
Por Jorge Zanzio –
Debido a la voracidad del covid 19, y a la negligencia de un gobierno carioca que, desde el inicio de la tragedia no dudó en exponer a su pueblo al flagelo de la pandemia; resultante que produjo más de quinientas mil personas fallecidas como si se tratase de una película de género distópico, pero con final deportivamente feliz dado que no hubo consecuencias que lamentar dentro de la burbuja futbolera, este año se terminó realizando la Copa América en Brasil, tierra en donde siempre palpitó una de las potencias del fútbol global, y por supuesto, selección que constituye uno de los clásicos históricos de Argentina.
Ambos equipos durante el transcurso del campeonato sortearon los obstáculos con elocuencia hasta llegar a la final. Último partido que, de ambos lados se sucedió con determinación y coraje, con roce, también con mucha épica. Pero en las finales no existen los empates, se necesita un ganador del encuentro, y esta vez se dio a favor de la selección argentina que, para quebrantar muchos malos augurios de periodistas mal intencionados, sentenció el triunfo gracias al pie inspirado de Di María.
El mundo, tal vez como nunca antes, y dado los avances tecnológicos, desde todos los puntos cardinales, desde Base Marambio a Bangladesh, desde Montevideo a Pekin pudieron visualizar una de las entregas más excitantes del deporte internacional.
El Maracaná, catedral del futbol, arena de gladiadores en donde el triunfo y la derrota quedan tallados en el tiempo, con apenas el diez por ciento de los espectadores en sus tribunas finalizó llorando y vitoreando la conquista de la albiceleste que ahora comparte el podio junto a Uruguay con 15 copas cada uno.
Brasil, manteniendo la distancia social (valga el chascarrillo) sigue en la tabla con 9 campeonatos. Si se hubiese jugado en Colombia, así estaba previsto originalmente, pero por cuestiones de estallidos sociales quedó desafectada, o en Argentina, lugar barajado por la Conmebol como escenario probable, y que al fin el gobierno argentino con buen tino se negó a la organización de la misma dado la urgencia sanitaria, no se hubiese producido el histórico encuentro, no hubiese sido posible el maracanazo.
Como colofón del espectáculo, vacuna de alegría para el espíritu aficionado al deporte más famoso del mundo, Messi y Neymar se abrazaron fraternalmente derrumbando mitos. El planeta ahora puede entender que, parafraseando al técnico brasilero Tite: “Existen adversarios, no enemigos”. Este gesto va más allá de las cuentas bancarias, los trofeos, o cualquier tapa de revista. El abrazo, sentados en un escalón, con sus torsos descubiertos, transpirados, sonrientes, recupera la frescura espontánea de dos pibes de barrio, expone la verdadera esencia deportiva, enaltece.