
Por Guillermo Cavia –
En las redes sociales observé como una diputada de la Nación publicaba una noticia acerca de Estados Unidos, que permite dormir a las personas en los autos debido al aumento de los alquileres.
“Ahh pero argentina es un país de m…” dice en el título de la publicación. En verdad no sé quiénes dirán esas expresi´ones. Pero sin querer entrar en polémicas estériles, no puedo dejar de pensar en la falta de autocrítica de nuestros representantes políticos, de todos los partidos. Como si esperáramos una suba de la inflación en países extranjeros para poder justificar la nuestra. En este ejemplo, quiero resumir todos los males que en otros países pueda haber, para poder demostrar lo bueno de acá.
Pienso en otros países, por ejemplo Suecia. Se presenta de forma inmediata un estereotipo, porque sin conocerse detalles cabales de su desarrollo como país, quienes tienen algo de información, pueden manifestar admiración por el modelo social sueco.
Los estereotipos remiten a la cuestión de la opinión y la expresión individual; pero a la vez como señalan Ruth Amossy y Anne Herschberg Pierrot “Se trata de representaciones cristalizadas, esquemas culturales preexistentes, a través de los cuales cada uno filtra la realidad de su entorno”.
Walter Lippmann, quien acuñó el concepto “estereotipos”, que en realidad ya había sido utilizado a principios del siglo XIX por Morier, en la película “Adventures of Hajji Baba” dice que son “imágenes acerca de algo en nuestras cabezas”. Destaca que “los hechos que vemos dependen de dónde estamos ubicados y de la manera de ver de nuestros ojos”.
También expresa Lippman que en la mayoría de los casos “no vemos primero para luego definir, sino que definimos primero y luego miramos. Elegimos lo que nuestra cultura ya ha definido por nosotros, y tenemos tendencia a percibir lo que presenta la forma estereotipada dada por nuestra cultura”; es decir que el estereotipo para personas, mujeres y hombres, países, estructuras, instituciones, continentes, cuando se habla de blanco, negro, argentino, porteño, provinciano, chino, boliviano, paraguayo, piquetero, sindicalista, pol´ítico, médico, trabajador; es la imagen colectiva que circula acerca de las ideas que están en nuestra cabeza sobre esas u otras miles de palabras. Seguramente lo mismo pasa cuando pensamos en Suecia, hay una idea diseñada del patrón sueco.
Quizás el imaginario que nos planteamos acerca de ese país tenga también que ver con las diferencias que existe con las clases políticas. Que no siempre se dicen.
Entre Suecia y Argentina un claro ejemp`lo de esos datos es que en Suecia los diputados del Parlamento se manejan bajo la austeridad. Sus despachos son de siete metros cuadrados. Los diputados suecos no poseen otros beneficios adicionales. No pueden utilizar aviones, ni autos de la cámara.
En Suecia, el único político que tiene derecho a un auto de forma permanente es el primer ministro. Además, ese auto pertenece a la Säpo, que es la policía secreta sueca. Sí poseen una tarjeta que les permite utilizar el transporte público.
No pueden tener asesores. Tampoco tienen inmunidad parlamentaria porque es un concepto que no existe en el país. Además el salario bruto de un diputado del Parlamento sueco equivale a menos del doble de lo que gana un profesor de primaria en Suecia.
Ningún diputado tiene el privilegio de aumentarse el salario, porque en Suecia, los salarios de los parlamentarios los determina un comité autónomo, formado por el presidente y dos representantes públicos nombrado por la Mesa Directiva del Parlamento.
En el imaginario colectivo de la mirada que tenemos de Suecia siempre los datos de la realidad se hacen permeables a la información, que por distintos canales nos llega y hacen la elaboración de la opinión pública.
Nada es azar y el contexto siempre habla por sí solo. Las comparaciones suelen ser molestas, por eso a veces es mejor no mirar hacia otros sitios y observar críticamente lo que nos atraviesa. Porque Suecia nos queda absolutamente lejos, muy lejos. Estados Unidos también.