Eduardo Gularte: “La tristeza de los techos”

Por Eduardo Gularte –

Un viajero, parado junto a la ventana en un hotel, observa la montaña hundiéndose entre las nubes que se entremezclan con la nieve. Un paisaje de cordillera, un momento dónde poder apreciar lo simple. Después, mientras baja la mirada, descubre un mar de colores gastados, de formas intrincadas, lo que no vemos siempre o dejamos de ver. 

Es la tristeza de los techos viejos (vistos desde arriba), la que nos muestra esa cara, la cual, en muy pocos casos, fue pensada para ser vista. 

Pueden ser refugio de pájaros, lugar de encuentros felinos, descanso de hojas del último otoño que no alcanzaron al patio, cementerio de juguetes rotos o el encuentro de macetas olvidadas. Nos muestran un mosaico de colores diferentes entre chapas oxidadas, membranas plateadas o el verdín de tejas viejas y sucias. 

A veces, sobre una terraza perdida entre el caserío, alguna camisa hace señales al sol, prendida de un cordel, mientras los broches de colores no paran de hamacarse en el viento. Al costado, junto a una canaleta, nacen conejitos silvestres (Antirrhinum majus) de múltiples colores, dando vida donde parece no haberla, con tan poca tierra se aferran entre los ladrillos. De vez en cuando la lluvia le regala sus lágrimas, recordándoles que están vivos.

Sobre el alero de un galpón, un triciclo oxidado, se deja caer de costado por la falta de una rueda, mientras espía al cielo, esperando que un ángel lo rescate para llevarlo al patio de algún niño que lo haga rodar nuevamente.

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