Las criptomonedas: una ocasión para problematizar nuestro sentido común

Profesor Dr. Luis Sujatovich – UNQ – UDE –

Las dudas que suscitan las criptomonedas conforman una oportunidad muy interesante para indagar cuánto conocemos del funcionamiento de la economía tradicional. Una de los señalamientos más frecuentes está relacionado con la imposibilidad de atesorarlos, ya que se trata de monedas digitales, así como la falta de información  de los acontecimientos financieros que impactan en su cotización.  También la ausencia de regulación (al menos en los términos habituales, es decir con la intervención de un Estado o de un grupo de organismos reconocidos) y la conformación de una responsabilidad que parece diluirse entre miles de inversores, refuerzan la desconfianza que impera entre los sujetos que disponen de un capital para ahorrar. Lejos de proponer un abordaje que omita las razonables interrogaciones mencionadas, resulta necesario establecer que tampoco tenemos una formación en asuntos bursátiles que nos permita conocer, si quiera someramente, cuáles son los motivos que impulsan a los mercados a comportarse de una determinada forma, o cómo sería posible eliminar la inflación. Sin embargo, nuestra confianza en su funcionamiento no suele atravesar largos períodos de cuestionamientos, excepto cuando las crisis nos atormentan.

No deja de resultar curioso que se extiendan los temores sobre la confiabilidad de los nuevos activos, en un país que ha sido una y otra vez aquejado por gobiernos que no han sabido administrar los recursos y un sistema bancario voraz, inseguro y proclive a las transgresiones. Acaso aquello que se considera una falencia, sea precisamente, su mayor virtud: no depende de los sectores tradicionales ni tampoco responde a los designios del gobierno de turno.

La particular circunstancia histórica que supone disponer de  varias monedas que no representan a ningún país pero que tienen validez en la mayoría, nos permite reflexionar acerca de las incesantes consecuencias del ensanchamiento de la red. Podríamos señalar que los medios de comunicación fueron los primeros en notar su arrolladora potencia; luego los videojuegos, los modos de vincularse, las formas de participación política, la intimidad y la construcción de subjetividad. La pandemia ocasionó que el trabajo hogareño, la educación, el comercio y la medicina hallaran el modo de ajustarse a las reglas que imponen las plataformas, los dispositivos, las interfaces y los habitantes.

Estamos asistiendo, en consecuencia, al final de una etapa: el sistema financiero mundial ya no podrá gozar del monopolio (simbólico y material) del dinero. Y no es difícil suponer que tamaña transformación implique un impacto similar en las administraciones gubernamentales. ¿O acaso uno no depende del otro? Quizás no falte tanto tiempo para que sea posible que los Estados se endeuden en Bitcoin, pero mientras eso no suceda, es evidente que acreedores y deudores necesitan que las reglas del mercado económico mundial no cambien. Es, quizás, esa connivencia el principal motivo para tener una moderada esperanza. Es cierto que una reconfiguración no resolverá la pobreza ni tampoco la transformación digital hará de los inversores sujetos con empatía. La posibilidad de que una cantidad enorme de sujetos dispersos, que sólo tienen una relación ocasional y sin intermediarios, generen transacciones menos irresponsables, resulta estimulante. Bien sabemos cuál es el resultado de la ecuación: gobierno, empresarios y fondos internacionales.