Las reelecciones indefinidas se perciben como un retroceso democrático

Por Guillermo Cavia –

El Senado de la provincia de Buenos Aires dio media sanción a un proyecto que habilita la reelección indefinida de legisladores provinciales, concejales y consejeros escolares. Esta decisión modifica la ley vigente desde 2016, que limitaba a dos mandatos consecutivos estos cargos.

La votación fue muy ajustada: terminó empatada 22 a 22, y fue la vicegobernadora Verónica Magario quien, en su rol de presidente del Senado, (la misma que expulsó a los periodistas del palco en el palacio legislativo), desempató a favor del proyecto. La iniciativa fue impulsada por sectores del kirchnerismo y contó con apoyo de la mayoría del oficialismo, algunos libertarios dialoguistas y un senador del monzoísmo.

El argumento principal de quienes apoyaron la medida es que permitir la reelección indefinida fortalece la democracia al dejar en manos del electorado la decisión de renovar o no a sus representantes. Por otro lado, los críticos—incluidos legisladores del PRO, la UCR, La Libertad Avanza y el Frente Renovador—advirtieron que esto representa un retroceso en la renovación institucional y puede consolidar estructuras de poder difíciles de remover.

Cabe destacar que los intendentes quedaron excluidos de esta reforma, por lo que siguen sujetos al límite de una sola reelección consecutiva.

Para muchas personas, una medida que habilita reelecciones indefinidas puede percibirse como un retroceso democrático, sobre todo si se interpreta como una forma de perpetuar a ciertos dirigentes en el poder y dificultar la renovación política.

Quienes critican la reforma argumentan que puede fomentar clientelismo, consolidar estructuras cerradas y desalentar la aparición de nuevas voces en la política. En ese marco, para muchos ciudadanos, la “vergüenza” no es solo por la votación misma, sino por lo que representa en términos de calidad institucional y confianza en las reglas de juego.

Ahora bien, también hay quienes defienden la modificación con el argumento de que la última palabra siempre la tiene el votante: si alguien desea reelegir a su representante y este sigue siendo elegido democráticamente, ¿por qué prohibirlo?

Quizás el argumento sea que estas reelecciones indefinidas se perciben como un retroceso democrático y claramente son necesarias para las viejas políticas que siguen, ajenas de renovación, sin darse cuenta que, a la población no le asientan bien estos manejos del sistema. En ocasiones a las mujeres y hombres de la política no se les cae una idea, pareciera que lo que más importa es ganar sueldos siderales en un país empobrecido.

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