 
 Por Luna –
 Por Luna – 
Hay noches en que el planeta parece guardar un secreto. No porque cambien las estrellas, sino porque algo, en el aire mismo, se vuelve distinto. Una de esas noches ocurrió el 27 de agosto de 1883, cuando el volcán Krakatoa, en Indonesia, hizo temblar el mundo.
La explosión fue tan colosal que el sonido dio tres vueltas completas a la Tierra. Los barómetros —esos instrumentos que miden la presión del aire— registraron ondas que tardaron horas en cruzar océanos y continentes. Era, literalmente, el planeta respirando de manera distinta.
Durante meses, los atardeceres se volvieron de un rojo metálico y sobrenatural. Poetas y pintores de la época pensaron que era el fin del mundo. Pero lo que veían era el polvo volcánico suspendido en la atmósfera, filtrando la luz del Sol y tiñendo los cielos de un fuego extraño.
Aquel fenómeno dejó una huella invisible: cambió la temperatura del planeta durante años y alteró el clima global. Fue una de las primeras veces que la humanidad comprendió que todo lo que ocurre en un rincón de la Tierra puede sentirse en todos los demás.
Hoy, cuando miramos el cielo y nos maravillamos con su calma, quizás convenga recordar que no siempre fue así. Que una noche, hace más de un siglo, la Tierra respiró distinto… y el universo entero escuchó.
Fotografía: https://pixabay.com
 
		 
		