Muchos de los cuentos clásicos infantiles que hoy conocemos, como “Caperucita Roja” o “Cenicienta”, originariamente no tenían como destinatarios a las infancias. Los relatos de Perrault, por ejemplo, escritos a fines del 1600 y publicados bajo el título “Cuentos de Mamá Ganso”, eran leídos en la corte de Versalles. Sus argumentos eran mucho más crueles de lo que conocemos hoy: las hermanastras de Cenicienta, por ejemplo, se cortaban los dedos de los pies para que les entre el zapato perdido.
Luego, con la llegada de los Hermanos Grimm al campo de la literatura, se emprende la tarea de recopilar estos relatos con el objetivo de recuperar leyendas y relatos de origen germánico. En 1825, la dupla logra una versión de estos cuentos que empieza a circular para los niños.
El terror en los cuentos ha sido analizado desde numerosas perspectivas. En el caso del psicoanálisis, Bruno Bettelheim en su libro “Psicoanálisis de los cuentos de hadas” ha señalado que en “Caperucita Roja” es posible encontrar un conflicto edípico y un deseo de parte de la protagonista hacia el lobo. Sin embargo, Battelheim también planteará un punto interesante: “El niño confía en lo que le cuenta el cuento de hadas porque ambos tienen la misma manera de concebir el mundo”. Por lo tanto, considera que los cuentos infantiles ofrecen “un espacio psíquico propicio” para elaborar conflictos, miedos, fantasías.
A principios del siglo XX, la función pedagógica que se le atribuía a los cuentos infantiles se desplazó. Los cuentos comienzan a interpretarse como un “desborde de fantasía y horror” que no coopera en la educación infantil. Muchos de estos relatos permanecieron solo a partir de atenuar temáticas sangrientas, o sobre odio y venganza.
Howard Phillips Lovecraft, autor estadounidense de novelas y relatos de terror y ciencia ficción, reflexiona en su ensayo “El horror sobrenatural de la literatura” sobre el surgimiento y las características del género del terror. Para el escritor, el miedo es una “sensación primigenia” que surge de aquello que no se comprende y “los genuinos cuentos fantásticos incluyen algo más que un misterioso asesinato, unos huesos ensangrentados o unos espectros agitando sus cadenas según las viejas normas”.
Para Lovecraft, debe “respirarse” en los cuentos una atmósfera de “de ansiedad e inexplicable temor ante lo ignoto y el más allá; ha de insinuarse la presencia de fuerzas desconocidas, y sugerir, con pinceladas concretas, ese concepto abrumador para la mente humana: la maligna violación o derrota de las leyes inmutables de la naturaleza, las cuales representan nuestra única salvaguardia contra la invasión del caos y los demonios de los abismos exteriores”.
En contraposición a la “adaptación” para chicos que caracterizó a la literatura en el siglo XX, la clave estaba en dejar de lado la típica moraleja o enseñanza que caracterizaba a la mayoría de los relatos infantiles.
A partir de estos planteos, comenzó a entenderse que era posible que los pequeños lectores se vieran interpelados y disfrutaran de una experiencia de lectura de terror. Esta incipiente literatura destinada a niños específicamente y orientada a “inquietar” más que a “tranquilizar”, se amplió con autores como Jaques Prevert (1900-1977), Roald Dahl (1916-1990) y Maurice Sendak (1928-2012).