De la gloria al unfollow

Profesor Por Dr. Luis Sujatovich* 

La historia humana podría leerse como una galería inagotable de figuras extraordinarias en las que depositamos, siglo tras siglo, nuestras esperanzas y nuestro deslumbramiento. Hoy, frente a la pantalla, la pregunta persiste: ¿esta necesidad de admirar a alguien por encima de nosotros responde a un impulso emocional profundo o a un modo de simplificar la complejidad de nuestra vida interior?

La antigua curva de ascenso y derrumbe

Los griegos lo entendieron antes que nadie. Sus tragedias mostraban cómo el exceso de confianza llevaba a héroes como Aquiles o Edipo a desafiar límites humanos y terminar derrotados. Esa dinámica no quedó en el pasado: es el patrón que atraviesa nuestra historia. Cada época fabrica figuras excepcionales, les atribuye virtudes desmesuradas y, cuando no cumplen, sobreviene la caída.

La Edad Media convirtió a El Cid en símbolo de honor, borrando sus contradicciones. Napoleón prometió gloria y terminó en Waterloo. Mussolini y Stalin se presentaron como arquitectos de un futuro grandioso, pero dejaron ruinas y dolor. Incluso en tiempos recientes, líderes y celebridades reproducen esta curva ascendente que culmina en descrédito. La lógica se repite: idealización, poder, fracaso.

El consuelo de admirar a alguien

Más allá de los nombres y las épocas, late una pregunta incómoda: ¿por qué, una y otra vez, caemos en la misma trampa? La idolatría parece ser una estrategia humana para domesticar la incertidumbre. Delegar en alguien carismático la responsabilidad de dar sentido o encarnar un ideal nos libera del peso de decidir y reflexionar en soledad. Es un atajo psicológico: preferimos la cómoda (aunque frágil) certeza de una figura orientadora a la complejidad desordenada de construir significados por nuestra cuenta. La admiración se vuelve entonces una forma de sostén emocional, una manera de ordenar el mundo cuando se vuelve demasiado abrumador. Este proceso explica tanto la atracción por un líder político como la devoción hacia una estrella digital: en ambos casos, cedemos parte de nuestra autonomía a cambio de una sensación de pertenencia y dirección.

Ídolos en serie, caídas en tiempo real

El impulso ancestral de fabricar ídolos ha encontrado su cinta transportadora: las redes sociales. Ya no nacen de batallas, sino de algoritmos. Influencers, streamers, creadores de contenido son productos en serie, con un valor cotizado en seguidores y likes. El guion, sin embargo, es el de siempre: les exigimos una autenticidad perfecta —cercanía sin vulnerabilidad, impecabilidad constante— mientras ellos construyen identidades-pantalla, promesas de conexión sin riesgo.

El desenlace también sigue el patrón arcaico, solo que ejecutado a velocidad digital. Cuando la máscara se resquebraja y asoma la fragilidad humana, activamos el ritual contemporáneo de la purga: la cancelación. La caída ya no es lenta ni trágica; es instantánea, viral y demoledora. Un unfollow masivo sustituye al destierro, pero el veredicto es el mismo: el ídolo debe caer para que el ciclo pueda empezar de nuevo.

El punto ciego de nuestras proyecciones

Cada caída revela algo incómodo: no es el ídolo el que fracasa, somos nosotros los que no sabemos vivir sin alguien que nos prometa un propósito. Tal vez el desafío no sea elegir mejor a quién seguir, sino asumir que nadie puede otorgarnos la trascendencia que buscamos.

*Docente e investigador – Colaboración para En Provincia.

Imagen: Archivo.