La noche en que el Caribe se volvió una frontera política

Por Lola Blasco* –

Una lancha, el agua caribeña embravecida y un Nobel que reordenó el tablero: la historia detrás de la salida de María Corina Machado de Venezuela.

Hay noticias que no se entienden solo por lo que cuentan, sino por cómo se cuentan. La salida de María Corina Machado de Venezuela y su llegada a Oslo para recibir el Premio Nobel de la Paz es una de ellas. No es solo una crónica de espionaje, ni una hazaña logística digna de Hollywood. Es, sobre todo, una escena global en la que poder, símbolos y silencios se organizan con precisión quirúrgica.

Durante meses, Machado vivió en la clandestinidad en Caracas. Nunca salió del país, pero tampoco estuvo nunca del todo “dentro”. La persecución del régimen de Nicolás Maduro la había convertido en una figura inmóvil, cercada, vigilada. Hasta que dejó de estarlo.

La operación que permitió su salida —ejecutada a comienzos de diciembre— fue una coreografía de engaños, rutas falsas y fragmentación de la información. Nadie conocía el plan completo. Ni siquiera quienes lo ejecutaban. Tres posibles salidas marítimas, dos ficticias y una real. Búsquedas simuladas, desinformación interna, disfraces, pelucas, movimientos nocturnos. Todo diseñado para ganar tiempo, confundir y, sobre todo, no dejar rastros.

Machado salió de madrugada, por tierra, hacia la costa del estado Falcón. El punto más cercano a Curazao. Allí comenzó la parte más frágil de la historia: el mar.

El oleaje retrasó la partida. El motor falló. Un GPS cayó al agua. El dispositivo de respaldo también dejó de funcionar. Durante horas, la lancha quedó a la deriva en el Caribe, sin comunicación, con olas de hasta tres metros. En algún momento, la posibilidad de que todo terminara ahí fue real.

Hay un video que circuló después como prueba de vida. Machado, visiblemente mareada, dice su nombre, confirma que está viva y agradece. No es un mensaje político. Es humano. Y por eso mismo, poderoso.

Mientras tanto, en el cielo, la escena era otra. Cazas F-18 de la Marina estadounidense patrullaban la zona desde el portaaviones Gerald R. Ford. Un dron de reconocimiento vigilaba el trayecto entre Venezuela y Aruba. La orden era clara: impedir cualquier intento de intercepción. La decisión, según se supo después, había sido autorizada al más alto nivel del gobierno estadounidense.

El contraste es brutal: una lancha de pesca, modesta, golpeada por el mar, y uno de los mayores despliegues militares del planeta cuidando que llegue a destino.

Finalmente, el rescate en alta mar se concretó. Un helicóptero descendió casi hasta rozar el agua. Machado subió con un salvavidas y un bolso de mano. Llegó a Curazao exhausta, con mareos, con el cuerpo marcado por el encierro y la tensión acumulada. Allí recibió atención médica. El viaje a Noruega se demoró unas horas más.

Cuando finalmente llegó a Oslo, lo hizo bajo estrictas medidas de seguridad. No estuvo presente en la gala del Nobel. Fue su hija quien leyó el discurso. Y ese dato no es menor: una madre ausente físicamente, pero omnipresente simbólicamente, denunciando desde lejos los crímenes del régimen que la expulsó.

El Comité Noruego del Nobel fue inusualmente directo. Exigió el reconocimiento de los resultados electorales de 2024 y la renuncia de Maduro. Noruega, un país acostumbrado a la mediación y al tono bajo, eligió esta vez hablar alto.

Los periodistas que la vieron en Oslo coincidieron en algo: el encierro se le nota en el rostro. En la piel pálida. En el cansancio. Pero también en la determinación. Machado insiste en que no se quedará en el exilio. Que quiere volver. Que quiere llevar el Nobel a Venezuela. Que la evaluación de cuándo hacerlo se hace día a día, en función de la seguridad.

Nada de esto parece improvisado. Ni siquiera el silencio sobre algunos detalles. Porque esta historia no terminó con su llegada a Oslo. Recién empieza.

El Premio Nobel no cambia un régimen. Pero cambia el tablero. Internacionaliza un conflicto. Obliga a otros actores a mirar. A pronunciarse. A posicionarse. Y, a veces, eso es suficiente para que algo empiece a moverse, aunque todavía no sepamos qué ni cuándo.

Mientras tanto, el Caribe vuelve a estar en calma. La lancha ya no está a la deriva. Pero la pregunta sigue flotando: ¿qué pasa después de que el mundo mira?

*Colaboración para En Provincia. Por consultas o contacto: +54 221 5430920 / lolaablasco@gmail.com
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Fotografía: Archivo web.