La Torre

Por Ángela Grigera Moreno (Anngiels) –

Damián terminó comprando aquella casa que desde niño le intrigaba. Era una especie de mansión venida a menos que en sus mejores años relucía por las noches no solo las de fines de semana si no también durante la semana, por las fiestas que allí se hacían. Vivía en el lugar una familia acaudalada francesa, el dueño tenía una gran empresa viñatera contando con gran producción en Francia como en Argentina.

Damián cuando pasaba por el frente de aquella mansión se quedaba prendado del inmenso jardín y de una parte de la casa que para él era como la torre de un castillo, en realidad era una especie de mirador por el cual se observaba toda la ciudad por estar construida en una zona alta.

Siempre tuvo curiosidad por el interior de la casa, su imaginación lo llevaba a esa torre que quizás tuviera encerrada a alguna princesa de cuento o tal vez el dueño ocultara allí un gran tesoro.

Sus escasos 9 años le despertaban la imaginación y la curiosidad que juntas eran insoportables y lo sumían en la impotencia de no poder descubrir todo lo que cruzaba por su mente. Hasta soñaba con duelos en el fondo de aquel parque que rodeaba la casa, que ocupaba exactamente una manzana en aquella zona de residentes acomodados.

Altos muros cubrían las partes laterales y el fondo, por el frente hermosas rejas torneadas con un gran portal central impedía que entraran al lugar desconocidos y curiosos, dos guardias estaban apostados allí las 24 horas del día.

Damián solía llegarse por ahí para ver si podía conocer al hijo del dueño, que según le contaran era de su edad, y ver si siendo su amigo esas puertas se abrían a su paso, pero este nunca parecía salir ni al jardín, ni a la puerta. A veces pensaba que era mentira que hubiera un niño allí. Una tarde volviendo de su infructuosa búsqueda, se prometió ser el dueño de esa casa algún día y se lo dijo a sus padres, su madre lo miró riendo, pero el padre lo sentó sobre sus rodillas y le dijo:

-Mirá Damián si seguís como hasta ahora vagabundeando en vez de estudiar, si no pensas en ser alguien nunca, jamás podrás comprar esa mansión ni nada. Damián lo miró fijo y serio y le contestó:

-Algún día papá esa casa será mía ya lo verás

Bajó de las rodillas de su padre y se fue a su cuarto, abrió el portafolio y en su pequeño escritorio se puso hacer los deberes. Desde ese día su vida dio un giro, comenzó a estudiar y leer mucho, esas lecturas a veces lo hacían soñar una y mil aventuras dentro de esa mansión. Mientras cursaba la secundaria comenzó a trabajar y le pidió a su padre que abriera una caja de ahorro, casi todo lo ganado lo depositaba, su padre lo miraba y suponía para que le daba ese dinero. Muchas veces se decía pobre hijo mío con esto no comprara ni un árbol de ese inmueble, pero ahora estaba allí, era de su propiedad.

Lo que nunca imaginó fue que no solo las paredes y el abandonado parque con todo el mobiliario eran suyo también lo eran su historia, sus desgracias y fantasmas que debería desentrañar.

Damián recibió las llaves de la mansión subió a su auto y se dirigió hacia ella. Era la primera vez que traspasaría sus altas y herrumbradas rejas, su gran puerta de cedro descolorida y descascarada, no había querido entrar a verla con nadie, la compró a ojos cerrados apenas la pusieron en venta. Solo preguntó por qué la vendían y quién lo hacía, la respuesta fue simple:

-Sr González la vende su heredero el Sr Michel Leblanc

– ¿El que fuera el más joven campeón de esgrima argentino?

– Sí, si el mismo, ¿Ud. sabía que además fue un gran violinista?

– No, la verdad desconozco esa parte de su historia

– Es muy interesante su vida, aunque hay un interrogante por qué desapareció de los escenarios europeos en pleno éxito. Vende la mansión por grandes problemas económicos, ha decidido quedarse a vivir en Francia en una pequeña propiedad en la campiña con un pequeño viñedo, todo lo que le queda de aquella inmensa fortuna que heredara de sus padres.

Damián frente a las rejas antes de abrirlas dirigió la vista hacia la torre, esa torre llena de misterios por la cual a sus 9 años decidió comprar la mansión. La tarde era gris y brumosa y se veía borrosa en esa tarde de invierno.

Era la imagen de un cuento de terror.

Mientras caminaba por el jardín seco de flores y cuyas fuentes estaban tan secas como las plantas se preguntó, por qué había comprado esas ruinas, ¿si por curiosidad o por demostrarle a su padre que cumpliría su palabra?

El padre de Damián había olvidado esa promesa o desafió, estaba orgulloso de su hijo, hoy un reconocido y muy bien cotizado arquitecto, no imaginaba que en esos momentos aquel niño ahora un exitoso hombre de cuarenta años estaba frente a la gran puerta de madera que daba paso a los misterios de la casa de los Leblanc.

Al abrir la puerta un gran hall se abría a su paso, encendió la luz y solo se prendieron algunas pocas lamparitas de la enorme araña de cristal y caireles. A los laterales se presentaban dos frías escaleras de mármol, tomó camino por la derecha por dónde suponía llegaría a la torre, el ruido de la puerta que había dejado entreabierta al cerrarse lo sorprendió, un fuerte viento precedió a la fuerte tormenta que se desató en el momento que ya subía las escaleras, pero no se detuvo, su mente estaba puesta en aquel lugar, llevaba en la mano el manojo de llaves sin saber cuál le pertenecería. Mientras llegaba al gran pasillo donde había varias puertas cerradas vio al final del mismo otra escalera y supuso con razón que esa era la que lo llevaría al misterioso lugar y se encaminó con paso firme.

Frente a aquella puerta su mano no tembló mientras buscaba la llave, eligió una muy antigua con una sola paleta y una cabeza circular cuyo centro tenía un triángulo de bronce, era más larga que las otras y de color gris acerado.

Al introducirla giró sin problemas como si la puerta esperara ser abierta. Un acre olor a humedad inundó su nariz, tanteó la pared buscando la luz, y solo un foco de luz amarillenta apenas iluminó el lugar lleno de trastos viejos, maletas apiladas, cajones cubiertos como todo de polvo y telas de araña.

No había ninguna princesa ni ningún mosquetero encerrados allí como alguna vez en su niñez pensara.

Ahora, había que buscar en ese territorio polvoriento el tesoro escondido

Tal vez ese sí existiera. Pero a esas horas ¿por dónde empezar?, pensó dejarlo para el día siguiente pero una punta metálica que brillaba debajo de unos trapos le llamó la atención y sorteando cajones y libros esparcidos en el suelo llegó hasta él y removiendo lo que lo tapaba descubrió un florete junto a una máscara apoyados ambos sobre la caja de un violín junto a un libro forrado en piel y un candado cerrando sus tapas.

Estaba por tomar el libro cuando oyó una voz de mujer que llegaba desde abajo, lo volvió a su lugar y salió llevándose por delante una maleta que se abrió al volcarse y vio dentro de ella algo envuelto en telas lo tomó entre sus manos curiosamente y al descubrirlo vio un gran frasco de vidrio azul oscuro que guardaba no se sabía que, y además no se veía por la poca luz, ¿lo dejó sobre un montículo de libros y salió del lugar al encuentro de la voz que casi gritaba

–Michel…Michel ¿regresaste?

Al bajar la escalera una mujer se acercaba por el largo pasillo del primer piso hacía la escalera de la torre. Al ver que no era Michel la mujer quedó petrificada

– ¿Quién es Ud.? – preguntó con un hilo de voz

– Soy Damián González el nuevo dueño de esta propiedad y Ud., quien es Srta. 

-Mi nombre es Andrea, disculpe mi intromisión, vi luz y creí que era Michel que había decidido volver

La mujer estaba con un paraguas chorreando abundante agua

-Uff parece que llueve mucho

-sí llueve bastante, vivo cerca, y salgo todas las tardes llueva o no, a caminar, vi la luz de la torre y pensé que era él, quien otro podría estar allí arriba. Bueno disculpe, me voy, tendrá mucho que hacer

Damián miró a la mujer como hacía mucho no miraba a ninguna.

-Espere, creo que por hoy ya no tengo nada que hacer aquí, salgamos juntos.

Andrea esperó que fuera a cerrar la puerta de la torre y ambos salieron de la casa, ella compartió el paraguas con Damián y lo acompañó hasta el auto.

-Andrea me gustaría conocer un poco de la historia de esta casa y sus integrantes y creo que Ud. algo sabe o bastante.

-Bueno yo viví aquí, mis padres eran parte de la gente que trabajaba para los Leblanc, mi madre mucama y mano derecha de Monique Leblanc y papá jardinero y eventualmente chofer, sobre todo de Michel.

 – ¿Me aceptaría un café? si no le molesta y de paso no nos mojamos más

-No, no me molesta recordar viejos y buenos tiempos

Damián le abrió la puerta del auto y fueron a un resto bar muy cerca del lugar, el café se convirtió en cena y las horas se esfumaron mientras Andrea contaba la historia de aquella mansión por la cual Damián había dedicado toda su vida para poseerla.

Así se enteró de que Michel era retraído pero muy inteligente y sagaz, que odiaba las fiestas, que Andrea había sido su única amiga, considerada más que eso una hermana.

Supo que había decidido practicar esgrima cuando a los 8 años leyó los tres mosqueteros. Y que el violín fue su otra pasión después de escuchar a un amigo de su padre interpretar junto a un pequeño grupo música clásica en una de sus fiestas con apenas 5 años, su madre lo alentó siempre a que hiciera lo que le gustaba, a los 6 años ya iba al conservatorio, la esgrima era su momento de distracción, era perfeccionista en todo, nunca hizo amigos íntimos, solo con ella compartía momentos de juegos, lecturas, música. En algún momento de la adolescencia ella había soñado ser algo más que una amiga, pero sus padres le sacaron esas ideas, porque sabían que los de Michel jamás permitirían que ella entrara en la familia. Luego Michel viajó a Europa para perfeccionarse en el mejor conservatorio de Italia, ya a los 18 años era campeón de esgrima en el país y concertista en Francia e Italia.

Volvía esporádicamente, se presentaba a veces en torneos si su agenda musical se lo permitía, había sabido manejar muy bien sus dos pasiones siendo uno de los mejores en ambas. Y cuando estaba ella seguía siendo su compañera incondicional.

Al morir su madre su padre no la sobrevivió mucho, ya que la depresión lo llevó a un infarto que terminó con su muerte. Michel, por algún tiempo residió en Argentina decidiendo poner los negocios en manos de su tío paterno, ya que no le interesaban solo recibía las ganancias concertadas con su tío, pero este no supo manejar los negocios y perdió poco a poco lo conseguido por Pierre Leblanc.

En ese ínterin viviendo en Francia conoció una mujer que por primera vez despertó el amor que hasta ese momento había dejado de lado, pero era casada y cuando su esposo lo supo en pleno siglo XX lo retó a duelo, por supuesto el duelo fue con las armas que ambos mejor conocían el florete. Allí comenzó lo peor de su vida, fue herido en su mano izquierda la espada voló por los aires y su adversario prácticamente se la cercenó, luego de una difícil operación la perdió por una infección que no pudieron controlar.

Todo lo ocurrido fue ocultado a la prensa, y eso le costó parte de su fortuna personal. Desapareció del mundo artístico y social encerrándose en la mansión heredada en Argentina y que milagrosamente hasta ese entonces se salvara del derrumbe de las Empresas Leblanc S.A. Para mayor desgracia la mujer que amaba volvió con su marido y eso lo decidió regresar a Argentina. Después de dos años y de mucho pensarlo, acosado por deudas decidió vender la propiedad y volver al pequeño viñedo en la campiña y ponerlo a funcionar nuevamente. Eso era todo, un hombre que lo había tenido prácticamente todo se había quedado sin nada. Andrea al ver luz en la torre pensó que había vuelto y había desistido de venderla. Así Damián conoció la vida de aquel chico que buscara muchas veces para que fuera su amigo y le abriera las puertas de esa casa hoy suya.

Al terminar la cena y viendo que ya pasaba la media noche Damián dice:

-Andrea te gustaría mañana después del mediodía venir conmigo y ver lo que quedó en esa torre, siempre fue un misterio en mi imaginación, y desde mis 9 años me propuse un día subir hasta ella.

-Sí, sí quiero, quizás aún esté el libro de cuero dónde escribíamos historias y deseos para cuando fuéramos grandes, solíamos dejarnos mensajes encriptados. Esa torre encierra los más queridos recuerdos de mi niñez

Al día siguiente volvieron al lugar, Damián llevó luces de emergencia para iluminar mejor el lugar.

Andrea apenas entró vio el libro y buscó la llave detrás de un viejo cuadro, Damián abrió la caja del violín y dentro no solo estaba el instrumento, también la etiqueta y el certificado de la marca Stradivarius, uno de los pocos en el mundo dormía su sueño eterno en esa torre. Tomó por la empuñadura el florete y descubrió en ella manchas secas de sangre, (seguramente eran de Michel, de aquel infausto día), y se veía un imperceptible grabado, una fecha que supuso era de cuando la habían forjado, 1778, la hoja era de acero toledano y su empuñadura lucía las iniciales M. L. con incrustaciones de oro y plata, seguramente grabadas con posterioridad. Mientras Andrea leía el libro con sus ojos llorosos, Damián tomó el frasco que la noche anterior dejara sobre los libros y al abrirlo encontró tres pequeñas cajas de joyería que contenían tres bellos anillos de oro y piedras preciosas y en un sobre de terciopelo un collar de perlas de tres vueltas con importante broche con diminutas piedras preciosas desconocidas para él. Su sueño de niño de que allí había un tesoro parecía ahora una realidad. Andrea reconoció las alhajas de una colección que poseía la Sra. Monique, supusieron que alguien las había escondido allí, vaya a saber con qué motivo.

Damián se acercó a Andrea y secó sus lágrimas, ella volvió a cerrar el libro con el candado y se lo ofreció, pero Damián comprendió que allí no debía entrar, y con un gesto le dio a entender que le pertenecía.

Salieron de aquel lugar y quedaron en volver a verse, ahora solo le quedaba ver a sus padres y darles la noticia de que había cumplido con su promesa, desde ese día su vida comenzaría a ser otra, una idea pasó por su cabeza, quizás un poco loca, y en ella Andrea sería la protagonista de su nuevo sueño. Damián sabía que también ese sueño se haría realidad, se conocía muy bien y sabía de lo perseverante que era para seguir sus sueños.

Cuatro años más tarde la mansión se volvía abrir con una fiesta doble, su reinauguración y la fiesta de boda de Andrea y Damián. Un invitado especial llegaría de Francia a disfrutar de la fiesta de casamiento de quien consideraba su hermana del corazón, Michel Leblanc sería el padrino de bodas.

Realizado en el Taller de Cuentos de “Al Pie de la Letra de María Mercedes G”