llegar, mediante la reflexión, al sentido último de las cosas. El ejemplo más palmario de su triunfo, es la obra de Platón, a través de la cual queda demostrado ese esencial intercambio entre maestro y discípulo que, reivindicando a su mentor, hizo posible que sus enseñanzas llegaran a nuestros días. Algo providencial, ya que el “Tábano de Atenas” no dejó nada escrito. Precisamente, en su libro “Apología de Sócrates” (escrito a los veinte años), Platón, testigo directo del aberrante proceso contra Sóctates, hondamente conmovido por la injusta condena, relata el desarrollo de los acontecimientos, tanto de la acusación formal, cuanto de la defensa que, como destaca el cronista, el reo asumió por sí mismo, con absoluta serenidad. Se le imputó corromper a los jóvenes y no observar las enseñanzas de los dioses. Hay tres alegatos de defensa. En general, este tipo de juicios, motivado en cargos de índole religiosa, encubrían razones políticas. Pronunciada la sentencia condenatoria, para evitar la ejecución, los acusados tenían la opción de arrepentirse de sus actos y solicitar el exilio. Sócrates no aceptó ningún tipo de negociación, es obvio que el filósofo prefirió morir perseverando en los valores que sustentaba, que vivir a cambio de renunciar a ellos. Dijo: “lo difícil no es escapar a la muerte, sino escapar a la bajeza, pues corre mucho más rápido que la muerte”.  Sus conceptos sobre la justicia no han perdido validez: “…el juez no está en su sitio para conceder la justicia como una dádiva, sino para decir lo que es justo y no favorecer a quienes le parezca, sino dar sentencia con arreglo a las leyes…”

Jesús, más allá de toda consideración religiosa, es un hombre que pertenece a la humanidad, sin distinción de credos. Su vida y obra han llegado hasta nosotros a través de los evangelistas. André Malraux dice, por ejemplo, que “el Evangelio de Juan nos da una imagen completa, convincente y cercana de Jesús”. Nadie discute su existencia histórica, como así tampoco la legitimidad de los Evangelios. Se ha escrito mucho sobre él, algunas biografías y comentarios realmente interesantes como por ejemplo el libro de Albert Schweitzer (1906), que lo analiza desde tres perspectivas: como filósofo de la razón, como campeón de la revolución y como profeta. O las biografías de Ernst Renán (1863), o la de Jean Claude Barreau (1963), que traza un paralelo con Sócrates, a quien califica como el arquetipo del maestro y del pensador, expresando que ambos fueron condenados a muerte por las autoridades legítimas de sus pueblos respectivos. Destaca: Jesús “enseñó como el filósofo griego, aunque, con otras palabras, que el reino está en nuestro interior (Lucas 17,20-21)”. La historia del inicuo juicio y condenación de Jesús, ha sido incesantemente repetida. Recordemos la actitud del pretor Pilatos, que nunca estuvo convencido de la culpabilidad del acusado, pero aun así nada hizo para salvarlo. “Yo no encuentro ningún cargo contra él”. (Juan 19,12) dijo, pese a lo cual la plebe salva al culpable y se ensaña con el inocente. Ante eso, la conducta de Jesús que, sin dudarlo siquiera, entregó su vida, salvando la de sus discípulos, aun consciente de que ellos, por cobardía, lo han abandonado. Hay infinidad de frases aleccionadoras de Jesús, hoy reiteramos una de sus preguntas: “¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde a sí mismo?”  (Mateo16, 26).

Galileo Galilei, astrónomo, filósofo, matemático, físico…una inteligencia fuera de lo común. Anticipó la primera ley del movimiento, y se adelantó así en el descubrimiento de la ley de gravedad que, mucho después, formularía Newton. Inventó un telescopio que empleó para descubrir características de los planetas desconocidas hasta entonces, que revolucionaron la ciencia. Siguiendo las enseñanzas de Copérnico, enunció la teoría, que confirmó con pruebas, sobre el sistema heliocéntrico (la tierra gira alrededor del sol). Mantuvo una notoria independencia entre lo científico y lo religioso, postura que le acarreó graves enfrentamientos, que se tradujeron en una persecución de la Iglesia sobre su persona, tildándolo de hereje. Fue condenado por la Santa Inquisición e intimado a retractarse respecto a la teoría heliocéntrica, pues contrariaba la versión de la Iglesia. Las amenazas fueron tales que lograron que el científico negara públicamente el resultado de sus investigaciones, no obstante, lo cual, si bien salvó la vida, fue encerrado a perpetuidad, y censurada toda su producción científica. Más allá de comprender que fue un ser humano con las flaquezas inherentes a tal condición, confieso que me desilusionó su actitud, ese renunciamiento con el que traicionó a la ciencia y a sí mismo… Se le atribuye la frase: “Nunca he conocido a un hombre tan ignorante que no pudiera aprender algo de él”. ¿Habrá aprendido algo de los hombres que lo condenaron?

Juana de Arco. Una jovencita sin instrucción ninguna, pero poseedora de una preclara inteligencia, férreas convicciones religiosas, fervor patriótico e indomable voluntad. Desde niña fue testigo de la acción depredadora de los ingleses en territorio francés. Inspirada en apariciones sustentadas en su fe católica, se sintió llamada a combatir por su terruño. A los dieciséis años se presentó ante el rey y lo convenció de que le permitiera conducir un ejército para combatir al enemigo. Cortó sus cabellos y reemplazó sus vestidos por la cota de malla metálica, similar a la usada por los soldados. Logró su propósito, siendo artífice de la victoria de Orleáns. Infelizmente, después los de Borgoña la capturaron y entregaron a los ingleses que, conscientes del predicamento que tenía Juana entre muchos políticos y militares, se propusieron eliminarla. Tenía solo diecinueve años. Declarada hereje, y quemada en la hoguera, sus cenizas fueron arrojadas al Sena. La intención: que no quedara el mínimo rastro de su persona, pero el trascurso de los siglos no hizo sino acrecentar el reconocimiento a su heroísmo y a la calidad de su fe. Al enterarse que sería quemada dijo: “Mejor la integridad en las llamas que sobrevivir en retractación de la verdad”.  

Tomás Moro. Un eminente jurista, filósofo poeta, escritor, docente en derecho…fundador del socialismo utópico. Precisamente, se cree que, para fundamentar ese movimiento, tuvo dos fuentes: “Hechos de los apóstoles” (Hechos 4,32.35) y “La ciudad de Dios” de San Agustín. En su libro “Utopía” (1516), describe un sistema imperante en una isla (lugar que jamás existió en ninguna parte), donde la libertad y la tolerancia garantizan una perfecta convivencia y en la cual todos los habitantes pueden aspirar a la felicidad. Una sociedad ideal, en la que no existe dinero, ni propiedad privada, propugnando la igualdad y castigando los abusos de los poderosos. El rey Enrique VIII lo enjuició, ante su negativa a aceptar una nueva iglesia que reconocía al rey como conductor de tal movimiento religioso, que repudió la autoridad papal. Fue condenado a muerte y decapitado. Pudo haberse salvado, abjurando públicamente de sus principios. No aceptó. Prevaleció su comportamiento ético. Una frase de este gran hombre, exhibe inalterable sabiduría: “Si no es posible erradicar de inmediato los principios erróneos, ni abolir las costumbres inmorales, no por ello se ha de abandonar la causa pública. Como tampoco se debe abandonar la nave en medio de la tempestad porque no se puedan dominar los vientos.”  

He esbozado la semblanza de cinco figuras que fueron condenadas por obra de la necedad humana. ¡Hay tantas! Imposible siquiera enumerarlas. Afortunadamente estos actos repudiables no amilanaron a quienes siguieron y continúan aún empeñados en una realización que exorbita lo personal para proyectarse hacia la comunidad, en pos del ideal de perfeccionamiento indispensable para el progreso de la humanidad.   

*Colaboración par En Provincia.        

Fotografía: https://pixabay.com