Por Guillermo Cavia –
Me pregunto si oíste hablar de los sobrevivientes de los Andes. De esas personas que iban en el avión que hace muchos años se estrelló en la montaña, en la cordillera. Uno de ellos era Fernando Parrado que viajaba con su madre y hermana.
Se trataba de 45 personas que se trasladaban en un vuelo de Uruguay a Chile. Eran un grupo de jugadores de rugby, compañeros, amigos, familiares.
A causa de ese accidente terrible murieron 29 personas, 13 al momento de estrellarse el avión o poco después del evento. Al otro día fallecieron otras cinco personas. A los 8 días, también murió Susana Parrado (hermana de Fernando) debido a sus lesiones. La tragedia se había llevado a su madre en el momento del accidente y ahora a su hermana, además de amigas y amigos.
Luego como si eso hubiera sido poco, a los 16 días, una avalancha se cobró la vida de ocho pasajeros más y aún faltaban. En noviembre dos jóvenes murieron a causa de las heridas y en diciembre lo hizo la última mujer del grupo. Todos los demás, los que quedaron, completaron 72 días en la montaña, hasta que fueron rescatados.
Tomo esta historia porque somos sobrevivientes permanentes. Pero desconozco si tenemos una guisa que seguir. Si podremos ser alguna vez rescatados definitivamente. Quizás sea el azar o la toma de decisiones del presente que sin dudas harán nuestro futuro.
Ahora vuelvo a Parrado porque quiero contar que esta persona es uruguaya y que por la experiencia de vida se hizo conferencista, logrando colmar auditorios. Es Fernando Parrado, uno de los 16 sobrevivientes de la tragedia de los Andes.
Cuando da sus conferencias narra un relato íntimo que está repleto de anécdotas, los momentos que lo marcaron de aquella odisea a 4000 metros de altura en la que perdió a buena parte de sus amigos, además de su madre y su hermana. “¿Cómo es posible sobrevivir donde no se sobrevive?” se pregunta.
“Sobrevivimos porque hubo liderazgos, toma de decisiones y espíritu de equipo, porque nos conocíamos desde mucho antes”, dijo. Y arrojó un primer disparador. “En la vida el factor suerte es fundamental. Cuando llegué al aeropuerto de Montevideo nos daban número de asiento para el avión. A mí me tocó, de casualidad, la fila 9, junto a mi mejor amigo”.
“Cuando el avión chocó en la montaña, se partió en dos. De la fila 9 para atrás no quedó nada. Los 29 sobrevivientes al primer impacto viajaban en la parte que quedó a salvo. De ellos, 24 no sufrieron un rasguño. Así, los menos golpeados empezaron a ayudar, actuando como un verdadero equipo. Administramos barritas de chocolate y maní al punto de comer un grano por horas cada uno”.
“Marcelo, nuestro capitán y líder, asumió su rol para contenernos cuando le preguntábamos qué pasaba porque no llegaba el rescate. Decidimos aguantar. Pero días después el líder se desmoronó. La radio trajo la noticia de que había concluido el rescate. ¿Cómo hubieran reaccionado ustedes? El líder se quiebra, se deprime y deja de serlo. Imagínense que yo cierro esta sala, bajo la temperatura a -14 grados sin agua ni comida a esperar quién muere primero”.
“Ahí me di cuenta de que al universo no le importa qué nos pasa. Mañana saldrá el sol y se pondrá como siempre. Por lo tanto, tuvimos que tomar decisiones. En la noche 12 o 13 nos dijimos con uno de los chicos: «¿Qué estás pensando?» «Lo mismo que vos. Tenemos que comer, y las proteínas están en los cuerpos.» Hicimos un pacto entre nosotros, era la única opción. Nos enfrentamos a una verdad cruda e inhumana”.
Cuando Parrando cuenta esta historia todos escuchan boquiabiertos. Parrado apela a conceptos típicos del mundo empresarial. “Hubo planificación, estrategia, desarrollo. Cada uno empezó a hacer algo útil, que nos ayudara a seguir vivos: zapatos, bastones, pequeñas expediciones humanas. Fuimos conociendo nuestra prisión de hielo. Hasta que me eligieron para la expedición final, porque la montaña nos estaba matando, nos debilitaba, se nos acababa la comida. Subí aterrado a la cima de la montaña con Roberto Canessa, un amigo. Pensábamos ver desde allí los valles verdes de Chile y nos encontramos con nieve y montañas a 360 grados. Ahí decidí que moriría caminando hacia algún lugar”.
“Creo que es exactamente en este punto cuándo me pregunto si aprendimos a ser sobrevivientes”. Porque Parrando dice en su conferencia: “Esta no es la historia que vine a contar”. Contó que su verdadera historia empezó al regresar a su casa, sin su madre ni su hermana, sin sus amigos de la infancia y con su padre con una nueva pareja. “¿Crisis? ¿De qué crisis me hablan? ¿Estrés? ¿Qué estrés? Estrés es estar muerto a 4000 metros de altura sin agua ni comida” -enfatizó -. “Hay que pasar por una cosa así para darse cuenta de la diferencia entre lo importante y lo que no lo es. En general, me siento distinto en la percepción de los problemas del día a día. La gente se complica, yo me volví bastante simple”.
Recordó un diálogo fundamental que tuvo con su padre, que le dijo: “Mira para adelante, para adelante, anda tras esa chica que te gusta, ten una vida, trabaja. Yo cometí el error de no decirle a tu madre tantas cosas por estar tan ocupado, de no compartir tantas actividades con tu hermana, no darme el tiempo con ellas mis vivencias, no decirles cuanto las amaba”.
Luego cerró la conferencia, determinado: “Las empresas son importantes, el trabajo lo es, pero lo verdaderamente valioso está en casa después de trabajar. La familia. Mi vida cambió, pero lo más valioso que perdí fue ese hogar que ya no existía al regresar. No se olviden de quien tienen al lado, porque no saben lo que va a pasar mañana”.
Una interminable ovación lo despidió de pie.
“Si tienes un cálido hogar, piensa al igual que Yo: ¡Eres una persona con Suerte! Te tocó de la fila 9 hacia adelante, y créeme…. la mayoría viaja de la 9 para atrás”.