Por Guillermo Cavia –
Un hombre va hacia su muerte. Está recorriendo en instantes fraccionados un viaje final. La escena es dantesca, los edificios más más altos de Nueva York están en llamas, emanan humo espeso y denso, el cielo se vislumbra enrarecido y todo el aire de la Gran Manzana huele a cenizas.
Nunca pude ver una hoja en el instante exacto en que se deprende del árbol. Las he observado cayendo, en el suelo, volando en el viento, pero no en ese ese intervalo de tiempo presente en que se aparta del árbol.
Cuando la veo en el suelo solo estoy distinguiendo el futuro de aquel desprendimiento y antes, en el árbol, veía su presente, que ahora en su ausencia, se ha transformado es su pasado.
El tiempo nos rige. Se lo piensa como la duración de los estados de las cosas que se encuentran sujetas al cambio. Así como en el Universo todo está en constante movimiento. Nada ocurre por azar.
El tiempo desde la mecánica cuántica o la teoría de la relatividad, la filosofía o la física, ofrece interrogantes. Quizás hasta pueda ser motivo de charlas serias entre amigos o éstas resultar estériles, cualquiera puede ser el resultado a la hora de encontrar una respuesta a una problemática, por más sencilla que esta pueda parecer.
Una respuesta única sobre la condición ontológica acerca de qué es el tiempo, así como su cognoscibilidad, como creemos que lo conocemos, cuáles son sus propiedades y su relación con el espacio, deriva en distintas miradas según el campo de abordaje.
Pienso en San Agustín de Hipona, fue el primer filósofo importante de la era cristiana, él en sus tratados mencionaba al tiempo, lo relacionaba con el alma: “Esto se debe a que el pasado es algo que ya no existe, el futuro algo que vendrá y el presente se escurre, transformándose en un recuerdo que, al ser parte de la memoria, se ubica en el alma”, según sostenía.
Quizás ese pensamiento podría ser estéril y no ir hacia ningún lado, pero tal vez, podría ser el principio de algo, como en todas las cosas que, al parecer, tienen un comienzo, una razón de ser.
Por eso Agustín reconoce lo siguiente: “Sin embargo yo sé lo que es el tiempo, pero lo sé sólo cuando no tengo que decirlo, cuando no me lo preguntan, lo sé; cuando me lo preguntan, no lo sé”.
Se puede observar ese punto de vista, donde pareciera que el tiempo no tiene dimensión, y si se intentara retenerlo, estaríamos presenciando el desvanecimiento del mismo.
Algo similar pasa con el siguiente relato: “El sueño del Rey” de Lewis Carroll.
– Ahora está soñando. ¿Con quién sueña? ¿Lo sabes?
– Nadie lo sabe.
– Sueña contigo. Y si dejara de soñar, ¿Qué sería de ti?
– No lo sé.
– Desaparecerías. Eres una figura de su sueño. Si se despertara ese Rey te apagarías como una vela.
La no existencia trae consigo el concepto de la Nada, la misma es absolutamente compleja y a la vez está relacionado en forma directa con el tiempo, porque en la ausencia de este, lo que quedaría sería la nada.
Si vuelvo a la hoja que cae del árbol pienso en el instante exacto que no la vi desprenderse, cuando se segregó de la rama que la tenía allí, hasta ese relámpago, era parte del árbol e incluso del bosque. No la vi, pero estaba allí con vida.
Aconteció un último presente para la hoja, fue en el instante antes de cortar su existencia al árbol. Aunque la última existencia quedó allí perenne, se encontró con la nada y por tal, la ausencia del tiempo futuro, la desaparición de su pasado y el congelado santiamén de su último presente.
Todos recordamos los instantes de nuestras vidas, algunos son inolvidables y nos acompañan para siempre. Un nacimiento, una muerte, una celebración especial, una fotografía, infinidades de momentos que hacen a la vida de las personas.
Cada uno de esos intervalos están en el espacio tiempo, tienen un pasado, un presente y el futuro. De hecho, en este artículo puedo vislumbrar el pasado que ha quedado en las primeras líneas, el presente mientras lo escribo y el futuro, que será el presente de las y los lectores al leerlo.
La hoja que se desprende del árbol se me ha reflejado hoy en una fotografía. Se trata de un hombre que está cayendo al vacío. Lo hace desde la Torre Norte del World Trade Center, el 11 de septiembre del año 2001, a las 9:41:15 de la mañana.
La fotografía fue tomada por el fotógrafo Richard Drew. Quién cae es un hombre, su imagen en caída libre recorrió el mundo y lo sigue haciendo. Está en su viaje hacia su muerte, como él hubo decenas de personas que murieron del mismo modo. No tiene nombre, no se sabe quién es, solo que está consiente mientras cae en su viaje de 10 segundos hacia el piso.
El hombre va hacia su muerte. Está recorriendo en instantes fraccionados un viaje final. La escena es dantesca, los edificios más altos de Nueva York, emanan humo espeso y denso, el cielo enrarecido y todo el aire de la Gran Manzana huele a cenizas.
Me atrevería a decir que quienes ahora leen este artículo podrían recordar el instante de su vida, el exacto momento en que se enteraron de lo que acontecía en Estado Unidos. Podrían hasta decir el lugar en dónde cada persona estaba.
Muchos de nosotros pudimos ver a la gente que saltaba hacia su muerte, al principio no sabíamos que eran personas, porque no se entendía qué era lo que estaba sucediendo. Todo era demasiado gigante y aterrador para darnos cuenta que quizás hasta se había detenido el tiempo.
“No sé si saltaron por elección o se vieron obligados a hacerlo por el fuego o el humo. No sé por qué hicieron lo que hicieron. Solo sé que tuve que grabarlo”, relató el fotógrafo, Richard Drew.
Se estima que en esas horas de desesperación unas 200 personas murieron de esa forma. No eran suicidas. Solo se alejaban como podían hacerlo de las llamas, el humo, el terror, el Armagedón que se abría bajo sus pies.
Me quedo con la imagen de ese hombre que viene boca abajo. Que está apunto de quedarse sin tiempo. Quizás sea el sueño de un rey, tal vez se evanece como el soplo de una vela. Viaja hacia su muerte. Lo sabía el fotógrafo, lo sabíamos nosotros, es como si estuviera a punto de desprenderse del árbol de la vida. Vemos ese instante que ha de congelarse para siempre, como el último presente de su existencia.
Fotografías: Richard Drew – https://pixabay.com/