Mensaje a los hermanos de la Luna

Por Aylin Mariani* –

En los años en que los hombres soñaban con caminar sobre la Luna, llegaron al desierto con trajes blancos y aparatos extraños. Para ellos, aquel suelo árido era un simulacro de otro mundo. Para los pueblos originarios, era el corazón de su hogar.

Un anciano navajo, pastor de ovejas, los observó en silencio. Preguntó qué hacían allí. “Nos preparamos para viajar a la Luna”, respondieron. Entonces pidió enviar un mensaje.

Grabó unas palabras en su lengua. Nadie quiso traducirlas, hasta que un sabio explicó:

“Hermanos de la Luna: tengan cuidado con esta gente. Han venido a quitarles sus tierras.”

El desierto guardó la risa y la tristeza de quienes escucharon. Porque no era un chiste, sino memoria. La advertencia viajaba más allá de las estrellas: dondequiera que lleguen los hombres vestidos de blanco, llevan consigo la sombra de la conquista.

Con el tiempo, la anécdota se convirtió en relato compartido. No importaba si había ocurrido exactamente así: lo verdadero estaba en la memoria que evocaba. Era un recordatorio de que la conquista no termina en la tierra, sino que se proyecta hacia el cielo, como si la historia buscara repetirse en cada nuevo horizonte.

Hoy, cuando se habla de colonizar otros planetas, la voz del anciano sigue resonando. Nos recuerda que no hay viaje inocente si se olvida la dignidad de quienes habitan un lugar. La Luna, Marte o cualquier estrella futura no son territorios vacíos: son espejos de nuestra relación con la tierra y con los otros.

Así, la historia se convirtió en metáfora. Los pueblos originarios, que habían visto perder sus ríos y montañas, hablaban ahora a los astros. La Luna se volvía hermana en la resistencia: un espejo que recordaba que la tierra —sea roja o plateada— no pertenece a quienes llegan, sino a quienes la habitan.

*Colaboración para En Provincia.

Fotografía: IA Copilot