Dr. Luis Sujatovich – UDE – Universidad Siglo 21 –
¿Es posible hablar de política sin opinar? La objetividad y el lenguaje, hay que admitirlo, conforman una pareja de difícil convivencia. Los adjetivos utilizados, los temas sobre los que se presenta especial atención y el rol que ocupan los oponentes, bastan para poner en evidencia cuál es el ideario que impulsa cualquier exposición.
Y si bien hay consenso respecto de la centralidad de la política para solventar la democracia, la imposibilidad de hallar formas de diálogo que no sean conatos de doctrina evidencia dos particularidades: la difusa (y acaso ¿inexistente?) frontera entre opinar y decir, y la persistente ausencia de una formación política que habilite intercambios sólidos en términos conceptuales, pero a la vez respetuosos.
Una vez que hemos egresado del secundario, ¿cuándo tenemos la oportunidad de acceder a una formación en política que no se encuentre atravesada por los medios, la coyuntura y las necesidades materiales (y simbólicas) cotidianas? La respuesta es sencilla: excepto que se estudie sociología o ciencias políticas, acaso historia, las posibilidades son mínimas. Dedicarse a la política no es una opción a considerar: una de las grandes falencias de nuestra dirigencia es la ausencia de un trayecto reflexivo y crítico acerca de la política nacional e internacional. Pocos ejemplos quedan de los llamados “cuadros”, la mayoría (no importa el bando) es tropa, como suelen llamar a quienes acompañan desde el compromiso y el entusiasmo.
La deuda educativa de la democracia no es sólo escolar. ¿Cuál es el porcentaje de la población que tiene conocimientos acendrados acerca de la política? No hay dudas que es muy bajo, a pesar de que todos estamos involucrados en ella. Es cierto que la misma formulación se puede hacer para el derecho, la economía y la salud. Sin embargo, el impacto de las decisiones de los particulares ajenos a cada área es ínfima, ¿o acaso nuestras acciones tienen una repercusión significativa en la economía nacional?
Tampoco se podría señalar que la salud del país está mal por cómo vive su población, sino más bien por su administración, es decir, por la ideología o por su malversación. En la política no sucede lo mismo. De allí que las elecciones nos pongan en tensión en, al menos, dos sentidos: la ausencia de debates y la profundización del reemplazo de la gestión por los principios políticos. La pobreza de los anuncios que nos convocan a votar son un ejemplo notable: las ideas han sido reemplazadas por la materialidad de los problemas más acuciantes. No se habla de un proyecto de conexión federal de caminos, se destacan las rutas y calles asfaltadas.
Quizás sea el penoso resultado de generaciones que no crecieron en un contexto que aspiraba a la pluralidad, pero la juventud todavía no ha insinuado una actitud superadora. Resumimos la acción política al voto, por eso confundimos hablar con opinar. Consideramos que sabemos de gastronomía porque entendemos un menú.
Fotografía: Archivo web.