Por Eduardo Gularte –
Tobías, muy anciano, se encontraba sentado cómo era habitual en una mecedora junto a la ventana.
Mientras observa un día más, mira por enfrente de él y descubre que junto al paredón gastado de una casa abandonada, hay un niño que dibuja con tiza una escena que el propio niño ha soñado.
La pintura de ese muro se ve gastada por los años y en parte falta la mampostería que envejecida se descascara.
Mientras el dibujo que el niño soñó avanza, otros trazos parecen brotar del interior de aquella vieja pared que hace las veces de improvisada pizarra, y no son las líneas de aquel pequeño dibujante.
Mientras continua, el dibujo del niño, su tiza se termina mas rápido dibujando los detalles minuciosos, entonces decide tomar de una pila de escombros un trozo de ladrillo, para poder terminar.
Mientras tanto, el anciano que seguía observando y aún se mecía, parecía ver de lejos el reflejo de otro niño proyectado al lado del primero, como si dibujaran a la par. Los dos dibujan y se cruzan como si estuvieran en distinto plano sin poder verse entre si, pero al cabo de comenzar con el ladrillo, él primero, la parte buena del revoque se termina y la escena queda incompleta. El niño del ladrillo deja el lugar, y solo queda la sombra de otro niño (el segundo) que sigue dibujando.
El anciano que aún mira atento, murmura despacio y se pregunta, “tal ves un ángel se lo llevo, o será el mismo niño que de otro tiempo volvió a terminar”…
Fotografía: https://pixabay.com/