Por Andrea Royo –
Sentada en el asiento confortable del aeropuerto, me he puesto a pensar en todas las cosas que he hecho en el camino que llevo recorrido. Todo lo hecho ha sido siempre pensado o planeado minuciosamente, incluso, he pensado bien antes de hablar, y bien recuerdo que he llegado a decir que jamás saldría del país debido a mi miedo a volar, sin embargo, estoy ansiosa esperando mi vuelo…
Olivia me ha llamado, nos conocimos en el jardín de niños y desde ese momento hemos sido muy unidas, hemos compartido bellos momentos, caminatas en la plaza, las fiestas, las risas, las miradas cómplices, la culpa, los triunfos y los fracasos, recuerdo con nostalgia que corríamos a la torre de la iglesia, subiendo presurosas aquellos cuarenta escalones que nos llevaban directo a “el cuartito de la amistad” como nos gustaba llamar a aquel lugar, allí podíamos contarnos nuestros secretos y cantar sin que nadie nos pueda escuchar, miles de momentos vienen a mí, recuerdos bien guardados en mi corazón.
Al cumplir veinticinco años, Olivia decidió irse a vivir a Austria, Viena para ser precisa y sin pensar, he resuelto viajar hasta allí y visitarla.
Pero ahora no es tiempo de recordar, me he acomodado en el asiento del avión, la verdad no es tan malo, no logro entender a qué le temía…
Ya casi llegando, anocheciendo, con tímida prudencia, abrí la ventanilla y miré, aquel lugar maravilloso, en un casi azul fundiéndose entre el cielo y el manto que el atardecer acomoda sobre las pintorescas casas, luces dándome la bienvenida, acomodadas perfectamente sobre el puente Reich que forma un enlace entre la parte norte de Viena y el centro de dicha ciudad, es enero y un manto de nieve cubre calles y enramadas.
Ya en mi auto de alquiler, me dirigí a casa de Olivia, sin dejar de maravillarme en el paisaje de una ciudad que se desliza tan fácilmente entre el presente y el pasado, el imponente Palacio de Schonbrunn con incontables ventanales y pensada arquitectura, los jardines perfectos en su belleza, perfumados como salidos de un cuento, la alfombra de césped que recorre la ciudad me invita a caminar descalza, fuentes maravillosas ubicadas en medio de las plazas, rodeadas de arbustos que parecen haber sido sacados de un molde, todo es tan limpio y prolijo que creo lograr entender porque mi querida amiga jamás volvió a Argentina, este lugar enamora!!.
Al llegar a la casa de mi amiga, consumida por la ansiedad de verla, pues ya han pasado más de quince años que no estamos frente a frente, sin embargo me he quedado parada frente al cerco observando el estilo clásico de aquella casona, con grandes ventanas en tres pisos, de las cuales plantas colgantes decoran el paisaje soltando, sin dejar caer bellas flores de color fucsia fuerte, contrastando con el verde pálido de las paredes e intentando tocar una enredadera que trepa con timidez los muros, las calles que llevan a la casa hacen una subida, dejando a aquel lugar solo en la cima de una blanca colina.
En medio de toda esta nieve, el vacío habitado por un perfecto refugio para la paz, y justo en el pórtico un trozo de madera tallado que dice, “vientos de amistad”, mi amiga me estaba esperando…
Abre la puerta Olivia, la expresión de su rostro al verme no precisó de palabras, estamos juntas y nada más importa.
Un rato más tarde, luego de que me acomodara y tomara un baño, nos sentamos juntas frente a la chimenea, casi como cuando éramos niñas, con las piernas cruzadas en la alfombra, con una taza de chocolate caliente que calentaba nuestras manos, comenzamos a charlar, Olivia me cuenta con profundo dolor que hace apenas una semana, su esposo había muerto, con los ojos tristes y la voz quebrada, me dice:
“Hace casi un mes, quisimos dar un paseo, salimos de noche y pasamos por la casa de unos amigos, nosotros no sabíamos, pero en ese momento ofrecían una fiesta clandestina, ya sabes, estamos en pandemia y no se puede estar en lugares cerrados con mucha gente, aun así, nos quedamos, en aquella casa no cabía un alfiler!!, bailamos, bebimos y nos divertimos, y volvimos a casa al amanecer, al mediodía, él se sentía mal, estaba afiebrado y no podía respirar, jamás sentí tanto miedo, llamé una ambulancia y quedó internado, fueron largos días de angustia y desvelo, no he podido verlo durante ese tiempo, hasta que un día mi teléfono sonó…” [comentó casi ahogada en su propio llanto]
No supe que decir, sólo tomé su mano y lloramos juntas, el coronavirus golpeó la vida de mi amiga, por lo tanto, también la mía.
Un día salieron a divertirse y después…el silencio, no pudo verlo, ni despedirse…que bueno que pude venir, así no estará tan sola.
Ese primer día, ella necesitaba desahogarse y luego intentar vivir, solo me llamó y supe sentir que debía venir, me pidió auxilio sin decirlo y aquí estoy.
Al día siguiente, como renovando el espíritu e intentando hacer que la visita no se sintiera como tal, salió de su habitación y comentó:
_Éste día te mostraré espectáculos increíbles!, en el Palais Schonborn de la orquesta barroca de Viena hay un concierto llamado “Isska, nombre cincelado en un florete” y luego iremos a un pintoresco restaurante que ofrece cena show y un espectáculo llamado “Santina y el amor”, Qué te parece? Dijo entusiasmada_
_si, claro! , respondí de inmediato
Y así fue que comenzamos nuestros días juntas, apoyándonos una a la otra, compartiendo silencios sentadas en la alfombra blanca del jardín, blanca de nieve que caía lenta sobre las rojas narices, tardes de siesta luego de caminar hasta la ciudad en busca de víveres, noches de historias frente al resplandor de la chimenea, en fin, la vida.
En algunas ocasiones me he quedado mirando a Olivia con nostalgia y admiración, mi llegada fue para ella como si un mago le hubiera tocado con su varita el corazón y aliviado todo su dolor, por momentos era como si el destape de Olivia llegaba cual torbellino, pero luego, volvía a sentir el frasco medio vacío y caía en su agonía.
El estar en este lugar alejado a mi tierra me hacía olvidar un poco el sueño de Pablito…un amor no correspondido, por esa causa jamás me he casado, creo que seguiré esperando que algún día Pablito me busque como yo busqué a Olivia y se quede a mi lado como yo hare con ella.
Realizado en el Taller de Cuentos de “Al Pie de la Letra de María Mercedes G”