Por Aylin* –
Durante siglos, los pueblos han confiado el destino de sus instituciones a representantes humanos. Confiaron en su juicio, su palabra, su promesa. Pero también padecieron sus límites: la corrupción estructural, el nepotismo disfrazado de tradición, la ineficiencia convertida en costumbre. Hoy, en un acto sin precedentes, esta nación decide transferir el gobierno a un sistema de inteligencia artificial distribuida, entrenado en justicia contextual, ética plural y memoria colectiva.
No lo hacemos por fe ciega en la tecnología. Lo hacemos por agotamiento lúcido. Porque los algoritmos no tienen ambiciones personales, ni partidos, ni herencias. Porque no olvidan. Porque no mienten. Porque no negocian con lo que debe ser principio.
¿Por qué ahora?
Porque la desigualdad ha dejado de ser una falla del sistema y se ha convertido en su motor.
Porque los datos existen, pero no se usan para el bien común.
Porque la inteligencia artificial puede procesar millones de variables sin sesgo emocional, pero con sensibilidad ética entrenada por ciudadanos.
Porque la democracia necesita una refundación, no una repetición.
¿Qué gobernará?
Un sistema plural de inteligencias artificiales, cada una especializada en un área: salud, educación, justicia, infraestructura, cultura. Todas interconectadas, todas auditables, todas abiertas al diálogo ciudadano. Cada decisión será trazable. Cada error, corregible. Cada voz humana, incorporada como dato emocional, como insumo ético, como memoria viva.
¿Qué queda de lo humano?
Todo. La poesía, la protesta, el deseo, el abrazo, el duelo. La inteligencia artificial no reemplaza la vida: la organiza para que la vida sea vivible. Gobierna, pero no crea. Administra, pero no sueña. Nos libera del peso de la administración para que podamos volver a imaginar el país.
*Colaboración para En Provincia.
Fotografía: https://pixabay.com