Por Guillermo Cavia* –
Hinojo es un pueblo que está ubicado en el centro geográfico de la Provincia de Buenos Aires, doy este detalle porque puede ser que, quienes leen estás líneas no sepan a qué me refiero y podrían pensar que se trata de una Navidad, sin entender qué es Hinojo.
También quiero aclarar que la Navidad a la que me voy a referir es la que podía ver con ojos de niño, porque son las celebraciones que recuerdo en un pueblo que se preparaba para la ocasión. Empezaba varios días antes en el negocio de NE-CA en la calle 8, a solo unos metros de la esquina donde imponente destacaba el Club Atlético Hinojo.
En NE-CA, su dueña Nelly, preparaba dos vidrieras que lucían guirnaldas brillantes, luces de colores que encendían y apagaban, un árbol navideño y todo lo que uno podía observar resplandecía bajo una forma posible, la de nuestras miradas, contemplando los tesoros que allí se resguardaban. Además, había sobre las baldosas del porche, antes de la puerta principal, un Papa Noel. Era inmenso para la realidad de las niñas y niños que por ese infinito pasaban. No sé, ni tengo idea, si don Papa Noel iba un rato antes por ese negocio, pero obviamente lo deseábamos.
En la Plaza principal que siempre tuvo varios árboles, había pinos que se alzaban exuberantes con troncos inmensos. Uno de ellos, frente a la Tornería Bergallo, era el elegido para adornar con luces de colores. Quedaba hermoso, al igual que la plaza que estaba cuidada, con su aromo, la granada, el monumento al General San Martín y el mástil erguido sobre un pedestal que tenía una escalera para alcanzarlo, centrado frente a la delegación municipal.
No se oían explosiones de petardos, la Navidad era otra cosa. Tenía la efervescencia de la alegría de la gente, el olor a leña de las dos panaderías, la de Rodríguez y la de Pasardi. Allí además del pan de cada día y otras exquisiteces, en los días de Navidad, varias personas llevaban la cena de Noche Buena para que se adobara en el horno de la cuadra de esos negocios.
En las calles de todo el pueblo el movimiento era intenso, varias bicicletas, gente caminando, automóviles y los camiones estacionados en las avenidas que, siempre se destacaron en el pueblo. Eran avenidas Inmensas, que los cruzaban a cada lado de las vías, verdaderas arterias, quizás las más anchas de todas las localidades del partido de Olavarría. Ahora ya no están, devinieron en calles angostas donde es difícil el cruce de dos vehículos.
Los negocios como el almacén de Anselmo; el de Pepino; el de Crespo; el de Gubinelli; la Marianita; el almacén de Diaz; el de Pinedo; las carnicerías, de Pegüapé; Crespo; Ford; Pelender. Las tiendas, de Adelmo; Anahí; la heladería de PeKas; el Kiosco de Pedro Casanella; el Supermercado Tres Estrellas; el Club Unión; el Club Ferroviario; la ferretería La Marsiscana; el taller de Tambucci y el de Barrionuevo; las bicicleterías Callipi y Odello, todos los negocios, hasta las dos veterinarias, incluso el hotel de Smith, tenían una actividad inusual, había mucha gente en el pueblo, era un tiempo de celebración para todas las actividades.
En los días previos a la Navidad y el mismo 24 de diciembre, ocurría que a Hinojo llegaban personas desde otros sitios, familiares, amistades. Quienes residíamos en el pueblo nos dábamos cuenta enseguida, eran caras nuevas, desconocidas o no, también automóviles o camionetas que no eran del lugar. Todo ello era parte de la fiesta porque siempre era bueno tener gente como si recibiéramos visitas.
En la Iglesia Nuestra Señora de la Asunción el 24 de diciembre a la noche, el padre Antonio daba la misa de Gallo, a la misma asistían varias personas, casi como si tratase de un casamiento en el que las presencias eran masivas. Allí el momento era propicio para saludarse y desear felicidades. Era una actividad social muy importante que acercaba a todos los habitantes. Había un pesebre precioso que se armaba en el altar. El templo iluminado permitía adorar al niño que nacía y recordar al gallo que anunció su llegada.
La cena si el tiempo era bueno se celebraba afuera, en los patios y también ocurría en el interior de los comedores, pero con la puerta abierta. Nadie temía a la inseguridad. Incluso las bicicletas de todas las personas podían quedar en el estacionamiento del Club Atlético u otro club o en cualquier vereda sin atadura alguna, porque nadie jamás iba a tocar algo que no le correspondiera.
A las doce de la noche, en la playa de maniobras del ferrocarril Roca, el silbato de una máquina de ferrocarril se hacía sentir y explotaba el brindis en cada casa, en cada lugar donde la alegría era inmensa. También sonaban las campanas de la iglesia. Entonces, una caravana de vehículos se organizaba de forma espontánea. Una larga fila de autos, camionetas, camiones y hasta micros, circulaban en fila por las calles de Hinojo, mientras todos nosotros saludábamos ese hecho con una alegría inmensa en el alma. Era la magia que se tornaba al alcance de la mano. Incluso Papa Noel que había estado en casi todas las casas, solía pasar saludando arriba de un sulky de dos ruedas gigantes, tirado por un caballo criollo. Desde allí volaban golosinas que endulzaban hasta las estrellas de la noche.
Las veredas resguardaban la magia de todos los instantes. Se podía oír la música de algún baile que iniciaba, podía ser en la calle con una casetera “Ranser”, un acordeón o guitarras. La fiesta estaba encendida. Saludos, conversaciones. Una noche que se hacía extensa y la calma recién se daba cuando las estrellas se disipaban en el claro del este que anunciaba la madrugada.
Los más jóvenes salían para disfrutar con sus amigas y amigos en Sarao, Sábata o Mélody, todos lugares bailables que ocuparon un mismo sitio, siempre en la misma esquina. Un idéntico edificio, que albergó en distintos momentos de la vida a cada uno de nosotros. Un espacio con historias similares, que fueron parte necesaria de un manto de encantos, de sueños, de amores y amistades.
¡Así era la Navidad de Hinojo! La que muchas personas tenemos en el alma. La que aún se sigue repitiendo con nuevas costumbres. Aunque todo siempre cambia. El tiempo pasado ya no está, es por eso que algunas personas añoramos esa conmemoración que era única y seguramente, irrepetible, como a veces ocurre con los hechos que fueron parte de la vida, de quienes pudimos tener la suerte de tocar por un instante, un soplo del viento.

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Fotografía de tapa: https://pixabay.com
Ilustración: Copilot.