Por Alejandro Sánchez Moreno* –
Lacasa está lejos. Para llegar, hay que salir de la ciudad por la autopista, hay que andar un rato y agarrar por una ruta lateral, hacer bastantes kilómetros y en la parte donde está el cartel de cortinas metálicas Croacia, desviar por el camino de tierra. Después de pasar varias tranqueras, que están cerradas, en cada una hay que bajar a abrirlas y dejarlas como estaban, entre un grupo de árboles tupidos que se destacan, en una zona llana y árida, está la vivienda, un chalet viejo, que en las estancias de antes, era la casa principal. Un comedor que también es cocina, una pieza con dos camas individuales y una marinera y un galpón derruido con cosas viejas y polvo, los esperaba. En la heladera y en la alacena, había comida para algunos días: café, azúcar, yerba, cerveza, fideos y queso rallado, era lo que más había. Dejaron el auto atrás, escondido entre los árboles. Se acomodaron y se pusieron a esperar. Las escopetas, revólveres, silenciadores, manoplas y recortadas, las dejaron en una mesa grande, que está al fondo del comedor.
Llegaron al mediodía. Pedro tiene cuarenta y cuatro años, es alto y muy morocho, lleva saco sin corbata, casi no habla y fuma mucho. José es el más grande, sino fuera por el pelo corto ya con canas, sus cincuenta y tres años no parecen, es de estatura mediana y si bien habla más que Pedro, solo habla lo necesario. En cambio Guillermo, el más joven, no para de hablar aunque nadie lo escuche, tiene el pelo como Maluma, se pasa el tiempo mirando videos por el celular y pone cumbia. Juan, de treinta y pico, es el líder o la voz cantante. Es flaco estilo deportivo y es él que recibe las llamadas por teléfono. Da bastantes órdenes y le hacen caso, hasta Guillermo, que no le gusta mucho que le digan que hacer.
Las primeras horas pasan rápido, piensan que van a estar poco. Por eso no preparan mate o café. Cerveza toman desde el primer momento. Las latas y los envases los van tirando por una ventana que da al costado, ahí hay un contenedor abandonado con escombros, madera vieja y botellas. Juan chequea que funcione la electricidad y está atento al teléfono. Al principio casi no se mueven, cada uno está en el lugar que eligió al llegar, Juan sentado en una cama de la pieza, Guillermo acostado arriba, Pedro y José sentados en la cocina. Llevan la misma ropa, ninguno se sacó el saco o la campera. Están listos para salir, si el llamado que esperan llega. Sin darse cuenta se va acercando la tardecita, ya un poco más ansiosos, dejan un rato la cerveza por el café y el mate. A nadie se le ocurre cocinar, siguen pensando que antes de la noche se van a ir. La radio, las primeras horas apagada, ahora está prendida bajito, como si fuera una voz más. Cuando el último sol deja lugar al comienzo de la noche, Guillermo lamenta que no haya un televisor. Es fin de semana, hay partidos, estaría bueno verlos para matar el tiempo.
Ya es de noche, por las dudas, Pedro busca frazadas en el armario. Están en el campo y ahí hace más frío cuando anochece. Las pone a todas en una silla, pensando todavía que en cualquier momento suena el celular. Guillermo se queda dormido, pasa un tiempo y los demás también. Juan es el último en acostarse, se queda despierto hasta que no aguanta más. Calienta café, toma mate, pone la radio más fuerte para entretenerse y cuando se acuesta con un ojo duerme y con el otro está despierto.
Guillermo, que es el que tomó más cerveza, se levanta al baño. Por una ventanita turbia de tanta mugre se da cuenta que está amaneciendo. Se siente incómodo porque durmió con la ropa puesta. Lo mismo les pasó a los demás. De a poco se van levantando. Tienen hambre porque no cenaron, pensando que no iba a pasar la noche. Toman unos mates sin ganas, cuando todavía no son las once de la mañana, Pedro busca una olla. Hierven los fideos y comen con hambre, pero sin entusiasmo. Ahora sí se sacaron los sacos y las camperas, los dejaron en las sillas y en el borde de la cama. José se mira en el espejo y le molesta ver la barba de un día. No llevaron nada más, porque pensaron que se iban a ir rápido. Las horas entre la comida y la tarde pasan lentas. Guillermo es el que empieza a estar más ansioso. Ya miró ochenta mil videos y escuchó veinte mil cumbias, no para de moverse y pone nervioso a los demás. Juan sigue siempre pendiente del teléfono. Guillermo no aguanta más y les dice que hagan algo. Como loco empieza a abrir cajones. No hay nada o hay porquerías viejas. En una mesa de luz encuentra un mazo de cartas. Quiere jugar pero nadie se prende. Pasan unas horas, ahora son Pedro y José los que no aguantan. Juan sigue en apariencia tranquilo y siempre atento. La tardecita los agarra jugando a las cartas. Primero truco, unos porotos viejos sirven para contar, escoba del 15, chinchón y culo sucio. Es el segundo día que están en el campo y la primera vez que se ríen desde que llegaron.
Cuando se quisieron acordar era noche cerrada. Calentaron los fideos, pusieron mucho queso rallado, comieron y se durmieron rápido. Juan siguió igual, con un ojo para cada lado. La mañana siguiente se levantaron más tarde. Luego de los mates, del café y de las cervezas, Guillermo se puso a revisar. En el galpón no había casi nada. Botas para lluvia, lonas viejas, mediasombra en rollo, aceite en botellas y bidones vacíos. Hasta ese momento no había salido afuera. Se cansaron de jugar a las cartas. Guillermo caminó un poco, estiró las piernas, miró alrededor y volvió casi corriendo. Cuando les dijo lo que quería hacer lo miraron como si estuviera loco. Quería jugar a las escondidas. Como con las cartas, al principio no le dieron bolilla. Seguían pensando que la llamada llegaba en cualquier momento. Pasaron unas horas, ahora José salió a dar unas vueltas. Volvió y lo despertó a Guillermo. Un rato más tarde estaban jugando, desaliñados y transpirados. Los zapatos llenos de polvo y pasto. Se reían con ganas. Recuperaban el aliento y volvían a contar. Piedra libre para todos mis compañeros, gritó Juan, engañando a José, que lo buscaba por el otro lado. Jugaron hasta que no pudieron ver más. Cansados, se tiraron en el pasto, Guillermo trajo unas cervezas, las tomaron con ganas, como cuando eran chicos y compraban una coca cola después del futbol.
El tercer día se levantaron más tarde que los anteriores. Estaban más flacos. Aunque los fideos eran muchos y seguía habiendo queso rallado, estaban cansados de comer lo mismo. Guillermo estaba pensativo. La ansiedad le había dado paso a un sosiego. Pedro y José que hacían casi todo juntos, escuchaban tangos con el volumen alto. Juan estaba descalzo en el pasto, bajo un árbol. Igualmente seguía celoso del celular. Guillermo no se daba por vencido, buscando cosas. Por buscar y buscar encontró unas hojas viejas y una caja de lápices de colores. Tal vez hayan sido de alguna familia, que vivió ahí tiempo atrás, cuando el campo funcionaba. Propuso jugar a la ensalada rusa. Pedro y José lo miraron sorprendido, no sabían que era. No le costó mucho a Guillermo convencerlos. Volvieron adentro, explicó cómo era y empezaron. Animales, países, comidas, nombres de personas, cosas, fueron los temas elegidos. Empezó Pedro y le toco la letra f. Francia fue el país que dijeron todos, fideos la comida, Francisco y Fernando los nombres, focas los animales. Jugaron varias horas, tomaron cerveza, café y se rieron a carcajadas que nadie escucho, pero que retumbaron por el campo. Se hizo la tardecita. Al costado había una canilla, medio escondida entre unos yuyos. Encontraron una manguera, se bañaron con un jabón blanco que encontraron en el último cajón de la cocina. Otra vez se rieron, hicieron muecas graciosas y payasadas. No cenaron, se sentaron al fresco, en silencio. Las pitadas de los cigarrillos, de lejos se veían como luciérnagas. La radio pasaba zambas y chacareras. El celular de Guillermo hacia bastante que no se escuchaba.
De repente y cuando ya nadie lo esperaba, sonó el teléfono. Juan atendió, no habló, solo escuchó. Cuando colgó no necesitó decir nada. Muy rápido, cayéndose algunos, tropezándose otros, juntaron las cosas que llevaban, se cambiaron, guardaron las armas en el baúl. Antes de salir rociaron con nafta. Con el encendedor de Pedro prendieron fuego. El auto rápido levantó gran polvareda. Abrieron las tranqueras, volvieron a cerrarlas, ya en la autopista, Juan dijo: es ahora.
https://medium.com/@alesanchezmorenolh/la-casa-en-el-campo-4c39aaadc494
*Colaboración para En Provincia.
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