La reivindicación del tabú o la tácita censura de cada día

Profesor Dr. Luis Sujatovich – UNQ – UDE –

La tácita censura contemporánea se destaca por una característica inédita: está  culturalmente aceptada y comunicacionalmente ejercida por un número enorme pero desconocido de habitantes de la red: ustedes, nosotros y ellos. Y allí radica su eficacia y su anormalidad: no emana de una autoridad, ni de un reglamento ni siquiera de un tabú ancestral y enigmático. Cada vez que se agrega una publicación en cualquier interfaz se realiza un invisible pero ajustado proceso de corroboración que consiste en asegurarse que ningún tema, referencia o término pueda suscitar una reacción adversa, con ínfulas de denuncia e indignación fulgurante de quienes se detienen a observarla. Porque aunque son pocos lo que se atreven a mencionarlo, estamos asistiendo al crecimiento vertiginoso del listado de los asuntos que no deben tratarse, o que se sólo se pueden abordar de una forma determinada. Por supuesto que no nos estamos refiriendo a las grandes tragedias de la humanidad ni tampoco a enfermedades: no creo que haga falta sostener la importancia del respeto y de la empatía. El problema es que la agenda pública (no la de los medios ni tampoco de la clase política)  va perdiendo densidad y con ello la posibilidad de construir una nueva interpretación de los asuntos cotidianos. Ya no sólo no es posible aludir a determinados temas (fíjense que también aquí opera la censura, pues tampoco los nombro) sino que en su avance triunfal y devastador para la densidad de la trama discursiva que caracteriza a una sociedad que se presume democrática, también hay palabras, modismos y refranes que han caído en desgracia. Usarlos es someterse al escarnio público.

La consolidación de un sentido único e inmodificable para determinados vocablos restringe la capacidad de resignificar que cada generación debe asumir. No sólo no hay que revisar desde una perspectiva diferente un acontecimiento, sino que además no es posible usar las palabras que de alguna forma están sujetas a cada uno de ellos, ni siquiera para expedirse sobre un asunto que en nada se relaciona. De esta forma, cada uno de nosotros cae en la trampa de la corrección del buen decir y pensar, sin darnos cuenta que aún con las mejores intenciones adquirimos el rol de comisarios políticos, coadyuvando a ilustrar a la juventud el modo válido de comportamiento. La convalidación de una subjetividad permitida no emana de los trolls, ni de los  grandes poderes concentrados ni tampoco de los militantes de cualquier bando que busca desprestigiar al otro. Por el contrario, su desempeño se ajusta a las normas discursivas dominantes.

La reivindicación del tabú desde una perspectiva comunicacional pone en tensión la repetida publicidad que la posmodernidad hace de sí misma: cada quien puede emitir su opinión y poner en duda las verdades de los gobiernos en pos de recuperar la soberanía cultural perdida durante la modernidad. Sin embargo, la mengua de la influencia de los grandes centros irradiadores de sentido no ha suscitado más que aquello que esperaban lograr: nos empoderamos  para prohibir y creemos que así contribuiremos a crear una sociedad mejor.