Américo Smith y su peculiar manera de contar 100 años de su vida

Por Américo Smith –

Les quiero contar que tengo una sobrina muy curiosa que quiere saber algunas cosas que pasaron a lo largo de mi vida.

Primero comencé contándole que tuve trabajo de campo y de pueblo. Fui lechero y atendí un locutorio. Comencé a detallarle mi labor, durante aproximadamente 40 años repartidor de leche, en los cuales cambié, cada diez años, cuatro caballos.

En relación a esto, se me vino a la cabeza una anécdota muy graciosa asi que se la relaté a la muchacha curiosa: llego a la casa de una clienta y llamo diciendo “¡Lechero!”, pero nadie respondió. Entonces, me bajo de la jardinera y abro la puerta que se encontraba sin llave, ya que, en esos tiempos, en Hinojo, no había asaltos. Comienzo a buscar por la cocina algo para depositar la leche, luego por la dispensa y el corredor, pero no encontré nada. En la mesa de la galería por fin hallé una olla de loza muy bonita, cuya tapa estaba decorada por el dibujo de unos claveles, y fue allí en donde deposité la leche. Al otro día, volví a ir a esa casa y la señora enojada me dijo “¡ayer me dejaste sin leche!”, a lo que le contesté “no señora, yo la dejé en una olla que había en la galería” y su sorprendente respuesta fue “¡pero esa olla es la pelela de la abuela!”.

Como dije al comienzo, también trabajé en un locutorio. A los 70 años, estaba almorzando con mi señora cuando tocaron el timbre, eran dos señores que querían alquilarme el local ya que mi casa tenía un garaje sin uso. Mi duda era, ¿quién lo atendería? pero ellos me dijeron que era fácil y que me enseñarían. Así fue como el garaje se convirtió en un locutorio y yo fui quién lo atendió durante 15 años.

Estas historias le voy contando a mi sobrina, pero ella quería saber más, por ejemplo, si de chico fui a la escuela. No solo le dije que sí, sino que le nombré a cada una de mis maestras: la de 1er grado: Hermiña Vallejo, a quien siempre recuerdo porque compartía el apellido con mi abuela; la de 2do grado: María Landerreche; la de 3ro: Josefa Dipierre; la de 4to, último grado al que asistí, fue María Antonia Lamensa Deprá. Esta última tenía tres hijos, Chiche se apodaba el mayor, Omar era el del medio, y César el más chico. María Antonia era muy buena conmigo y recuerdo que me había hecho un verso por ser el mejor alumno. Al contarle esto a mi curiosa sobrina, quiso que se lo dijera, pero como pasaron muchos años, le pedí diez minutos para pensarlo. En ese momento, ella agarró una hoja y una lapicera para tenerlo de recuerdo.

Después de pensar le dije todo completo: “De los primeros llega a la escuela, su asiento ocupa sin hacer ruido, quiere ser útil, saber anhela, por eso nunca está distraído. Cuando la maestra dicta o explica algo difícil de comprender, más aún aumenta su afán creciente por aprender. Termina el año y está impaciente, aunque no teme seguro está, que, por sus notas sobresalientes, un buen regalo le dará la mamá”.

También le conté a mi sobrina que a los 88 años, Dios me llevó a mi compañera y no lo pude retar porque me iba a llevar a mí. Al año siguiente, tuve un ACV, eso ocurrió en Hinojo, así mi hijo, que por su profesión residia en La Plata, me fue a buscar y me trajo para la Capital Provincial.

Comenzó mi vida en Las Diagonales, en donde cumplí los 90 años y me jacto de haber ido a votar. Cuatro años más tarde, mi nieta preguntó si iría a votar nuevamente, a lo cual respondí que sí. Al salir del cuarto oscuro y dirigirme a la urna a poner mi voto, le dije “sácame una foto, así no soy menos que la presidenta”.

Pasaron tres años más, es decir que mi edad ya era de 97, y volví a votar, esta vez para diputados. La gran casualidad fue que me tocó votar en la mesa número 97, coincidía con mis años.

Para ir terminando la charla con mi sobrina, le conté que mi hijo quiso estudiar porque no le gustaba el trabajo de campo. En consecuencia, mi esposa lo llevó a La Plata y se recibió de Ingeniero. En esa misma ciudad, conoció a su esposa y me hizo abuelo.

Y así finalmente, termina la charla con mi sobrina platense.