Dr. Luis Sijatovich – UNQ – UDE –
¿Quién establece el modo en que deben utilizarse las redes sociales? No se trata, por supuesto, de las indicaciones procedimentales para aprovechar sus funcionalidades ni tampoco se trata de abordar la seguridad. La cuestión es diferente pero no menos relevante: quienes y de qué forma construyen los lineamientos que indican que un perfil está bien aprovechado y que otro no. ¿Bajo cuáles recursos un grupo social se arrogó el derecho de ejercer la legitimidad para designar lo deseable y lo repudiable? Un ejemplo simple y cotidiano de esta operación es la evaluación acerca del género musical que oyen diversos sujetos, el contexto y también los dispositivos utilizados. Es frecuente toparse con adolescentes que abordan el transporte público con su celular reproduciendo una canción al máximo volumen sin utilizar auricular. Y ello comporta un desafío a las costumbres aceptadas acerca de esa práctica de recepción. La potencia multiplicadora de ese hábito en mucho dependerá de la legitimidad social del actor social involucrado. A diferencia del famoso tango, en este caso no es lo mismo un burro que un gran profesor.
Es muy probable que cada uno de nosotros pueda establecer cuando una foto está bien tomada, es nítida y cuenta aquello que se propone. Sin embargo, la mayoría no hemos cursado estudios al respecto. La procedencia de esos criterios estéticos básicos (pero importantes) responde a discursos y hábitos sociales que adoptamos porque los consideramos válidos. Y ¿cuál es el motivo de esa ponderación? Bourdieu, un notable sociólogo francés propuso la categoría capital cultural para explicar de qué manera “la acumulación propia de una clase, que heredada o adquirida mediante la socialización, tiene mayor peso en el mercado simbólico cultural entre más alta es la clase social de su portador”. Y aquí hallamos una posibilidad de interpretación acerca de las desigualdades de valoración respecto de un producto y también acerca de cómo es consumido. Quienes poseen mayor capital cultural tienen, en consecuencia, la posibilidad de nombrar, catalogar y estimar los hábitos, las estéticas y los géneros. Esto quiere decir que aquello que es digno de elogios para un sector acaba convirtiéndose en una regla de comportamiento de amplio espectro. Vale tanto para la asistencia a un teatro, a una fiesta o para combinar la ropa con el calzado. Ello no presupone que no existan tensiones, ya que no es una regla aceptada por el conjunto de la sociedad. Pero el modo de existencia de las demás es siempre en tensión de la consagrada, de alguna forma existe como un remedo de aquella, sea por semejanza o por oposición.
Los perfiles, las interfaces y las interacciones que se multiplican en la red aún carecen de una elucidación semejante. Y de ninguna forma debe suponerse que es un asunto de poca valía: tanto importa quién es el dueño de una plataforma cómo el modo predilecto de habitarla. ¿O acaso el modo de vestir no puede invalidar el prestigio de una prenda?